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La “Levadura” Buena del Cristianismo

En una de sus parábolas muy instructivas, Jesús estableció el siguiente concepto en cuanto a su reino venidero:

El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado (Mateo 13:33).

Los expositores de la Biblia están de acuerdo que la “levadura” de esta parábola hace referencia a la influencia persuasiva y buena del reino de Cristo. Esta levadura se presentó desde el primer siglo en adelante. En su obra clásica sobre las parábolas, Trench señaló que el cristianismo, “funcionando desde el centro hasta la circunferencia, gradualmente…se hizo sentir hasta que el mundo romano fue en parte o totalmente leudado por él” (1877, p. 121). En su importante tratado sobre las parábolas, Taylor afirmó que la levadura representa “la influencia buena, completa y agresiva que Cristo introdujo al mundo cuando vino a la tierra a vivir, morir y resucitar como el Salvador de los pecadores” (1928, p. 60).

Tal vez no existe una descripción más gráfica de la vileza del mundo mediterráneo que la que Pablo proveyó en la introducción del capítulo de su Epístola a los Romanos. Realmente esta descripción es terrible. William Barclay observó:

Cuando leemos Romanos 1:26-32 puede parecer que este pasaje es la obra de un moralista casi histérico que estuvo exagerando la situación contemporánea y retratándola en colores de hipérbole retórica. Este capítulo describe una situación de degeneración de moralidad casi sin paralelo en la historia. Pero no hay nada que Pablo dijo que los escritores griegos y romanos mismos no dijeran (1957, p. 23).

Este erudito escocés entonces procedió a documentar su descripción por medio de muchas citas de historiadores antiguos que comentaron sobre este periodo de historia de depravación. En este ambiente hostil se inauguró la religión de Jesús, cambiando gradualmente para lo mejor el estado moral del mundo. Si alguien puede pensar que esta evaluación es parcial, tal vez podemos apelar al testimonio de un escritor a quien no se pudiera acusar de sentir simpatía por el cristianismo.

Se ha descrito a Bertrand Russell (1872-1970), un agnóstico, como el filósofo más influyente del siglo XX. En 1950, se le dio el Premio Nobel en literatura. Él fue un opositor militante de la religión de Jesucristo, incluso al punto de escribir una composición titulada, “Por qué No Soy Cristiano”. Menciono esto para argumentar que cualquier testimonio que obtengamos de él ciertamente no se originaría de un corazón predispuesto hacia el Maestro de Nazaret. A pesar de esto, de manera interesante Russell llegó a ser un testigo involuntario de la verdad de la “levadura” del sistema cristiano en el mundo romano.

Primero, el filósofo comentó en cuanto a la práctica bárbara de infanticidio (i.e., la destrucción de los bebés recién nacidos)—una práctica muy común en el mundo romano.

El infanticidio, que puede parecer contrario a la naturaleza humana, fue casi universal antes del surgimiento del cristianismo, y Platón lo recomienda para evitar la superpoblación (1950, p. 92, énfasis añadido).

Segundo, Rusell “dio tributo” a la influencia del cristianismo en cuanto al estatus de la mujer en el mundo romano.

En la antigüedad, cuando la supremacía del varón era incuestionable y la ética cristiana todavía no había surgido, las mujeres no eran solamente inofensivas, sino también tontas, y se menospreciaba al hombre que las tomara seriamente (p. 101, énfasis añadido).

Tercero, él también comentó en cuanto a la benevolencia cristiana en general.

Tan pronto como conquistó el estado, el cristianismo puso final a los espectáculos gladiatorios, no porque eran crueles, sino porque eran idólatras. Sin embargo, el resultado fue reducir la educación extendida en crueldad debido a la cual la población de los pueblos romanos estaba degradada. También el cristianismo hizo mucho por minimizar la carga de los esclavos. Estableció la beneficencia en gran escala, e inauguró los hospitales (p. 137, énfasis añadido).

Ciertamente nuestro mundo debe estar agradecido por la influencia persistente de la vida y enseñanza de Jesús en la Tierra.

 

REFERENCIAS

Barclay, William (1957), La Epístola a los Romanos [The Letter to the Romans] (Philadelphia, PA: Westminster).

Russell, Bertrand (1950), Composiciones Impopulares [Unpopular Essays] (Nueva York: Simon & Schuster).

Taylor, William (1928), Las Parábolas de Nuestro Salvador [The Parables of Our Savior] (Nueva York: Doubleday).

Trench, R.C. (1877), Notas sobre las Parábolas [Notes on the Parables] (Londres: Macmillan).


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