¡No Toquéis Cadáveres!
En su libro, None of These Diseases (Ninguna de Estas Enfermedades), los médicos S.I. McMillen y David Stern hablaron de cómo las muchas reglas de higiene establecidas por Dios para los hijos de Israel todavía se aplican hoy. Para ilustrar su punto, ellos relataron la historia de Ignaz Semmelweis.
En 1847, un obstetra llamado Ignaz Semmelweis era el director de una sala de hospital en Viena, Austria. Muchas mujeres embarazadas se chequeaban en su sala, pero el 18% de esas mujeres nunca salía. Una de cada seis que recibían tratamiento en la sala de Semmelweis moría de fiebre. Las autopsias revelaban pus debajo de su piel, en sus cavidades pectorales y en las cuencas de sus ojos, etc. Semmelweis estaba afligido por el índice de mortandad en su sala y otras salas de hospital por toda Europa. Si una mujer daba a luz usando una partera, el índice de muerte era solamente el 3%. Aunque si ella escogía usar el conocimiento y las facilidades médicas más avanzadas del tiempo, ¡su oportunidad de morir se elevaba al 18%!
Semmelweis trató todo para frenar la mortandad. Él ordenó que todas las mujeres se echaran en su costado con la esperanza que el índice de muerte bajara, pero en vano. Pensó que tal vez la campana que el sacerdote hacía sonar en las tardes asustaba a las mujeres. Así que, hizo que el sacerdote entrara silenciosamente, pero el índice de muertes no bajó en absoluto.
Mientras que él contemplaba este dilema, observó cómo los jóvenes estudiantes de medicina realizaban sus labores rutinarias. Cada día los estudiantes realizaban autopsias en las madres muertas. Luego enjuagaban sus manos en un tazón con agua manchada de sangre, secaban sus manos en una toalla simple compartida por todos e inmediatamente comenzaban exámenes internos en las madres todavía vivas. Como un observador del siglo veintiuno, usted probablemente se horroriza al pensar que tales prácticas realmente se realizaban en instituciones que eran la “tecnología moderna” de ese tiempo. ¿Qué doctor en sus cinco sentidos tocaría a una persona muerta y luego realizaría exámenes en pacientes vivos—sin primero emplear prácticas mínimas de higiene proyectadas a matar los gérmenes? Pero para los europeos a mediados del siglo diecinueve, los gérmenes eran un concepto desconocido. Ellos nunca habían visto un germen, mucho menos habían predicho su potencial destructivo. Según sus teorías, las enfermedades eran causadas por “condiciones atmosféricas” o “influencias telúricas cósmicas”.
Semmelweis ordenó a todos en su sala a lavarse completamente sus manos en una solución de cloro después de cada examen. En tres meses, el índice de muertes descendió del 18% al 1%. Semmelweis había hecho un descubrimiento impresionante, ¿no cree? ¿Es posible que el Dr. Semmelweis simplemente “redescubriera” lo que había sido conocido en algunos círculos por muchos años?
Casi 3,300 años antes que Semmelweis viviera, Moisés había escrito: “El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días. Al tercer día se purificará con aquella agua, y al séptimo día será limpio; y si al tercer día no se purificare, no será limpio al séptimo día” (Números 19:11,12). Los gérmenes no eran un nuevo descubrimiento en 1847; Dios sabía de estos todo el tiempo. Si solamente aprenderíamos a dar a las Santas Escrituras el respeto que merecen, podríamos salvarnos de tanto pecado, dolor y muerte.
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