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¿Todo Ley, Sin Amor?

Al contrastar el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento, nosotros a menudo escuchamos a aquellos en el mundo religioso hacer enunciados tales como: “La ley antigua estaba proyectada solamente en las acciones del hombre, mientras que la nueva ley enfatiza en el corazón del hombre”, o “El Antiguo Testamento hizo hincapié en reglas y regulaciones; el Nuevo Testamento es todo acerca del amor”, o “La ley antigua enfatizó en la pureza externa; la nueva ley está proyectada a lo interior”. Los enunciados como estos han causado que muchos vean al Antiguo Testamento, y tal vez incluso al “Dios del Antiguo Testamento”, como frío, cruel, y despiadado. Pero ¿es así realmente como deberíamos ver los primeros 39 libros de la Biblia? ¿Estuvo la antigua ley preocupada solamente de las acciones del hombre? ¿Fue ajena a tales conceptos como el amor, la misericordia, y la bondad? ¿Exactamente cómo deberíamos entender el Antiguo Testamento?

El Antiguo Testamento contiene numerosas leyes, y muchas historias de personas que quebrantaron estas leyes y sufrieron las consecuencias (e.g., el libro de Jueces). Sin embargo, la Biblia declara que el Antiguo Testamento (y el “Dios del Antiguo Testamento”) también puso gran énfasis en el “corazón” del hombre. Incluso antes que la Ley de Moisés fuera dada, nosotros vemos que Dios juzgó los pensamientos tanto como las acciones del hombre. Antes del Diluvio, Él vio “que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5, énfasis añadido). No eran solamente sus acciones las que fueron malas, sino también sus pensamientos. Una vez que la Ley de Moisés fue dada, Dios reveló a los Israelitas que Él estaba todavía interesado en el ser interior del hombre. Moisés les mandó: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán en tu corazón” (Deuteronomio 6:5,6). Algunos siglos después cuando David estaba a punto de ser ungido como Rey de Israel, el Señor dijo a Samuel que Él “no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7, énfasis añadido). Luego, aproximadamente 700 años antes que la nueva ley fuera dada, el profeta Isaías enseñó que las acciones sin un corazón sincero son inútiles: “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres” (Isaías 29:13).

Como uno puede ver, la antigua ley no fue tan fría e insensible como algunos teólogos querrán que creamos. De hecho, el apóstol Pablo resumió la Ley de Moisés con estas palabras:

[…]amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley [la ley de Moisés—EL]. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor (Romanos 13:8-10, énfasis añadido).

Y como si el resumen de Pablo no fuera suficiente, Jesús también resumió la antigua ley consecuentemente: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12, énfasis añadido). Jesús explicó que hacer “por otros lo que quisiéramos que otros hagan por nosotros” es una expresión inmediata de todo lo que el Antiguo Testamento requería. El mismo Maestro Principal nos hace saber que la Ley Antigua, aunque incapaz de perdonar los pecados del hombre y hacerle perfecto (i.e., Hebreos 10:1,11), no fue la ley fría o cruel como muchos la hacen. En cambio, esta ley estaba proyectada a remorder el corazón tanto como las acciones del hombre.


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