¡Presente una Defensa—a Todos!
La palabra “apologética” se deriva del griego apologia, que significa defender o presentar una defensa. Entonces, la apologética cristiana es la defensa del cristianismo.
A menudo se apela a 1 Pedro 3:15 como el “versículo de apologética” a causa de su mandamiento a “santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”.
El apóstol inspirado instruyó a los creyentes a estar listos a presentar una defensa. Presentar una defensa de la esperanza que está en el corazón de los cristianos fieles es algo fácil. Cuando quiera que alguien está rodeado de otras personas de una “igual fe preciosa”, llega a ser evidente que es algo fácil defender abiertamente el cristianismo del Nuevo Testamento. Tal vez por esta razón Pedro llevó el pensamiento un paso más adelante al decir que los cristianos debían estar listos a presentar una defensa “ante todo el que os demande razón”.
Imagine a Pedro escribiendo estas palabras mientras su mente se remontaba a la hora del arresto y proceso de Jesús. Poco antes que los eventos de esa noche comenzaran a desarrollarse, Pedro había declarado abiertamente y valientemente que moriría con Cristo. Pero una vez que la multitud homicida arrestó a Su Señor, Pedro se retrajo, escondiéndose en la oscuridad y siguiéndole a una distancia. Su debilidad e ignominia aumentó cuando entró al patio del sumo sacerdote. Esperándole fuera del tribunal estaba un enemigo con el cual no pudo pelear—un enemigo tan feroz y atroz que su boca no pudo pronunciar defensa de su fe o su Señor. ¡Ese enemigo fue…una criada!
“Tú también estabas con Jesús el galileo”, ella le acusó. Y Pedro, quien había declarado en medio de los discípulos que Cristo era el Hijo del Dios viviente (Mateo 16:16), y quien había estado entre los discípulos que expresaron su afirmación que solamente Cristo tenía palabras de vida (Juan 6:68), se quedó pasmado mientras negaba cobardemente, “No sé lo que dices” (Mateo 26:70).
Pedro había enfrentado un desafío principal a su fe—y había fracasado miserablemente. Así que él sabía por experiencia propia cómo se sentía que su fe colapsara bajo la presión del enemigo. Pero solo unas pocas semanas después de su negación vergonzosa, el Señor le concedió el privilegio de predicar el sermón que abrió las puertas del Reino en el Día de Pentecostés.
Por tanto, la amonestación de Pedro para los que seguirían sus pasos llega a ser algo parecido a la advertencia de una madre que ha quemado su mano en la cocina muchas veces y quiere evitar que su hijo cometa el mismo error y enfrente el mismo dolor. Sin duda, la experiencia que cambió la vida de Pedro fue la razón por la cual el apóstol instó a todo cristiano a “santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. Él conocía muy bien la alternativa—negar al Señor en frente del enemigo—y conocía más que muchos que esta alternativa era muy horrible de contemplar.
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