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La Incredulidad y una Cristiandad Dividida

El pluralismo (la idea que todos los sistemas y filosofías de creencias tienen igual validez) ciertamente ha invadido el psique nacional. Una manifestación de esta infiltración es el hecho que el norteamericano promedio ha sido coaccionado a aceptar incondicionalmente cualquier creencia, filosofía y práctica imaginable. Dentro del mismo cristianismo, esta tolerancia ciega e incluso irracional ha dado como resultado que se relegue la “doctrina” a un estatus secundario o incompletamente irrelevante.

El pensamiento es que si los cristianos simplemente aceptaran a los demás, se asociaran con ellos, pasaran más tiempo conociéndose y cesaran de condenar los desacuerdos doctrinales, se darían cuenta que lo que tienen en común en su aceptación de Cristo pesa más que cualquier diferencia doctrinal que pueda existir entre ellos, y el mundo sería más receptivo a la religión cristiana. Se piensa que la desunión promueve incredulidad, y que si la cristiandad estuviera unida (lo cual se define como la aceptación religiosa a pesar del desacuerdo doctrinal), entonces vendría como resultado la fe, i.e., el mundo incrédulo muy probablemente daría una segunda oportunidad al cristianismo y creería en Jesús. Se cree que este pensamiento está en armonía con la oración por unidad que Jesús pronunció cerca del final de Su vida en la Tierra (Juan 17). Se argumenta que la unidad es más importante para Jesús que cualquier otra cosa. Por ende, estar unidos—lograr agrupamiento—tiene prioridad sobre la doctrina. La “unidad en diversidad” hace referencia al punto de vista que no se debe permitir que la diversidad doctrinal impida la unidad y comunión de todos los “creyentes”. Comúnmente se define la palabra “creyentes” como la inclusión de todos los que profesan verbalmente aceptar la señoría de Cristo.

La interpretación que se le da a Juan 17 le asigna un lugar de preeminencia sobre todos los otros pasajes bíblicos, colocándolo en contradicción al resto de la Biblia. Jesús no estuvo enfatizando la unidad a cualquier precio, ya que en otros pasajes enfatizó que tal unidad nunca ocurrirá (Mateo 10:34-36; Lucas 12:49-53; Mateo 7:13-14). Jesús mismo no pudo disipar la división y producir la unidad que algunos dicen que es posible (Juan 7:12,43; 9:16; 10:19; 12:42; et.al.). Cualquier interpretación de Juan 17 que contradiga a muchos otros pasajes claros es una interpretación falsa, y por ende es una tergiversación de las Escrituras (Mateo 15:1-9; Marcos 7:1-13; 2 Pedro 3:16). La Biblia enseña que la fe viene por ir la Palabra de Dios (Romanos 10:17). La unidad no es la fuente final o el estímulo de la fe. La Palabra de Dios lo es. La desunión y división siempre existirá—ya que la mayor parte del mundo simplemente rechazará vivir en conformidad con la Palabra de Dios.

De hecho, Juan 17 contiene al menos tres indicaciones contextuales que eliminan el enfoque que ahora se le asigna. En primer lugar, Jesús enfatizó la esencialidad de la obediencia como un prerrequisito de la unidad. Seis veces en Su oración, enfatizó que había impartido las palabras o la verdad de Dios a Sus discípulos. Él dijo en cuanto a los discípulos, “han guardado tu palabra” (vs. 6); “porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron” (vs. 8); “les he dado tu palabra” (vs. 14); “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (vs. 17); “para que también ellos sean santificados en la verdad” (vs. 19). Con estas frases, Jesús clarificó que la unidad está enlazada a la obediencia. Antes que Jesús hablara de la unidad, habló acerca de la obediencia. Repetidamente hizo referencia a lo importante que es “recibir” (i.e., obedecer) la Palabra de Dios—la verdad de Dios—para alcanzar la santificación. Por ende, según el contexto, la unidad que Jesús enfatizó en los versículos 20-21 es la unidad que viene cuando la gente se somete a la doctrina de Dios.

Segundo, en los mismos versículos en los que Jesús oró por la unidad de los creyentes, identificó la manera en que se lograría esa unidad. Muchos en la cristiandad insisten que se garantiza la unidad al abstenerse de la idea de basar la unidad en la doctrina. Ellos dicen que nuestra afirmación común del señorío de Jesús trasciende nuestra diversidad doctrinal. Por tanto, no se debe permitir que los enfoques doctrinales diferentes perturben la comunión o aceptación de cualquiera que afirme que Jesús es el Señor. En contraste crudo, Jesús reveló que se logra la unidad de la misma manera que se logra la creencia: “por la palabra” (vs. 20).

Cuando la gente oye la Palabra de Dios (que incluye mucho más que solo la señoría de Cristo), ellos creerán o no creerán. Si realmente creen, obedecerán el plan de salvación y someterán sus vidas a la enseñanza bíblica (Romanos 10:14-17; Marcos 16:16; Mateo 24:13; Santiago 1:12; 2:18; Hebreos 11:6; 2 Pedro 1:5-11; Gálatas 5:6). Los que abrazan mutuamente las condiciones doctrínales de la religión cristiana con fe, automáticamente serán uno, estarán unidos en Cristo y gozarán de comunión completa entre ellos, Dios y Cristo (1 Juan 1:3,6-7).

Tercero, Jesús realizó Su oración a favor de la iglesia—no el mundo o el cristianismo falsificado (vss. 9,16). La unidad de la cual Jesús habló fue la unidad entre los cristianos del Nuevo Testamento—los que obedecen el Evangelio a través de la fe, el arrepentimiento, la confesión de la deidad de Cristo y el bautismo en agua (Juan 3:5; Marcos 16:16; Mateo 28:19-20; Hechos 2:38; 22:16; Romanos 10:9-10). Pero una gran parte de la cristiandad se ha desviado de la guía del Nuevo Testamento y ha abrazado el denominacionalismo, y por ende no enseña el plan de salvación del Nuevo Testamento. Los que entran a una denominación, y por ende, han acatado el plan de salvación peculiar de esa denominación, no han llegado a ser cristianos en el sentido del Nuevo Testamento. Ellos han asignado un significado no-bíblico al término “creyente” (e.g., Santiago 2:19-26). Todavía no han creído en Cristo a través de la Palabra de Sus portavoces genuinos (Juan 17:20). En cambio, han cumplido con las palabras de simple hombres. Han sido guiados erróneamente y se han unido a iglesias falsas y sometido a un “evangelio diferente” (Gálatas 1:6-9).

En efecto, la desunión confunde y desanima a los que buscan honestamente la verdad. Pero la desunión por sí misma no es la fuente de la incredulidad. Si esto fuera cierto, entonces Dios y Cristo serían culpables de generar incredulidad, ya que Sus acciones a menudo causaron división (cf. Juan 7:12,43; 10:19). Solamente se puede lograr la unidad escritural al someterse a la doctrina bíblica. Cualquier otra clase de “unidad” es simplemente agrupación—algo muy lejano a la unidad por la cual Jesús oró. La desunión que existe en la cristiandad es el resultado de gente “que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo” (2 Juan 9) y que piensa “más de lo que está escrito” (1 Corintios 4:6). Cuando la gente introduce credos personales, interpretaciones humanas y adiciones religiosas en la doctrina de Dios, se origina desunión. Jesús no vino a poner Su sello de aprobación en tal diversidad doctrinal. Los que piensan de esa manera están en conflicto crudo con Jesús mismo, Quien ciertamente no se dejó “llevar por la corriente”. De hecho, declaró: “¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión” (Lucas 12:51, énfasis añadido).


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