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Principios de la Profecía Bíblica

INTRODUCCIÓN

El estudio de la profecía es verdaderamente una de las áreas de la investigación bíblica más desafiantes, aunque es gratificante. La profecía también es un tema terriblemente abusado. En este artículo me propongo a examinar algo de los principios que gobiernan la profecía bíblica, lo cual permitirá al estudiante devoto de las Escrituras el tener un mejor dominio de este importante tema.

Un examen de la literatura léxica revela que los eruditos están indecisos en cuanto a la etimología del término “profeta”. Algunos piensan que el sustantivo viene de un término arábigo que significa “portavoz” (Smith, 1928, p. 10), mientras que otros sostienen que su raíz es una forma hebrea que significa “borbotar”, como cuando el agua fluye de una fuente escondida (Girdlestone, 1973, p. 239). Esto sugeriría la idea de inspiración detrás del profeta. Sin embargo, ahora es más común creer que la palabra puede ser de origen acadio, y que puede denotar “ser llamado” (Unger & White, 1980, p. 310).

Tal vez la mejor manera de determinar el significado del término es examinar la manera en que la Biblia lo emplea. El pasaje clásico que establece el rol del profeta es Éxodo 7:1,2. “Jehová dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta. Tú dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón…”. Un profeta era simplemente un portavoz de Dios. El profeta también fue llamado “vidente”. Note cómo los términos “profeta” y “vidente” son intercambiados en 1 Samuel 9:9: “Antiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decía así: Venid y vamos al vidente; porque al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente”. Algunos eruditos sugieren que el término “profeta” enfatizaba el trabajo objetivo o activo del portavoz de Dios, mientras que “vidente” subrayaba el método subjetivo de recibir la revelación divina, i.e., por “visión” (Freeman, 1968, p. 40). Un profeta también era designado como un “varón de Dios” (2 Reyes 4:9), un “siervo del Señor” (Ezequiel 38:17), y un “mensajero de Jehová” (Malaquías 3:1).

Existe un número de verdades que necesita ser apreciado si uno debe entender la función de la profecía en la literatura bíblica. Vamos a considerar los siguientes puntos.

EL PANORAMA DE LA PROFECÍA

Al tratar de la profecía, uno necesita clarificar la distinción entre “predecir” y “proclamar”. Muchos asumen, erróneamente, que toda profecía es pronosticadora, i.e., predictiva en su naturaleza. Sin embargo, la profecía también trata los eventos que ocurrieron en el pasado; ésta puede tratar con circunstancias presentes (i.e., contemporáneas al profeta), o puede mirar adelante hacia el futuro.

Por ejemplo, Moisés fue un profeta (Deuteronomio 18:15), aunque cuando él registró la actividad de la creación de Génesis 1, estaba dando un relato divinamente inspirado de lo que ocurrió durante la primera semana de la historia de la Tierra. Ciertamente él no estuvo presente para atestiguar esos eventos. Por otro lado, cuando el profeta abordó ciertas situaciones durante la estancia de Israel por cuarenta años en el desierto, él estaba tratando con condiciones actuales en las vidas de sus amigos hebreos. Amos fue un profeta que escribió muchas cosas que “vio concerniente a Israel” (Amos 1:1).

Finalmente la visión del profeta algunas veces fue dirigida al futuro donde él predecía detalles concernientes a cierta gente y eventos. De pasada, yo puedo mencionar varias categorías relacionadas a la profecía predictiva. Por ejemplo, existen profecías que se relacionan a individuos. La misión de Josías fue predicha más de tres siglos antes de su nacimiento (cf. 1 Reyes 13; 2 Reyes 23). El rol del rey persa, Ciro, de liberar a los hebreos de la cautividad de Babilonia, fue descrita más de un siglo y medio antes de su reinado (cf. Isaías 44:28; 45:1 et.seq.). El destino de ciudades y naciones es anunciado proféticamente en varias escrituras. Las descripciones de Daniel del imperio babilónico, medo-persa, griego, y romano son nada menos que milagrosas (cf. Daniel, capítulo 2,7,8). También, existe un asunto de profecías mesiánicas. De las más de 800 profecías del Antiguo Testamento, a lo menos 300 se centran en la venida del Cristo (vea Jackson, 1974, pp. 66-69).

La intención de la profecía predictiva fue establecer la credibilidad de Dios y, finalmente, la autenticidad de Sus sagradas Escrituras. En este artículo, yo estaré lidiando principalmente con la naturaleza predictiva de la profecía bíblica.

PROFECÍA PREDICTIVA GENUINA—LA PRUEBA

La profecía predictiva puede ser definida como “un milagro de conocimiento, una declaración, o descripción, o representación de algo futuro, más allá del poder de la sagacidad humana para discernir o calcular, y ésta es la evidencia más alta que puede ser dada de la comunión sobrenatural con Dios, y de la verdad de una revelación de Dios” (Horne, 1841, 1:119).

Existe una cifra de criterios para determinar la autenticidad de la profecía—como opuesta a la predicción especulativa. La profecía debe implicar: (1) Tiempo apropiado, i.e., el oráculo debe preceder significativamente a la persona o evento descrito. Debe estar más allá del reino del cálculo razonable para así evitar la posibilidad de una “conjetura fundamentada”. Cuando uno “profetiza” que lloverá mañana—cuando el clima le favorece—esto nunca evidencia intervención divina. (2) La profecía debe presentarse en detalle específico, no generalizaciones vagas que son capaces de ser manipuladas para calzar varias circunstancias. Predecir que “alguien” hará “algo” en “algún momento” no es muy impresionante. (3) El cumplimiento exacto, no un simple grado de probabilidad, debe caracterizar la predicción. ¡Un profeta que es 80% exacto no es un profeta en absoluto!

En esta conexión debemos observar que los profetas de la Biblia, cuando pronunciaban sus declaraciones, hablaban con confianza absoluta. Ellos frecuentemente empleaban una forma verbal conocida como el estado perfecto, lo cual sugiere acción completa. Un erudito lo llamó lo “perfecto de la confianza” (Watts, 1951, p. 17). Esto habla del evento como si ya hubiera ocurrido (aunque todavía en el futuro), por ende enfatiza la seguridad de su cumplimiento. Por tanto, Isaías pudo decir, “Porque un niño nos es nacido…” (9:6), aun cuando la encarnación de Cristo estaba todavía siglos aparte. La profecía nunca fue expresada con un inseguro “tal vez”, o un ambiguo “quizá”.

El estándar divino para un profeta verdadero es establecido por Moisés. “Si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado…” (Deuteronomio 18:22). En Isaías 41:23, es dado un desafío a los dioses falsos del paganismo: “Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses…”. Claramente, la profecía predictiva es un elemento importante de las sagradas Escrituras, y se eleva superiormente por encima de las profecías falsas del mundo de hoy.

PROFECÍA—¿CONDICIONAL O ABSOLUTA?

Aunque hemos señalado que los profetas hablaron con confianza, es también importante observar que algunas profecías fueron obviamente condicionales. Esto es específicamente verdadero con referencia a las predicciones que contenían advertencias de juicio inminente sobre gente impía. El destino anunciado proféticamente dependía sobre el hecho de que la nación regresara o no de su maldad.

Por ejemplo, cuando Jonás fue a la ciudad de Nínive, él anunció: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (3:4). Sin embargo, esa advertencia obviamente fue condicional como se hace evidente por el hecho de que cuando la gente de Nínive se arrepintió, y “vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino”, Él retiro el juicio y no los destruyó (cf. 3:10). Similarmente, cuando Dios prometió a los israelitas que la tierra de Canaán sería su herencia, la promesa dependió sobre su fidelidad a Jehová. Note el testimonio de Josué 23:16. “Si traspasareis el pacto de Jehová vuestro Dios que él os ha mandado, yendo y honrando a dioses ajenos, e inclinándoos a ellos. Entonces la ira de Jehová se encenderá contra vosotros, y pereceréis prontamente de esta buena tierra que él os ha dado”. La nación hebrea apostató y perdió sus privilegios especiales con Dios (cf. Mateo 21:43). Esos religiosos y políticos del siglo veinte que ferviente y continuamente abogan por el derecho intrínseco de Israel a Palestina pasan por alto este elemento crucial de la profecía bíblica.

Por otra parte, algunas profecías fueron absolutas. Las predicciones concernientes al Mesías venidero no fueron predichas sobre la respuesta humana; éstas fueron cumplidas con exactitud impresionante. El Mesías debía ser: la simiente de la mujer (Génesis 3:15), la simiente de Abraham (Génesis 22:18), de la tribu de Judá (Génesis 49:10), nacido de una virgen (Isaías 7:14), en el pueblo de Belén (Miqueas 5:2), etc. No había nada condicional acerca de estos enunciados.

EL LENGUAJE DE LA PROFECÍA

Si alguien quiere interpretar exactamente la profecía de la Biblia, él ciertamente debe reconocer que el lenguaje de la literatura predictiva puede ser literal o figurativo. Pero ¿cómo determina uno la naturaleza de la terminología profética? En algunos casos, el sentido común dictará la característica de la profecía. Si un enfoque literal implica una imposibilidad o un disparate, es obviamente figurativo. Frecuentemente, el contexto aclarará la situación. En muchos casos, el asunto será establecido por cómo los escritores del Nuevo Testamento (quienes mencionaron o citaron las profecías) enfocaron el asunto. Cuando los escritores del Antiguo Testamento declararon que Cristo sería la simiente de Abraham (Génesis 22:18), o que Él sería resucitado de los muertos (Salmos 16:10), hicieron predicciones claras que fueron cumplidas literalmente.

No obstante, cuando Isaías anunció que Juan el bautista “prepara en el desierto calzada en soledad a nuestro Dios” (40:3), él no estaba sugiriendo que Juan iba a crear un proyecto para pavimentar el desierto de Palestina; en cambio, el lenguaje fue una descripción simbólica del trabajo preparatorio de Juan preliminarmente al ministerio de Jesús (cf. Mateo 3:1 et.seq.). Cuando el profeta predijo que “el león como el buey comerá paja” (Isaías 11:7), él no estaba sugiriendo que Jehová intentaba rediseñar los procesos dentales/digestivos del reino animal en la presunta era “milenial”. Él estaba sugiriendo figurativamente la atmósfera pacífica que sería característica de la iglesia de Cristo como de las varias naciones que llegaban a ella (cf. 11:10; Romanos 15:12). Por ende, es vital que la naturaleza del lenguaje en la profecía bíblica deba ser identificada correctamente.

EL PROFETA Y SU GENERACIÓN

Los críticos liberales de la Biblia niegan la realidad de la profecía predictiva (y otros elementos milagrosos en las Escrituras). Frecuentemente ellos preguntan: “¿Qué relevancia tuviera la profecía para la gente que nunca la vería cumplida?”. Por ende, ellos buscan desesperadamente algunas implicaciones que serían contemporáneas al mismo profeta (como, por ejemplo, postulando una joven doncella de los días de Isaías que se ajustaría a su profecía del nacimiento virginal—7:14). El hecho es que, algunas profecías no tienen relevancia inmediata para su generación contemporánea. Aquellos de la antigüedad no entenderían completamente las predicciones—excepto tenuemente a través de los ojos de la fe. A Abraham, a través de profecía, se le prometió que su simiente recibiría Canaán por herencia, aunque él mismo no vio el cumplimiento (cf. Génesis 15:12 et.seq.; Hebreos 11:8-16). Ni incluso los profetas entendieron el significado de muchas de sus declaraciones inspiradas. Pedro trató este mismo asunto en 1 Pedro 1:10-12. El plan redentor de Dios, como anticipado por los mensajeros del Antiguo Testamento, fue un “misterio”, que ahora puede ser percibido solamente por medio de la revelación del Nuevo Testamento (Efesios 3:1-13).

CUMPLIMIENTO PARCIAL Y COMPLETO

Aquellos con tendencias teológicas flojas algunas veces son propensos a decir que ciertas profecías del Antiguo Testamento tienen un cumplimiento bastante inmediato, pero que los escritores del Nuevo Testamento algunas veces sacaron a estos pasajes de sus contextos originales y le dieron significados ajenos a su diseño original. Un escritor, por ejemplo, ha aseverado: “Pablo parafraseó pasajes sin consideración a su contexto original, o a su significado… Esto es como si las palabras de la escritura expresaran un poder convincente dentro de sí mismas aparte de su contexto original” (Batey, 1969, p. 134; vea también Coffman, 1983, 4:143). Existe un viejo dicho: “Un texto fuera de su contexto es un mero pretexto” ¿Por qué acusar a los apóstoles con aquello que no toleramos en los predicadores contemporáneos?

Primero, uno debería intentar averiguar precisamente cómo el escritor del Nuevo Testamento está apelando al pasaje del Antiguo Testamento. Pero eso no es siempre fácil. ¿Está el escritor del Nuevo Testamento apropiándose del lenguaje de un texto del Antiguo Testamento? ¿Está empleando una escritura ilustrativamente? O ¿pretende afirmar que un incidente del Nuevo Testamento es realmente un “cumplimiento” de la profecía? Debemos recordar que los escritores antiguos no utilizaron los mismos recursos literarios empleados hoy en día. Las comillas, los dos puntos, las elipsis, los paréntesis, etc., eran desconocidos para ellos. En vista de esto, nosotros podemos no siempre saber exactamente cómo ellos estaban utilizando el lenguaje de las Escrituras más antiguas. Ya que grandemente somos ignorantes de sus procedimientos, el criticismo de ellos no es apropiado (cf. Paché, 1969, Capítulo 10).

Segundo, ¿no es posible que el omnisciente Espíritu Santo, Quien guió tanto a los profetas del Antiguo Testamento y a los escritores inspirados del Nuevo Testamento, pudiera haber dirigido ciertas profecías al Israel antiguo, pero que también hubiera sabido que un evento futuro finalmente cumpliría el significado de Sus palabras? ¿Qué está equivocado con tal punto de vista? Absolutamente nada. Es ciertamente posible, y protege la integridad de los escritores del Nuevo Testamento. Déjeme sugerir un ejemplo para ilustrar este punto.

David declaró: “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmos 41:9). Durante la última cena, Cristo citó este pasaje como sigue: “El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Juan 13:18), aplicándolo a la traición de Judas, y declarando que eso cumplía el enunciado del salmo de David. Sin embargo, el Señor alteró la cita. Él omitió “en quien yo confiaba”, de la fuente original, siendo la razón, que ¡Él nunca confió en Judas! Jesús sabía desde el comienzo quién le traicionaría (Juan 6:64). Por tanto, es claro que el Salmo 41:9 tiene una aplicación directa a uno de los enemigos de David, pero el “cumplimiento” remoto y completo vino con la traición de Judas del Hijo de Dios. Yo personalmente no creo que sea aceptable sugerir que las profecías tienen un “doble cumplimiento”. Esa es una expresión sin significado. ¡Si una profecía es cumplida completamente una vez, nunca puede ser cumplida “más completamente” luego! Sería mejor hablar de algunos textos que tienen una “aplicación inmediata” o “cumplimiento parcial”, y luego un “cumplimiento remoto”.

Aunque otra vez, debemos notar que, consistente con Sus propósitos propios, el Espíritu Santo puede dar a una profecía aplicaciones múltiples. Considere el caso del Salmo 2:7, donde Jehová dijo: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy”. En el Nuevo Testamento, este enunciado es aplicado a Cristo en varios sentidos diferentes. Primero, es empleado para demostrar que Cristo es superior a los ángeles, ya que el Padre nunca se dirigió a algún ser angelical, diciendo, “Mi hijo eres tú, yo te engendré hoy” (cf. Hebreos 1:5). [Esta es una verdad que los “Testigos de Jehová” (quienes claman que Cristo fue un ángel creado) harían bien en aprender]. Segundo, Salmos 2:7 es aplicado por Pablo a la resurrección de Cristo de los muertos. El apóstol argumentó que “Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú…” (Hechos 13:33). Desde luego, fue por Su resurrección que Jesús fue declarado Hijo de Dios con poder (Romanos 1:4). Por ende, fue apropiado que el salmo sea aplicado a la resurrección del Señor. Tercero, el escritor de Hebreos usó el salmo para probar que Cristo no se glorificó a Sí mismo para ser nuestro sumo sacerdote; en cambio, tal rol fue debido a Su relación como el Hijo de Dios (Hebreos 5:5). Otra vez, nosotros debemos absolutamente hacer hincapié que el Espíritu Santo, Quien inspiró el salmo original, ciertamente tenía todos estos pensamientos diversos en mente—como es evidenciado por Su guía a los escritores del Nuevo Testamento mientras ellos empleaban Su lenguaje.

CONCLUSIÓN

Los principios anteriores de ninguna manera vacían el tema de la profecía de la Biblia. Sin embargo, estos son ilustrativos de las clases de factores que necesitan ser considerados al llevar a cabo esta clase de estudio. Otra vez, vamos a recordar que la profecía es una de las pruebas cruciales para establecer la credibilidad de las Santas Escrituras. Por tanto, vamos a estudiar esta área de la información bíblica cuidadosamente y vamos a emplearla apropiadamente en nuestra defensa de la fe.

 

REFERENCIAS

Batey, Richard (1969), Letter of Paul to the Romans (Austin, TX: Sweet).

Coffman, Burton (1983), The Minor Prophets (Austin, TX: Firm Foundation).

Freeman, Hobart (1968), An Introduction to the Old Testament Prophets (Chicago, IL: Moody).

Girdlestone, Robert (1973 reprint), Synonyms of the Old Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans).

Horne, Thomas H. (1841), Introduction to the Holy Scriptures (Philadelphia, PA: Whetham & Son).

Jackson, Wayne (1974), Fortify Your Faith in an Age of Doubt (Stockton, CA: Courier Publications).

Paché, René (1969), The Inspiration and Authority of the Scriptures (Chicago, IL: Moody).

Smith, G.A. (1928), The Book of the Twelve Prophets (New York: Harper).

Unger, Merrill F. and Wlliam White (1980), Expository Dictionary of the Old Testament (Nashville, TN: Nelson).

Watts, J.W. (1951), A Survey of Syntax in the Hebrew Old Testament (Nashville, TN: Broadman).


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