La Ira Intensa de Dios
Se ha perjudicado grandemente a la generación moderna de norteamericanos. Se ha creado una descripción errónea del carácter y la naturaleza de Dios. Pero solamente la Palabra de Dios puede proveernos una descripción balanceada y saludable de los atributos personales de Dios. Solamente la Biblia puede mostrarnos la interacción adecuada entre el amor y la misericordia de Dios, así como también la ira y la cólera de Dios. Muchas personas hoy en día no han podido evaluar adecuadamente la realidad de la ira de Dios. Ellos han reemplazado la verdad y los enunciados claros de Dios por la emoción y los sentimientos humanos.
Se ha generalizado una actitud de permisividad, negligencia y tolerancia indiscriminada en la sociedad norteamericana. Los cristianos cómodamente se relajan en la presencia del pecado impenitente y el desafío abierto de las leyes de Dios porque, después de todo, “nadie es perfecto”. Muchos cristianos demuestran una disposición a divertirse con las innovaciones que carecen de fundamento escritural porque, después de todo, “Dios quiere que seamos felices y que nos expresemos”. Muchos miembros de la iglesia tienen comunión con el denominacionalismo y la religión falsa porque, después de todo, “lo que cuenta es la sinceridad”, no si alguien se ajusta a la voluntad objetiva y absoluta de Dios. Las iglesias pierden su sentido de temor y diligencia en proveer a los miembros rebeldes y a los no-evangelizados con el antídoto divino para el pecado y su condición perdida.
En este contexto, se han levantado voces que se enfocan casi exclusivamente en el amor de Dios. Repetidamente se enfatiza la compasión, la misericordia y la gracia de Dios, y se descuida los otros atributos de Dios. Aunque no se puede enfatizar el amor de Dios de manera suficiente, se puede llegar a ser culpable de representar mal la naturaleza verdadera de ese amor. Se puede representar tan erróneamente el amor de Dios hasta anular la doctrina igualmente bíblica de la ira de Dios.
EL AMOR DE DIOS
Muchos pasajes bíblicos detallan el asombroso amor de Dios. Considere los siguientes versículos del Nuevo Testamento:
“Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?… [V]uestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mateo 6:30,32).
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11).
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8).
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:9-10).
“[S]e manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres” (Tito 3:4).
Incluso en el Antiguo Testamento se expresa repetidamente el asombroso amor de Dios:
“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxodo 34:6-7).
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmos 103:12).
“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
“He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isaías 38:17).
“Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isaías 44:22).
“Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19).
Desde luego, la Biblia contiene muchas más alusiones similares. Estas pocas sirven para resumir la naturaleza básica del increíble amor de Dios. Dios ama a cada ser humano. Él quiere que cada persona le obedezca para que le de la bienvenida a la eternidad en Su presencia. “El Señor…es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).
LA IRA DE DIOS
Pero habiendo notado la realidad del maravilloso amor de Dios para toda la gente, se urge al lector a integrar y armonizar este atributo de Dios con la enseñanza escritural de la ira de Dios. Numerosos pasajes en el Antiguo y Nuevo Testamento describen a Dios como un Dios que ejecuta Su ira en contra de la gente. Note los siguientes versículos del Antiguo Testamento:
“[P]orque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Éxodo 20:5).
“[D]e ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Éxodo 34:7).
“[P]ara que no se inflame el furor de Jehová tu Dios contra ti, y te destruya de sobre la tierra” (Deuteronomio 6:15).
“Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17).
“Por tanto, se encendió la ira de Jehová contra esta tierra, para traer sobre ella todas las maldiciones escritas en este libro; y Jehová los desarraigó de su tierra con ira, con furor y con grande indignación, y los arrojó a otra tierra, como hoy se ve” (Deuteronomio 29:27-28).
“[Y] se encenderá mi furor contra él en aquel día; y los abandonaré, y esconderé de ellos mi rostro, y serán consumidos; y vendrán sobre ellos muchos males y angustias, y dirán en aquel día: ¿No me han venido estos males porque no está mi Dios en medio de mí?” (Deuteronomio 31:17).
Considere los siguientes versículos en el Nuevo Testamento:
“Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Lucas 12:4-5).
“Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:6-9).
Dios hirió a dos cristianos, un esposo y su esposa, en la iglesia en Jerusalén (Hechos 5:1-11). El escritor de Hebreos registró esta advertencia seria:
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10:26-31).
Luego añadió: “[P]orque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29). En el escenario religioso moderno, mucha gente no cree que existan tales versículos en la Biblia. Ellos los ignoran o insisten que no se aplican hoy. ¡Qué error tan trágico! La Biblia está repleta de referencias a la ira y justicia de Dios, y es imprescindible que las aceptemos y respondamos ante ellas adecuadamente.
Considere el ejemplo del gran rey de Judá, Ezequías. Él se esforzó por dirigir a la nación de regreso a la revelación escrita de Dios. ¿Para qué? “…para que aparte de nosotros el ardor de su ira”. Se usa esa expresión tres veces en el contexto (2 Crónicas 29:10; 30:8; 32:26). El Rey Josías se encontró en una situación similar. Cuando se dio cuenta de la extensión a la cual la nación se había apartado de la voluntad de Dios, rasgó sus vestidos y declaró: “[G]rande es la ira de Jehová que ha caído sobre nosotros, por cuanto nuestros padres no guardaron la palabra de Jehová, para hacer conforme a todo lo que está escrito en este libro” (2 Crónicas 34:21).
La gente moderna sigue feliz en su camino, fuera de la armonía de la Palabra escrita de Dios, consolándose con una perspectiva errónea del amor de Dios. Son como los contemporáneos de Jeremías, quienes tratan de curar la herida del pueblo con “liviandad”. “Liviandad” quiere decir que ellos no consideraban que su negligencia de la voluntad de Dios era muy seria. Ellos decían, “Paz, paz”, pero no hay paz fuera de la armonía de las Escrituras (Jeremías 6:14).
Ha llegado el tiempo de abordar la situación de la manera que los profetas de Dios lo hicieron. Lea los libros del Antiguo Testamento que los profetas—como Amós, Joel y Habacuc—escribieron. Así como ellos, nosotros necesitamos advertir hoy a la gente acerca de la realidad de la ira de Dios y su frecuencia inevitable. Un día, toda la gente conocerá lo que es la ira de Dios. Considere otra vez las palabras de Pablo en 2 Tesalonicenses 1:7-9: “el Señor Jesús [se manifestará—MP] desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.
Es absolutamente imprescindible que vivamos nuestras vidas diarias con un entendimiento correcto del amor de Dios y la ira de Dios. El mismo Dios que habla de la disponibilidad del hogar eterno de felicidad llamado el cielo es el mismo Dios que proveerá un lugar eterno de dolor consciente llamado el infierno. Considere cuidadosamente el resumen que Pablo escribió a los cristianos en Roma, advirtiéndoles del peligro de perder su salvación: “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:22).
¿Sabía que Dios no puede salvar a todos? “¿Pero yo pensaba que Dios puede hacer cualquier cosa?”. ¡Realmente no! Ciertamente la Biblia representa a Dios como omnipotente (todopoderoso; Romanos 1:20, Efesios 1:19). Pero entendemos mal el poder de Dios si pensamos que de alguna manera pasará por alto el rechazo de la gente ante Sus palabras, y que salvará a todos. ¡Dios simplemente no puede hacer eso y continuar siendo Dios! Dios no tiene poder para salvar a la gente que no quiere ser salva. Él no puede salvar a la gente que rechaza recibir el antídoto del pecado que Él ha provisto. Él es incapaz de salvar a los que rechazan el único medio por el cual pueden recibir el perdón del pecado.
Él ha asegurado el porvenir de la humanidad al enviar a Su Hijo a morir en lugar de nosotros. Solamente el sacrificio de Cristo tiene el poder expiatorio de pagar el precio de nuestros pecados. Pero Dios nos dio libre albedrío por la misma naturaleza del Universo. Él no puede interferir en nuestras voluntades personales y obligarnos a ser salvos. Nosotros debemos hacer nuestra decisión. Somos responsables de todas nuestras elecciones. Si deseamos tomar ventaja del regalo de la salvación que está disponible en Cristo, debemos escoger libremente creer, arrepentirnos de nuestros pecados, confesar la deidad de Cristo y ser sumergidos en agua para la remisión de los pecados. Muchos pasajes en el Nuevo Testamento indican que este es el plan divino para la salvación de los seres humanos. Oiga el Evangelio y escoja creer (Romanos 10:17). Cambie su mente en cuanto a su conducta pecaminosa pasada (Hechos 17:30). Confiese con su boca que Jesús es el Hijo de Dios (Romanos 10:9-10). Luego permita que alguien le bautice, es decir, que le sumerja en agua, entendiendo que en esa acción, la sangre de Jesús lavará sus pecados por medio de la gracia de Dios (Hechos 2:38; 22:16; Tito 3:5; 1 Pedro 3:21).
Si usted rechaza deliberadamente estas instrucciones simples en cuanto a la manera de llegar al cristianismo, entonces no tendrá a nadie más a quien culpar en la eternidad cuando experimente la ira y el castigo de Dios. Cuando alguien llega al cristianismo, comienza una vida nueva. Ahora esa persona estudiará la Escritura para saber cómo vivir una vida cristiana. Aprenderá cómo quiere Dios que se le adore. “¿Quiere decir que no puedo adorar a Dios espontáneamente, según mis propias tendencias?”. Jesús dijo, “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24).
La persona también determinará qué iglesia aprueba Dios, y evitará asociarse con iglesias establecidas por simple hombres. “¿Quiere decir que una iglesia no es tan buena como la otra?”. Correcto. Jesús no estableció una multiplicidad de iglesias. Él estableció solamente una (Efesios 4:4; 1 Corintios 12:20). Él declaró: “Edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18).
En 2 Corintios 5:10-11 se encuentra un resumen apropiado de la naturaleza de Dios y de la manera en que la gente se debe preparar ahora para la eternidad. “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres”.
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