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La Iglesia Única

El jueves en la noche, 21 de abril de 1938, en una discusión pública en Little Rock, Arkansas, delante de una multitud inmediata de 1,000 personas y una audiencia de radio de muchos miles más, N.B. Hardeman debatió a Ben Bogard sobre el tema: “El Establecimiento de la Iglesia”. En esa ocasión, Hardeman pronunció una verdad significativa en cuanto a la iglesia de Cristo cuando declaró: “Amigos, el reino siempre ha existido…. Existió en Propósito, en la mente de Dios; luego existió en Promesa, como cuando se lo presentó a los patriarcas; existió en Profecía; luego existió en Preparación; y finalmente, cuando el Nuevo Testamento comenzó a regir, existió en Perfección” (1938, p. 178, itálicas en original). Han pasado más de 60 años desde esa observación perspicaz, pero permanece siendo una expresión exacta de la verdad bíblica. Antes que Adán y Eva habitaran juntos en el Huerto del Edén; antes que las aves, peces y animales habitaran los cielos, mares y tierra; antes que se situara al Sol, la Luna y las estrellas en el Universo; y antes que nuestro planeta Tierra fuera más que solamente una masa oscura, acuosa y sin forma—Dios proyectó establecer la iglesia de Cristo.

Efectivamente, la Escritura describe a esta institución divina como “eterna”. Una parte central de los grandiosos propósitos de Dios desde la eternidad ha sido, no solamente enviar a Su Hijo para expiar el pecado, sino crear a la iglesia de Cristo—el cuerpo de Jesús comprado por sangre y el organismo vivo de los redimidos. Escuche la afirmación de Pablo: “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 3:10-11). Es difícil para los seres humanos entender la palabra “eterno”. Hay veces en que la noción de “eterno” se abrevia—como en Jonás 2:6 donde Jonás dijo que estuvo en el vientre del pez “para siempre”. Pudo haberle parecido de esa manera. Así que se puede usar la palabra de una manera figurativa. En Filemón 15, Pablo dijo que Onésimo estaría con Filemón aionion—“para siempre”. Pero el contexto limita el significado hasta que él muera.

Pero cuando hablamos de la Deidad (e.g., Salmos 90:1-2) o la iglesia, hablamos de eterno, interminable, para siempre. Hebreos 12:28 declara firmemente: “Así que, recibiendo nosotros un reino…” ¿qué algún día terminará? ¡No! En cambio, “un reino inconmovible”, destinado a permanecer para siempre—una institución eterna. No es sorprendente que se le informara a Daniel: “Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (Daniel 7:18). Con ese gran propósito en mente, Dios gradualmente comenzó a anunciar a través de la promesa y profecía el cumplimiento final de ese propósito.

Algo de 750 años antes que Cristo viniera a la Tierra, Isaías anunció el establecimiento futuro de la “casa de Jehová” en “lo postrero de los tiempos” en Jerusalén (2:1-4). Alrededor del mismo tiempo, Miqueas anunció esencialmente los mismos hechos (4:1-3). Algo de 500 años antes de Cristo, Daniel declaró a un rey pagano que durante el tiempo de los reyes romanos, el Dios del cielo levantaría un reino que nunca sería destruido (Daniel 2:44). También declaró que el “Hijo del hombre” pasaría las nubes, llegaría al Anciano de días y recibiría un reino indestructible (Daniel 7:13-14). Por ende, la iglesia que existía inicialmente en propósito en la mente de Dios, entonces existía en promesa y profecía en las pronunciaciones de Sus portavoces.

Con la aparición de Juan el Bautista y Jesús en la Tierra, la iglesia de Cristo entró a una nueva fase de existencia. Entonces, más que antes, se presentó al reino como algo inmediato, cercano y urgente. Entonces, los emisarios de Dios hicieron preparaciones para su llegada inminente. Juan exclamó: “[E]l reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Jesús repitió el mismo punto de Su precursor: “[E]l reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Así como Juan hizo preparativos para el Señor (Mateo 3:3; 11:10; Isaías 40:3; Malaquías 3:1), el Señor hizo preparativos para el reino. Él anunció personalmente Su intención de establecer Su iglesia (Mateo 16:18). Declaró que esto sucedería durante la vida de Sus contemporáneos en la Tierra (Marcos 9:1).

Ya que el reino había existido en propósito, promesa, profecía y preparación, había llegado el tiempo para que la iglesia existiera en perfección. Después de urgir a los apóstoles a permanecer en Jerusalén, Jesús ascendió en las nubes y fue bienvenido al cielo. Los apóstoles regresaron a Jerusalén y por 10 días esperaron el cumplimiento de las palabras del Salvador.

Luego sucedió. Con esplendor impresionante, después de siglos de expectación ansiosa (1 Pedro 1:10-12), Dios derramó Su Espíritu sobre los Doce el primer Pentecostés después de la resurrección de Cristo (Hechos 2). Este derramamiento permitió que esta docena de “embajadores” (2 Corintios 5:20) presentaran una defensa conmovedora de la resurrección de Cristo, convenciendo a algunos en la audiencia de la culpa de la crucifixión. Luego Pedro detalló simultáneamente las condiciones del perdón y los términos de entrada en el reino de Cristo. Estos términos consistían de ser compungidos de corazón, arrepentirse de los pecados y ser sumergidos en agua (Hechos 2:37-38).

Entonces, la iglesia estaba perfeccionada en existencia en la Tierra, consistiendo de aproximadamente 3,000 miembros—judíos de nacimiento. Desde ese momento en adelante, el reino de Cristo en la Tierra fue una realidad. Los primeros gentiles se añadieron al grupo de judíos en Hechos 10, cuando los de la casa de Cornelio obedecieron los mismos términos de entrada que los judíos habían obedecido 10 o 15 años antes. Por medio de la cruz, Cristo había creado “en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz…con Dios a ambos en un solo cuerpo” (Efesios 2:15-16).

Este “solo cuerpo” es único, y es diferente a cualquier otra entidad en la Tierra. Se la distingue por varias características únicas y exclusivas:

Primero, lleva el nombre de su Cabeza, Propietario y Salvador—Cristo (Daniel 7:14; Mateo 16:18; Romanos 16:16; Efesios 1:23; 4:12; Apocalipsis 11:15). Sus miembros llevan el nombre “cristianos” que fue otorgado divinamente (Isaías 62:1-2; Hechos 11:26; 1 Pedro 4:16).

Segundo, Dios arregló su organización que consiste de Jesús como Cabeza; los ancianos (pastores u obispos) como los supervisores o administradores en la Tierra; los diáconos como los trabajadores y/o ministros designados; los evangelizadores como los anunciadores de las buenas nuevas; los maestros como los educadores en la fe; y todos los demás miembros quienes activamente sirven al Señor (Hechos 6:1-3; 14:23; 20:17,28; Filipenses 1:1; 1 Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9; Hebreos 13:17; 1 Pedro 5:1-4).

Tercero, su misión singular consiste en traer gloria a Dios (1 Corintios 6:20). Como Pedro explicó, “[s]i alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 4:11). Esta tarea se logra al difundir el Evangelio de Cristo a la raza humana (Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-16; Lucas 24:46-47; Hechos 8:4; Romanos 10:14; Filipenses 2:15-16; Hebreos 5:12-14); al procurar que los cristianos se mantengan fieles (Romanos 14:19; 15:1-3; Efesios 4:12; Judas 20-24); y al manifestar un estilo benevolente de vida (Mateo 25:31-46; Gálatas 6:10; Santiago 2:1-17). En resumen, cada miembro de la iglesia debe esforzarse por ajustarse completamente a la voluntad de Cristo (Mateo 22:37-38; 2 Corintios 5:9; 10:5; Eclesiastés 12:13).

Cuarto, sus requerimientos de entrada son diferentes a los de cualquier otra entidad en la Tierra. La persona que se da cuenta de la atrocidad de su pecado, reconoce el propósito del sacrificio expiatorio de Jesús a través de Su muerte en la cruz, debe creer que Jesús es el Hijo de Dios y que el Nuevo Testamento es la expresión auténtica de Su voluntad. Esta creencia le guía al arrepentimiento, a la confesión oral de Jesús como Cristo y al bautismo en agua, entendiendo que al levantarse de las aguas del bautismo, Cristo le perdona sus pecados y le añade a la iglesia (Marcos 16:16; Hebreos 11:6; Hechos 2:38,47; Romanos 6:1-6; 10:9-10). Jesús dio estos términos de entrada a los apóstoles, quienes los declararon en la ocasión del establecimiento de la iglesia (Mateo 16:19; Hechos 2).

Quinto, su manual de instrucción es igualmente exclusivo y único. La Biblia, que consiste del Antiguo y del Nuevo Testamento, constituye su guía autoritativa auténtica y única (Gálatas 1:6-9; 1 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 2:15; Hechos 17:11; 2 Pedro 3:16). Estos 66 libros, escritos por algo de 40 hombres por un periodo de más de 1,600 años, son realmente el producto del Espíritu Santo, Quien facultó a los escritores a escribir solamente lo que Dios quería que escribieran (2 Samuel 23:2; 1 Corintios 2:9-13; 2 Timoteo 3:16-17; 1 Pedro 1:10-12; 2 Pedro 1:20-21). Por ende la Biblia es inspirada verbalmente por Dios, es inerrante y suficiente.

Se pudiera hacer referencia a muchas otras características de la iglesia de Cristo, pero estas cinco son suficientes para mostrar que se puede identificar fácilmente a la iglesia, y que no se la puede confundir con otro grupo religioso. No se pudo evitar que la gente se desviara de las directrices simples que la Escritura proporciona (1 Timoteo 4:1; 2 Pedro 2:1-2). El resultado ha sido la creación de doctrinas no-bíblicas, prácticas no-escriturales e iglesias no-autorizadas (Mateo 15:9,13; 2 Juan 9-11).

Las escrituras clarifican que Dios nunca ha aprobado o aprobará tales situaciones. La única esperanza de cualquier individuo es estar en la única iglesia verdadera que existe fielmente según los deseos de Dios. Muchos en la actualidad se esfuerzan por escurecer o nublar la distinción entre la iglesia del Nuevo Testamento y las iglesias falsificadas, creadas por el hombre, que existen en grandes números. Parece que ellos ignoran el hecho que no se encuentran denominaciones en la Biblia. Mucha gente no parece estar conciente que la Biblia describe a una iglesia singular—la iglesia de Cristo.

Sin embargo, cualquiera que toma el tiempo para consultar el manual inspirado puede ver que se puede identificar fácilmente a la iglesia hoy. Se puede determinar el asunto teniendo en cuenta dos criterios. Primero, ¿se puede saber cómo llegar a ser cristiano? Si se puede, entonces se puede identificar a la iglesia, i.e., aquellos que han obedecido el único Evangelio de salvación. Segundo, ¿se puede saber cómo vivir la vida cristiana fielmente y obedientemente delante de Dios? Si se puede, entonces también se puede identificar a aquellos que continúan constituyendo el grupo de salvos, la iglesia.

A la luz de estas verdades simples, las organizaciones denominacionales no pueden declarar legítimamente que constituyen las iglesias de Cristo. El modo de pensar pluralista que ha llenado nuestras mentes nos ha estimulado a aceptar otros puntos de vista y “bajar la guardia” en nuestra oposición a la religión falsa. Por algunos años, se nos ha afligido con el fin de que nos sintamos culpables de declarar con certitud cualquier cosa, y mucho menos la verdad bíblica. Pero la verdad continúa siendo que las denominaciones son alejamientos absolutos de la fe y divisiones que el hombre ha creado.

El denominacionalismo es una de las mejores cosas que Satanás ha introducido para trastornar la vedad de la Biblia y llevar cautivos a los hombres bajo su influencia. Las religiones del mundo, como también los que abrazan filosofías humanísticas como el ateísmo (por definición), han rechazado al único Dios verdadero y se han rendido a Satanás. ¿Así qué dónde cree que Satanás enfocará lo peor de su ataque en la Tierra? Cuanto más pueda contaminar y oscurecer las aguas de la certidumbre de la verdad, tendrá más oportunidad de seducir a la gente debajo de su dominio.

Estamos en el tiempo en la historia en que Satanás está realizando grandes intrusiones en la iglesia, y obteniendo victorias impresionantes en contra de la causa de Cristo. Como el libro de Jueces registra un patrón circular de apostasía, castigo, arrepentimiento, fidelidad y otra vez apostasía entre el pueblo de Dios, estamos en el punto en la historia en que la apostasía gobierna. Este ciclo vicioso parece ser inevitable. Lo que Dios quiere que hagamos es que nos pongamos de pie firmemente y valientemente para hacer Su voluntad, sin movernos o sentirnos intimidados por las fuerzas abrumadoras que nos presionan a sucumbir. De esta manera, la justicia de Dios se manifestará en el Juicio y, mientras tanto, los redimidos serán fortalecidos en la batalla por permanecer fiel al Maestro. Toda alma debe ser “arrebatada del fuego” (Judas 23).

Aunque el Señor quiere que demostremos interés y compasión por el mundo denominacional perdido, también quiere que ejerzamos discreción en la extensión en que nos asociamos o afiliamos con tales grupos. A pesar de los sentimientos de moda prevalecientes, la Biblia todavía describe la desaprobación divina de que el justo se asocie con el error o la religión falsa. Si llegamos a jactarnos de nuestra habilidad de mezclarnos con el denominacionalismo—manifestando aceptación y tolerancia de sus creencias no-bíblicas—seremos culpables de la misma actitud que Pablo condenó en 1 Corintios 5:2, que Jesús condenó en Apocalipsis 2:15-16 y que Juan condenó en 2 Juan 11.

Debemos regresar al Antiguo Testamento y aprender otra vez las lecciones que Israel no pudo aprender. Necesitamos ponernos de pie al lado de Elías y respirar profundamente de su espíritu de confrontación mientras claramente hace una distinción entre la religión verdadera y falsa (1 Reyes 18:17-40). Debemos seguir a Finees a la tienda y aprender a identificarnos con su intolerancia celosa delante de la desobediencia y desafío a la voluntad de Dios (Números 25:1-15). Necesitamos cruzar la línea para ponernos de pie al lado de Moisés y testificar la furia serena con la cual buscó eliminar el pecado (Éxodo 32:25-28). Necesitamos identificarnos con el joven Rey Josías y tener el mismo sentimiento de horror y tristeza mientras quemaba, rompía, profanaba, destruía, cortaba, pisoteaba y mataba toda cosa y toda persona que representaba prácticas religiosas inautorizadas (2 Reyes 22 y 23).

Una vez que llenemos nuestras mentes honestamente de estos relatos inspirados, y permitamos que estas verdades penetren nuestro ser, poseeremos el enfoque adecuado para considerar el denominacionalismo, y todas las alternativas para la única iglesia, de la misma manera que Dios los considera. Entonces consideraremos las iglesias falsificadas y religiones rivales con la profundidad de ira justa y desagrado con que Dios las considera. Hasta que no lo hagamos, estaremos controlados por una mentalidad desinteresada, indiferente y despreocupada que permitirá que Satanás continúe confundiendo a la humanidad. Si nosotros no nos ponemos de pie y proclamamos la singularidad de la única iglesia de Cristo, nadie lo hará, y nosotros perderemos nuestras almas juntamente con ellos. Si Noé no se hubiera puesto de pie valientemente para estar en la minoría, esforzándose para detener la ola, la ola le hubiera barrido en el Diluvio juntamente con los demás.

¿Ama a la iglesia por la cual Jesús derramó Su sangre? ¿Realmente? ¿Ama al cuerpo de Cristo profundamente como para balancear su interés por los perdidos con un respeto justo por la pureza y lealtad a ese cuerpo? En vez de oscurecer la realidad e identidad de la única iglesia de Cristo, deberíamos considerar los límites definidos del reino, para que podamos traer dentro a los que están fuera. Tener compañerismo con las obras infructuosas de las tinieblas no es la solución; la solución es enseñar la verdad y exponer las obras malas (Efesios 5:11).

Si realmente entendemos que la iglesia de Cristo es distintiva, exclusiva y única; si realmente consideramos la confraternidad con las denominaciones como una traición; si amamos al cuerpo genuino de Cristo con el mismo celo con el cual Jesús lo ama; entonces estaremos en la posición de proclamar con Pablo: “A él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos” (Efesios 3:21).

 

REFERENCIAS

Hardeman, N.B. y Ben M. Bogard (1938), El Debate Hardeman-Bogard [The Hardeman-Bogard Debate] (Nashville, TN: Gospel Advocate).


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