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Se Reporta la Secuencia Inicial del Genoma del Chimpancé

El 1 de septiembre del 2005, se reportó la secuencia inicial del genoma del chimpancé en la revista de ciencia Nature. La noticia fue casi completamente pasada por alto—nublada por la devastación del huracán Katrina, el cual recaló tres días antes y guió al desalojamiento de New Orleans. La edición especial del “chimpancé” estuvo inundada con el dogma evolutivo, como con una variedad de científicos de diferentes campos que especulaban sobre el comportamiento de los chimpancés, sus genes, y su relación con los humanos. Sin embargo, a pesar de tener la secuencia inicial completa del genoma del chimpancé, los científicos todavía no pueden resolver la pregunta perturbadora: ¿Qué hace a los humanos diferentes?

El reporte principal del genoma del chimpancé comienza con la propaganda darvinista común:

Más de un siglo atrás Darwin y Huxley plantearon que los humanos comparten antepasados comunes con los simios grandes del África. Los estudios seculares modernos confirman impresionantemente esta predicción y han perfeccionado la relación, demostrando que el chimpancé común (Pan troglodytes) y el bonobo (Pan paniscuso chimpancé enano) son nuestros familiares evolutivos más cercanos (vea “Initial Sequence…”, 2005, 437:69).

Esta invectiva desvergonzada de los políticos darvinistas fue propagada adicionalmente en un artículo de apoyo publicado en la National Geographic. El escritor del personal, Stefan Lovgren comenzó su examen señalando:

Los científicos han secuenciado el genoma del chimpancé y han encontrado que los humanos son el 96 por ciento similares a la especie de simios grandes. “Darwin no fue solamente controversial al decir que descendemos de los simios—él no fue lo suficientemente lejos”, dijo Frans de Waal, un científico especialista en primates de la Universidad Emory en Atlanta, Georgia. “Nosotros somos simios en todo respecto, desde nuestros brazos largos y cuerpos sin colas hasta nuestros hábitos y temperamento” (2005, énfasis añadido).

Este tipo de periodismo sensacionalista puede ayudar a vender revistas, pero éste perjudica grandemente a la ciencia que hace hincapié en el estudio presente. Y definitivamente da al lector un sentido falso de lo que fue realmente descubierto.

Al mirar más allá de la fachada evolutiva, nosotros descubrimos una figura diferente que emerge a la superficie concerniente a la relación entre los humanos y los chimpancés. Considere la información siguiente que fue presentada en los varios artículos en esta edición especial: Los científicos descubrieron 35 millones de sustituciones nucleótidas individuales y 5 millones de inserciones y supresiones pequeñas que eran diferentes entre los humanos y los chimpancés (vea “The Chimpanzee Genome”, 2005). Wen-Hsiung Li y Matthew Saunders observaron:

El asunto de qué cambios genéticos nos hacen humanos es mucho más complejo. Aunque los dos genomas son muy similares, existen alrededor de 35 millones de diferencias nucleótidas, 5 millones de indels [inserciones y supresiones—MP] y muchos cambios de lugares cromosómicos. La mayoría de estos cambios no tendrán efecto biológico significante, así que la identificación de las diferencias genómicas que subrayan tales características de “humananidad” como la capacidad craneal grande, el bipedalismo y el desarrollo del cerebro avanzado permanecen siendo una tarea desalentadora (2005, p. 51, énfasis añadido).

¡Ciertamente es desalentadora! Considere que todas estas diferencias genéticas supuestamente surgieran de las mutaciones. Aun si este fuera el caso, muchas de las diferencias entre los humanos y los chimpancés implican sistemas corporales múltiples. Por ejemplo, la postura erguida, el lenguaje, el tamaño grande del cerebro, la computación matemática, la comunicación, y la carrera a larga distancia a menudo implican que muchos órganos diferentes trabajen juntos. ¿Ocurrieron las mutaciones genéticas que separaban a los humanos de los chimpancés simultáneamente en los sistemas múltiples? Adicionalmente, los científicos saben que las mutaciones no añaden material genético. ¿Dónde está la evidencia científica para la “selección positiva” en este escenario evolutivo y por qué solo ha ocurrido en los humanos?

Chris Gunter y Ritu Dhand amonestaron a los científicos a mantener los resultados en su contexto—especialmente los resultados concernientes a la cifra a menudo-citada del “96% de similitud genética” (o muy a menudo mal citada como el 98%). Ellos remarcaron: “En un cálculo conservador nosotros compartimos alrededor del 88% de nuestros genes con roedores y el 60% con los pollos. Aplicando una definición más liberal de la similitud, algo del 80% de los genes de una ascidia de mar es encontrado en los humanos en alguna forma. Así que no es sorprendente que todavía nos preguntemos, “¿Qué nos hace humanos?” (2005, p. 47).

En un artículo agregado sobre la cultura del chimpancé, Andrew Whiten resaltó incluso más diferencias entre los chimpancés y los humanos. Él anotó:

La cultura del simio puede ser particularmente compleja entre los animales no-humanos, aunque ésta claramente se queda corta frente a la cultura humana. Un enfoque contemporáneo influyente es que la diferencia clave yace en la capacidad humana a favor de la cultura acumulativa, por lo cual los logros de generaciones sucesivas han sido construidos sobre los desarrollos previos para crear estructuras complejas tales como los idiomas y las tecnologías. Los chimpancés han acumulado muchas tradiciones, pero cada una permanece siendo lo suficientemente simple tanto que existe poco campo como para que estas hayan desarrollado complejidad significante comparadas a su forma original. Existen insinuaciones de acumulación, pero estas continúan siendo primitivas y efímeras por estándares humanos (2005, p. 52, énfasis añadido).

“Primitivas y efímeras” es un eufemismo. ¿Cuántos chimpancés alguna vez han adquirido con determinación un boleto aéreo, se han embarcado en un avión, y han volado al Lago Tahoe—donde desempaquetan una caña y un carrete y pescan una trucha? ¿Cuántos han escrito una historia, la han presentado para publicarla, y luego han visitado una biblioteca para ver su propia obra? Sí, ellos pueden romper nueces abiertas, pero también lanzan como rutina excremento entre ellos. ¿Se puede explicar esta diferencia vasta con los humanos por medio de algunas duplicaciones o substituciones de base en el genoma? ¡La respuesta es un rotundo “NO”! Los humanos fueron creados de manera diferente—a la imagen y semejanza de Dios.

El profesor de Harvard Marc Hauser escribió otro artículo titulado, “Our Chimpanzee Mind” (“Nuestra Mente de Chimpancé”). Después de tratar rápidamente de justificar el título, él continuó y concluyó: “En el nivel genético, la publicación del genoma del chimpancé guiará a la capacidad incrementada de establecer con exactitud las homologías. Sin embargo, nosotros somos lamentablemente ignorantes acerca de cómo los genes construyen cerebros, y cómo la actividad eléctrica del cerebro construye pensamientos y emociones” (2005, p. 62, énfasis añadido). El genoma del chimpancé proveerá una gran cantidad de información, pero Hauser está en lo correcto en que esto no puede decirnos cómo estos nucleótidos simples hacen para componer un cerebro o dónde/cómo las memorias son alojadas. La cantidad de información que tenemos todavía que descubrir debería ser una señal clara de cuán intrincado y complejo realmente es el ADN. Y aunque, casi no se le prestó atención a la complejidad enorme del genoma del chimpancé. Uno pensaría que los científicos serían conmovidos por esta evidencia del diseño inteligente; pero en cambio, ellos le dan apresuradamente un efecto evolutivo contrario a la información.

Cuando uno considera la información que fue presentada en esta edición especial no debería pasar por alto otras observaciones claves. En las páginas 48-49, se presenta una “breve historia colorida de los chimpancés”. Interesantemente, la primera anotación es 5-7 millones de años atrás (“tiempo en el cual se cree que el antepasado común de los humanos y chimpancés caminaba en cuatro patas”). La segunda anotación es 1-2 millones de años atrás (cuando el chimpancé supuestamente se divergía del bonobo). La tercera anotación es 1641 (cuando el anatomista holandés Nicolaas Tulp describió a un simio). ¿Qué pasó con todo el tiempo entre las anotaciones? En un periodo de 5-7 millones de años nosotros tenemos solamente dos anotaciones, de las cuales ninguna es sostenida con la evidencia científica real. Ambas son especulaciones. El resto de las anotaciones cubren los pasados 350 años.

Adicionalmente, uno no debería fallar en notar que una de las muchas sorpresas que vino a la luz al secuenciar el genoma del chimpancé fue que el cromosoma humano Y parece haber mantenido su almacenamiento de información genética mejor que el del chimpancé. Los evolucionistas han pronosticado que el cromosoma masculino Y estaba “en peligro” y por ende profetizaron la desaparición de este cromosoma diminuto. Ellos erróneamente asumieron que éste se estaba consumiendo y mutándose hasta desaparecer. Sin embargo, ¡la información del genoma del chimpancé demuestra que el cromosoma humano Y está realmente en mejor forma que el de un simio!

Además, tuviera sentido que si los humanos y los chimpancés fueran genéticamente idénticos, entonces la manera en la cual almacenan ADN sería también similar. Aunque no lo es. El ADN, el cianotipo fundamental de la vida, está apretadamente empaquetado en los cromosomas. Todas las células que poseen un núcleo contienen un número específico de cromosomas. El sentido común exigiría que los organismos que comparten un antepasado común poseyeran el mismo número de cromosomas. Sin embargo, el número de cromosomas en los organismos vivientes varía considerablemente. Por ejemplo, ciertos animales, tales como el mosquito (Culex pipiens) y el gusano nematodo (Caenorhabditis elegans), tienen solamente 6, mientras que la planta de la mora negra (Morus nigra) tiene 308 (vea Sinnott, et.al., 1958). Adicionalmente, la complejidad no parece afectar el número cromosómico. El radiolario, un protozoo simple, tiene más de 800, mientras que los humanos poseen 46. Por otro lado, los chimpancés poseen 48 cromosomas.

Si los científicos esperaban encontrar la “evidencia más reciente” de aquello que nos hace humanos, ellos no lo encontraron en el genoma del chimpancé. Al leer las historias “noticieras grandes” tales como esta, siempre es importante analizar lo que es verdad frente a lo que es especulación. ¿Compartimos una gran cantidad de información genética con los chimpancés? ¡Definitivamente! Pero ¿existe una buena razón para que sea así? Desde luego. Nosotros compartimos la misma Tierra, las mismas condiciones atmosféricas, muchos de los mismos órganos internos, y nosotros comemos comidas similares y necesitamos muchas de las mismas proteínas para mantener la homeostasis. Pero ¡la homología no prueba una ascendencia común! Cuando miramos el orden creado alrededor nuestro, nos damos cuenta rápidamente que Dios usó el mismo diseño básico para mucho de Su creación, y como un resultado nosotros compartimos el mismo código genético. La diferencia fundamental es que el ser humano fue hecho a la imagen de Dios—con un alma que trascenderá la muerte.

 

REFERENCIAS

“The Chimpanzee Genome” (2005), Nature, 437, [En-línea], URL: http://www.nature.com/nature/journal/v437/n7055/edsumm/e050901-01.html.

Gunter, Chris and Ritu Dhand (2005), “The Chimpanzee Genome,” Nature, 437:47, September 1.

Hauser, Marc (2005), “Our Chimpanzee Mind,” Nature, 437:60-63, September 1.

“Initial Sequence of the Chimpanzee Genome and Comparison with the Human Genome” (2005), Chimpanzee Sequencing and Analysis Consortium, Nature, 437:68-87, September 1.

Li, Wen-Hsiung and Matthew A. Saunders (2005), “The Chimpanzee and Us,” Nature, 437:50-51, September 1.

Lovgren, Stefan (2005), “Chimps, Humans 96 Percent the Same, Gene Study Finds,” National Geographic, [En-línea], URL: http://news.nationalgeographic.com/news/2005/08/0831_050831_chimp_genes.html.

Sinnott, Edmund W., L.C. Dunn, and Theodosius Dobzhansky (1958), Principles of Genetics (Columbus, OH: McGraw Hill), fifth edition.

Whiten, Andrew (2005), “The Second Inheritance System of Chimpanzees and Humans,” Nature, 437:52-55, September 1.


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