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Negación Bíblica de los “Anticristos” del Tiempo Moderno

La larga historia de los intentos fallidos por identificar al así-llamado “Anticristo” sería graciosa si no fuera trágica. Los candidatos para este personaje han incluido a Nerón, Napoleón, Hitler, Mussolini, Stalin, Kruschev y Saddam Hussein. La “marca de la bestia” que supuestamente el Anticristo hace que la gente reciba ha sido asociada con los números de seguro social, los códigos de barras, la www de la Web mundial e incluso con la agencia estadounidense encargada de recolectar impuestos (ciertamente una propuesta muy tentadora). Se pudiera evitar estas necedades interminables si se tomara a la Biblia seriamente y se reemplazara los motivos impuros por una búsqueda honesta de la verdad.

De hecho, el término “anticristo” aparece solamente cinco veces en la Escritura, solamente en los escritos de Juan, y solamente en dos de sus cinco libros: 1 Juan 2:18,22; 4:3; 2 Juan 7. Las implicaciones son importantes. Los dispensacionalistas no van a 1 y 2 Juan cuando hablan del anticristo. Ellos van a Apocalipsis, 2 Tesalonicenses o a Daniel. ¡Ellos van a pasajes que incluso no usan la palabra “anticristo”!

A diferencia de las reclamaciones modernas, Juan aplicó el término “anticristo” a más de un individuo, y a individuos que estaban viviendo en ese entonces—¡en el primer siglo! Por ejemplo, 1 Juan 2:18 declara que habían surgido muchos anticristos en el tiempo de Juan, y por ende él declaró que era “el último tiempo” (i.e., el periodo final de la historia religiosa referida comúnmente como “los postreros días”, como en Hechos 2:16-17). Él luego describió el comportamiento de los anticristos como un comportamiento que “no es de Dios” (1 Juan 4:3). “Anticristo” era simplemente cualquiera que negaba a Cristo (1 Juan 2:22). Por tanto, Juan calificó a este espíritu engañado como “el engañador y el anticristo” (2 Juan 7). Note el uso del artículo. ¡Juan estaba diciendo que la gente que vivía en su propio tiempo que negaba la encarnación de Jesús debía ser considerada como anticristo! No solo un anticristo—sino ¡el anticristo! La idea que el término “anticristo” se aplica a algún “líder tirano futuro” (Lindey, 1970, pp. 87et.seq.) que llevará al mundo a un holocausto global se opone completamente a la manera en que Juan usa inspiradamente el término.

El pasaje principal que se usa para sostener la noción de un anticristo es Apocalipsis 13:1-10. Varios puntos en cuanto al contexto del libro de Apocalipsis y su interpretación adecuada guían al entendimiento que la bestia marina de siete cabezas era un símbolo para el emperador monstruoso de Roma de ese tiempo, quien era responsable por desatar una persecución atroz sobre los cristianos de Asia Menor en los últimos años del primer siglo d.C. (Summers, 1951, pp. 174-175; Swete, 1911, pp. 161et.seq.). La bestia terrestre de dos cuernos (Apocalipsis 13:11-18), que impuso la adoración a la bestia marina, hacía referencia a la organización gubernamental oficial conocida como la Concilia Romana que era responsable de apoyar y regular todos los detalles relacionados a la adoración del emperador (Summers, pp. 178-179; Swete, pp. 168et.seq.). Esta entidad legal impía tenía la autorización para instigar sanciones económicas en contra de los que rechazaban llevar la “marca” de la bestia. La “marca” era un símbolo que probaba su sumisión a la adoración del César (vs. 17). Con este entendimiento de Apocalipsis 13, no es escritural y bíblico identificar a la bestia marina en Apocalipsis 13 con algún dictador romano revivido como el “Anticristo”.

El segundo pasaje que algunos dicen que predice un anticristo es Daniel 9:24-27. Note cuidadosamente el contenido de esta maravillosa profecía. Durante el periodo profético que Daniel identificó en términos de setenta y siete semanas simbólicas (vs. 24), se “terminaría”, “pondría fin” y se “expiaría” la trasgresión, el pecado y la iniquidad. Esta terminología claramente hace referencia al sacrificio de Cristo en la cruz (Hebreos 9:26). El efecto de la obra expiatoria de Cristo fue “justicia perdurable”. Como Pablo declaró: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21; cf. Jeremías 23:5-6). A causa de lo que Jesús hizo, la gente puede presentarse delante de Dios en justicia completa a través de la obediencia de fe. De igual manera, se “sellaría” la “visión” y la “profecía”. Esto hace referencia a la terminación inevitable de la profecía del Antiguo Testamento y su cumplimiento en la aparición de Cristo en la historia humana. “Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días” (Hechos 3:24; Hebreos 1:1-2). Finalmente, la frase en Daniel 9:24 que habla del “ungimiento” del “Santo de los santos” hace referencia al ministerio público y coronación de Jesús mientras tomó Su lugar en Su trono para gobernar en Su reino. Isaías dijo: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos” (61:1). En el Día de Pentecostés, Pedro dijo: “Así que, exaltado por la diestra de Dios….” (Hechos 2:33). Note que Daniel resumió el periodo completo de las setenta semanas al incluir todos estos seis factores en las setenta semanas.

Además, Daniel dividió el periodo de las setenta semanas en tres segmentos: siete semanas, sesenta y dos semanas y una semana. El versículo 25 tiene que ver con las primeras semanas del periodo de las setenta semanas. Durante estos dos periodos, durante sesenta y nueve de las setenta semanas proféticas, se expedirá un decreto para la reconstrucción de Jerusalén y el templo que los babilonios habían destruido (cf. Nehemías 2:7-8; Esdras 1:1-3). Daniel clarificó que estas sesenta y nueve semanas del periodo profético, durante el cual se reconstruiría el templo y se restablecería el Israel nacional, precederían a la aparición del Mesías.

El versículo 26 habla de la semana final del periodo profético de setenta semanas, ya que él dijo, “después de las sesenta y dos semanas”. La palabra “después” nos presenta la setentava semana de los comentarios de Daniel. Dos eventos significativos ocurrirían durante esta semana final. Primero, se “quitaría la vida” al Mesías. Esto definitivamente hace referencia a la muerte de Jesús en la cruz: “Porque fue cortado de la tierra de los vivientes” (Isaías 53:8). Segundo, un “príncipe” y su pueblo vendría y destruiría la ciudad y el santuario—una alusión obvia a la destrucción de Jerusalén y el edificio del templo el año 70 d.C. por medio de Tito y su ejército romano.

El versículo 27 alude al comienzo del nuevo pacto entre el Mesías y “muchos”, es decir, entre Cristo y los que responden a las demandas del nuevo pacto. Como el escritor de Hebreos dijo: “He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto” (8:8; cf. Hechos 3:25). El Nuevo Testamento enseña que la muerte del Mesías, la crucifixión, fue el acto que confirmó el pacto (Mateo 26:28; Hebreos 9:15-29) y abolió las prácticas del Antiguo Testamento de sacrificio y oblación (Colosenses 2:14; Lucas 23:45; Hebreos 10:18-20). Luego Daniel aludió a la invasión despiadada de Jerusalén con la frase “abominación desoladora”. Jesús citó esta frase en Mateo 24:15 y Lucas 21:20, y la aplicó a la profanación romana y a la destrucción del templo de Jerusalén el año 70 d.C.

Por ende, el propósito fundamental de la profecía de las setenta semanas de Daniel fue mostrar el decreto final y completo concerniente a la mancomunidad israelita. Todos estos eventos que se describe en la profecía se cumplieron literalmente más de 1,900 años atrás. Según Dios, el final lógico del Antiguo Testamento y el judaísmo ya ha ocurrido. Ahora Él pacta solamente con los hijos espirituales de Abraham, sean judíos o gentiles (Romanos 4:11-12,16; 9:8). Daniel 9 no da crédito a la noción de un Anticristo futuro.

El tercer pasaje que se usa para promover la creencia en un Anticristo es 2 Tesalonicenses 2:1-12. Usar este texto para hacer referencia a un personaje futuro es entender incorrectamente el texto ya que Pablo declaró explícitamente que él se estaba refiriendo a una persona que sería el producto de las circunstancias de su propio tiempo, i.e., “ya está en acción” (vs. 7). ¿Cómo pudo Pablo haber tenido en mente a un dictador futuro que todavía no había surgido si ya ha pasado 2,000 años? No se necesita ir a otro lugar para saber que 2 Tesalonicenses 2 no hace referencia a un Anticristo futuro.

La historia está repleta de una variedad de interpretaciones de este pasaje, siendo probablemente la más prominente el enfoque que se está considerando al papado (vea Workman, 1988, pp. 428-434; Eadie, 1877, pp. 340et.seq.). Otra posibilidad es que la “apostasía” (vs. 3) haga referencia al rechazo judío del “camino nuevo y vivo” para acercarse a Dios (Hebreos 10:20). Los judíos fueron los adversarios más inflexibles de Cristo y la iglesia primitiva (Juan 8:37-44; Hechos 7:51-53; 13:45-50; Romanos 10:20-21; 11:7; 1 Tesalonicenses 2:14-16). Esta rebelión o apostasía, no alcanzaría su clímax “completo” (Mateo 23:32) sino hasta la destrucción de Jerusalén el año 70 d.C. y la dispersión resultante del pueblo judío. Pablo ya había aludido a esta apostasía judía en 1 Tesalonicenses 2:15-16. El derramamiento de la ira de Dios era la consecuencia lógica del rechazo israelita del primer siglo para llegar al cristianismo.

El “hombre de pecado” o el “hijo de perdición” (vs. 3) hubiera hecho referencia al imperialismo romano, y hubiera sido comparado con la “abominación desoladora” que Jesús aludió en Mateo 24:15 y Lucas 21:20 al citar Daniel 9. El versículo cuatro hiciera referencia al general romano que introduciría su insignia idolátrica en el lugar santísimo en el año 70 d.C.

Lo que “detenía” (vs. 6), o restringía, a este hombre de pecado, al momento que Pablo estaba escribiendo 2 Tesalonicenses aproximadamente el año 53 d.C. hubiera sido la presencia del estado judío. El diseño ingenioso de Dios era que el cristianismo apareciera delante del gobierno romano hostil como nada más que otra secta de los judíos. Por ende el cristianismo estaba protegido por el momento (i.e., 30-70 d.C.) de la furia y la persecución de las fuerzas de Roma, mientras se desarrollaba, esparcía y daba oportunidad amplia a los judíos para que se incorporen al remanente electo—la iglesia de Cristo (cf. Romanos 11:26). Así que la nación de Israel no tenía excusa al rechazar el cristianismo, y al mismo tiempo servía como una fuerza limitadora al prevenir que los romanos percibieran el cristianismo como una religión separada y por ende ilegal (religio illicita). Una vez que la apostasía judía se completó, y la ira de Dios se derramó sobre Jerusalén, se llegó a considerar el cristianismo como una religión distinta al judaísmo. El “inicuo” (vs. 8) perseguía cada vez más a los cristianos. De hecho, después del año 70 d.C. (cuando se quitó el efecto limitador del judaísmo), la oposición romana en contra del cristianismo creció cada vez más, culminando en la persecución feroz y temible de César Domiciano en la década final del primer siglo.

Una vez que el escudo del judaísmo “fue quitado” (vs. 7), y el cristianismo estuvo sujeto cada vez más a las humillaciones del odio gubernamental, el Señor debía venir y “matar con el espíritu de su boca” (vs. 8) al responsable. Esta terminología no alude a la Segunda Venida de Cristo. En cambio, este versículo hace referencia a la venida del juicio de Cristo sobre el poder romano. Este uso de la palabra “venida” para describir la exhibición de la ira de Dios sobre los pueblos en la historia es común (cf. Isaías 19:1; Miqueas 1:3). Pablo aludió a la realización gubernamental de milagros falsos (vs. 9) y engaño (vs. 10)—lo cual trae a la memoria el hecho que la Concilia romana empleaba engaños e ilusión para hacer que la gente adorara al emperador en Apocalipsis 13:13-15 durante la última década del primer siglo d.C. (vea Barclay, 1960, 2:127-128; Hailey, 1979, pp. 294-295; Summers, 1951, pp. 178-179). Existen suficientes indicaciones textuales en este pasaje para rechazar la interpretación premilenial de un futuro “Anticristo”.

Cuando se estudia los pasajes bíblicos en su debido contexto, estos no proveen sostenimiento para el enfoque dispensacional. Los que han aplicado durante los siglos estos pasajes a la autoridad papal, a Napoleón, Mussolini, Hitler, Saddam Hussein, et.al., han estado equivocados. Sorprendentemente, el patrón continúa entre los que no han aprendido de los errores tristes del pasado.

REFERENCIAS

Barclay, William (1960), The Revelation of John (Philadelphia, PA: Westminster).

Eadie, John (1877), Commentary on the Epistles to the Thessalonians (Grand Rapids, MI: Baker, reimpresión de 1979).

Hailey, Homer (1979), Revelation (Grand Rapids, MI: Baker).

Summers, Ray (1951), Worthy Is the Lamb (Nashville, TN: Broadman).

Swete, Henry (1911), Commentary on Revelation (Grand Rapids, MI: Kregel, reimpresión de 1977).

Workman, Gary (1988), Studies in 1 and 2 Thessalonians and Philemon (Denton, TX: Valid Publications).


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