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“La Iglesia de Dios” y la Deidad de Cristo

La iglesia de la cual todos los cristianos deberían ser parte es la iglesia de Dios. Aunque muchos supuestos cristianos reclaman ser miembros de la iglesia que Dios estableció aproximadamente 2,000 años atrás, ellos a menudo llevan nombres que indican pertenencia o afiliación con hombres (o con oficios de hombres). Algunos se califican como la “Iglesia Luterana” (a causa de Martín Lutero). Otros llevan nombres a causa de sus líderes locales designados, e.g., la “Iglesia Episcopal” (“episcopal” viene de la palabra griega para obispo) y la “Iglesia Presbiteriana” (“presbítero” viene de la palabra griega para anciano). Sin embargo, las Escrituras clarifican que la iglesia a la cual los hijos de Dios deben pertenecer no es la iglesia que fue establecida por un hombre, que le pertenece a un hombre o que es llamada a causa de un hombre (cf. 1 Corintios 1:10-17). Los cristianos deben aceptar el hecho que la iglesia del Nuevo Testamento es la iglesia de Dios y no la iglesia de los hombres.

Varias veces en el Nuevo Testamento se enlaza el término “iglesia” (griego ekklesia) con el término griego theos (Dios), y por ende se puede aprender fácilmente que la iglesia a la cual los creyentes obedientes pertenecen es la iglesia que Dios estableció y posee. Pablo escribió “a la iglesia de Dios que está en Corinto” (1 Corintios 1:2; 2 Corintios 1:1, énfasis añadido), y luego mandó a los corintios a no ser “tropiezo…a la iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32,33, énfasis añadido). Él confesó a las iglesias de Galacia que “perseguía sobremanera a la iglesia de Dios” antes de llegar a ser cristiano (Gálatas 1:13, énfasis añadido). Pablo también escribió a los cristianos en Tesalónica, diciendo que ellos vinieron “a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea” (1 Tesalonicenses 2:14, énfasis añadido), e incluso Pablo se glorió de ellos “en las iglesias de Dios” por su padecimiento a través de la persecución (2 Tesalonicenses 1:3,4, énfasis añadido). No se debe pasar por alto el punto que la iglesia del Nuevo Testamento es la iglesia de Dios. Ésta tiene un origen divino y fue establecida según el “propósito eterno” de Dios (Efesios 3:11).

Interesantemente, los escritores de la Biblia a menudo se refirieron a la “iglesia de Dios” como el cuerpo o iglesia de Cristo. Casi al final de su carta a los cristianos en Roma, Pablo escribió: “Os saludan todas las iglesias de Cristo” (Romanos 16:16, énfasis añadido). Él enseñó a los cristianos en Corinto que ellos eran “miembros en particular” del “cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12:27, énfasis añadido). Ya que Pablo informó a las iglesias en Éfeso y Colosas que “la iglesia” es el “cuerpo de Cristo” (Efesios 1:22,23; Colosenses 1:18,24), el cuerpo de Cristo es equivalente a la iglesia de Cristo (cf. Efesios 4:11,12). En otras palabras, es la iglesia de Jesús. Él prometió que la edificaría (diciendo, “edificaré mi iglesia”—Mateo 16:18, énfasis añadido), y luego la ganó “por su propia sangre” (Hechos 20:28; cf. Efesios 1:7,14; Hebreos 9:14).

Estos versículos no solo informan a los cristianos de los nombres con los cuales se deberían identificar. También indican algo importante acerca de la naturaleza de Cristo. Aunque algunos que dicen creer en la Biblia (e.g., los Testigos de Jehová) aseveran que Jesús no es divino, el mismo hecho que los escritores de la Biblia usen intercambiablemente la frase “la iglesia de Dios” con la frase “el cuerpo y/o iglesia de Cristo” es una de las muchas pruebas que Jesús es Dios. Pablo usó consistentemente estas frases intercambiablemente en todas sus epístolas. Por ende, decir que la iglesia es de Cristo es decir que la iglesia es de Dios, ya que Cristo es Dios (Juan 1:1-3; 20:28). Él es la cabeza, el Salvador, redentor y propietario de la iglesia (Efesios 5:23; Colosenses 1:18). Por tanto, sometámonos a Cristo como Dios (Efesios 5:24), y usemos solamente nombres escriturales tales como la “iglesia de Dios” o la “iglesia de Cristo”. En las palabras del apóstol Pablo a los ancianos de Éfeso: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28, énfasis añadido).


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