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Responsabilidad Personal

Mientras que la estructura espiritual de Norteamérica continúa decayendo, sus normas honradas anteriormente están siendo desechadas de la vida diaria. Uno de los valores tradicionales ha sido la importancia de llevar la responsabilidad de las decisiones y acciones personales. Un incidente muy circulado en cuanto a la vida del padre de los Estados Unidos enfatizaba anteriormente este rasgo cultural. Se cuenta que cuando George Washington era un muchacho se encargó de cortar un cerezo. Cuando se le preguntó acerca del incidente, se dice que comentó: “No puedo mentir, yo corté el cerezo”. Independientemente del hecho que este cuento sea ficticio o histórico, éste ilustra el punto que la honestidad, la integridad y el reconocimiento de las acciones personales eran normas sociales apreciadas anteriormente.

Sin embargo, por varias décadas se ha estado socavando seriamente este enfoque de la vida. Ha llegado a ser una característica prominente de la cultura actual culpar a alguien más por las cosas desagradables que nos pasan en la vida. Esta evasión de la responsabilidad personal está ligada al deseo de hacerse rico rápidamente al demandar a cualquiera que puede incluso estar remotamente conectado a la circunstancia. Por consiguiente, un conductor puede derramar café sobre sí mismo después de pasar por la ventanilla de un restaurante de comida rápida, demandar al restaurante—¡y ganar! Alguien puede escoger fumar cigarros por años, demandar a los fabricantes y conseguir grandes sumas de dinero. Alguien puede comer hamburguesas y papas fritas de restaurantes de comida rápida—y luego puede culpar al restaurante por subir de peso y por tener un nivel alto de colesterol.

No me malentienda. Muchas veces los que promueven sus servicios al público no prestan atención a los peligros de sus productos. Sin embargo, muchos litigios en Norteamérica son injustos, extravagantes y deplorables. Muchos juicios han hecho que se gasten millones de dólares en etiquetas superficiales de advertencia que degradan la importancia de las que son realmente necesarias. Ya que los “accidentes ocurren” a causa de circunstancias ordinarias de la existencia humana sin que nadie realmente sea culpable, se está victimizando y seleccionando a la gente inocente para sufrir las consecuencias de la venganza despiadada más cruel, la represalia inmerecida y la codicia.

Una de las enseñanzas más prominentes de la Biblia es el hecho que Dios nos considera responsables de nuestras propias acciones. Mucha gente ha tenido la tendencia constante de culpar a otros (1 Reyes 18:21; Mateo 27:24), pero Dios ha insistido consistentemente en la necesidad de que una persona acepte la responsabilidad de sus propios pensamientos, decisiones y acciones. Por ejemplo, la repetición de las frases, “su sangre será sobre él” (Levítico 20:9,13,27; Deuteronomio 19:10; Ezequiel 18:13; 33:5), y “su sangre será sobre su cabeza” (Josué 2:19; 2 Samuel 1:16; Ezequiel 33:4; Hechos 18:6) muestran esta insistencia bíblica. Las declaraciones, “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4,20) y “el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo” (Ezequiel 18:20; cf. Deuteronomio 24:16) también enfatizan eso.

Nosotros podemos tratar de culpar a otros y evadir la responsabilidad de nuestras propias acciones. Es como cuando decimos a los niños pequeños: “Si pones tu mano en el fuego, te quemarás”. Pero cuando nosotros mismos nos quemamos por nuestro propio comportamiento, llegamos a resentirnos y a molestarnos y queremos que otros sean castigados. Nuestras acciones tienen consecuencias. Dios tiene un registro, y un día nos llamará a cada uno para dar cuenta por nuestras acciones (Mateo 12:36; Romanos 14:12). Él nos considera responsables de nuestras acciones y no a otros. Cuando hacemos elecciones que nos ponen en apuros o nos causan dolor, debemos estar dispuestos a humillarnos y sufrir las consecuencias. Si no queremos enfrentar ese dolor, no debemos cometer los actos que provocan tales consecuencias. Si cometemos esas acciones, nos hacemos merecedores del sufrimiento resultante. Debemos ser lo suficientemente maduros para enfrentar las consecuencias. Incluso cuando experimentemos problemas a causa de la naturaleza de la existencia humana y el mundo alrededor nuestro, sin que hayamos causado los problemas, debemos humildemente inclinarnos y encomendarnos “al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).

Norteamérica sería un mejor lugar en el cual vivir si volviéramos a observar los preceptos simples de la Escritura: “No paguéis a nadie mal por mal… No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios” (Romanos 12:17,19). “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 Pedro 3:8,9).


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