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¿Ha Llegado la Iniquidad de Norteamérica a Su Colmo?

Cuando se examina el alcance arrollador de la historia humana, llega a ser rápidamente aparente que el progreso no es técnicamente lineal. En cambio, las naciones se levantan y caen. El progreso que logran a menudo se pierde en civilizaciones posteriores, quienes básicamente tienen que “reinventar la rueda”. Existe evidencia arqueológica para sustentar el hecho que muchas civilizaciones muy avanzadas han precedido a las modernas, creando enigmas para los investigadores. La cultura Moche fue una sociedad muy desarrollada que desapareció siglos atrás. La cultura Paracas desarrolló maravillas medievales en la cirugía cerebral usando simplemente instrumentos rústicos de metal. El legendario Machu Picchu logró increíbles hazañas de ingeniería (“Inca…”, 1995). La gente de la cultura Nazca (o tal vez sus antepasados) produjeron dibujos inmensos que se extienden por millas y que por ende son visibles y/o discernibles solamente desde el aire (“The Lost City…”, 2000; “Nasca Lines”, s.d.).

¿Qué pasó con tales civilizaciones? ¿Por qué no existen ahora? Se esperaría que la probabilidad de supervivencia de una nación aumentara en proporción a su progreso tecnológico, médico y económico. La Biblia provee una explicación (o tal vez la explicación) para esta circunstancia. Expresándolo simplemente, la Biblia afirma que cuando una nación se dirige a la depravación espiritual y moral, llegando a alejarse de Dios, esa nación se acerca a una destrucción inevitable. Esa destrucción puede llegar en la forma de desastres naturales—como volcanes (e.g., Pompeya). Puede llegar en la forma de invasión externa—como en el caso de la caída de Babilonia o Roma. Puede incluso llegar en la forma de intervención divina directa y milagrosa—como en caso de Sodoma y otras ciudades de la llanura (Génesis 19:29).

Se alude a este principio muchas veces en la Escritura. Cuando Dios prometió a Abraham y a sus descendientes que les daría la tierra de Canaán como posesión, señaló que este regalo no se les daría por varios siglos. ¿Por qué la tardanza? “[P]orque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo” (Génesis 15:16). Dios no hubiera destituido a un pueblo solo para dar su tierra otro. Eso sería injusto y prejudicial—lo cual estaría en oposición directa a la naturaleza de Dios (Deuteronomio 32:4). Él finalmente permitió que los israelitas conquistaran Canaán ya que la gente que habitaba la tierra había llegado a ser muy malvada. Juntamente con la recepción de la tierra, Dios usó a los israelitas para castigar a los cananeos por su perversión y depravación.

Y la tierra fue contaminada; y yo visité su maldad sobre ella, y la tierra vomitó sus moradores. Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros (porque todas estas abominaciones hicieron los hombres de aquella tierra que fueron antes de vosotros, y la tierra fue contaminada); no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la habitó antes de vosotros. Porque cualquiera que hiciere alguna de todas estas abominaciones, las personas que las hicieren serán cortadas de entre su pueblo. Guardad, pues, mi ordenanza, no haciendo las costumbres abominables que practicaron antes de vosotros, y no os contaminéis en ellas. Yo Jehová vuestro Dios (Levítico 18:25-30, énfasis añadido).

Observe que Dios da a las civilizaciones una cantidad considerable de tiempo—incluso cientos de años—para elegir la dirección espiritual y moral que deben tomar. Si ellos están determinados a seguir en su decadencia y devoción profunda a la idolatría, la codicia, la impureza sexual, etc., entonces Dios finalmente toma medidas enérgicas y los destruye por su iniquidad (cf. el Diluvio de Génesis—Génesis 6:3). El escritor inspirado del libro de Reyes comparó la maldad del Rey Acab a la de los habitantes antiguos de la tierra de Canaán, señalando la razón de su destrucción: “Él fue en gran manera abominable, caminando en pos de los ídolos, conforme a todo lo que hicieron los amorreos, a los cuales lanzó Jehová de delante de los hijos de Israel” (1 Reyes 21:26).

Este mismo principio se reitera en el Nuevo Testamento. Jesús resumió la historia de Israel como una historia de rebelión constante en contra de los preceptos divinos. Él insinuó que ellos estaban cerca al límite de la tolerancia de Dios y el castigo inminente al declararles: “¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!” (Mateo 23:32). La situación era comparable a una copa imaginaria que estaba siendo gradualmente llena con el pecado, y que estaba a punto de llegar a su tope—tiempo en el cual Dios respondería con la destrucción adecuada. Pablo verificó esto cuando acusó a sus compatriotas judíos de haber sido los que “mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo” (1 Tesalonicenses 2:15,16, énfasis añadido). Mientras los judíos se establecían en contra de la voluntad de Dios, llegaron a ser culpables de amontonar pecados sobre pecados, hasta que la ira divina vino—como lo hizo cuando los romanos saquearon Jerusalén en el año 70 d.C.

Hablando muchos siglos antes, el escritor inspirado de Reyes reconoció este principio en su resumen de la historia de la nación judía:

Habló, pues, Jehová por medio de sus siervos los profetas, diciendo: Por cuanto Manasés rey de Judá ha hecho estas abominaciones, y ha hecho más mal que todo lo que hicieron los amorreos que fueron antes de él, y también ha hecho pecar a Judá con sus ídolos; por tanto, así ha dicho Jehová el Dios de Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos. Y extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab; y limpiaré a Jerusalén como se limpia un plato, que se friega y se vuelve boca abajo. Y desampararé el resto de mi heredad, y lo entregaré en manos de sus enemigos; y serán para presa y despojo de todos sus adversarios; por cuanto han hecho lo malo ante mis ojos, y me han provocado a ira, desde el día que sus padres salieron de Egipto hasta hoy (2 Reyes 21:10-15, énfasis añadido).

Observe que el escritor comparó el pecado de los israelitas con el pecado de los ocupantes anteriores de la tierra de Canaán, por ende se hacían merecedores del mismo porvenir: retribución y devastación divina. Como el profeta Ezequiel reportó: “Y convertiré la tierra en asolamiento, por cuanto cometieron prevaricación, dice Jehová el Señor” (15:8).

Es interesante que los Fundadores de Norteamérica reconocieran este principio eterno y bíblico como algo exhibido por el Creador en la estructura del Universo. Ellos entendieron que aunque Dios juzgará a cada individuo en el Juicio Final cuando Cristo regrese (e.g., 2 Corintios 5:10), Él juzga a las naciones en la historia, en el tiempo, al traer destrucción sobre ellos cuando su iniquidad está “completa”. Esa es la razón por la cual Luther Martin, un delegado de la Convención Constitucional federal, declaró en 1788: “Se dijo, y debe considerarse, que los crímenes nacionales pueden ser solamente, y frecuentemente son, castigados en este mundo con castigos nacionales” (Elliot, 1836, 1:374, énfasis añadido). George Mason, a menudo llamado “El Padre de la Declaración de Derechos”, señaló en la Convención Constitucional: “Ya que no se puede recompensar o castigar a las naciones en el mundo venidero, entonces se debe hacerlo en este. Por medio de una cadena inevitable de causas y efectos, la Providencia castiga los pecados nacionales a través de calamidades nacionales” (citado en Madison, 1840, 3:1391, énfasis añadido). El “Padre de la Revolución Norteamericana” y signatario de la Declaración de Independencia, Samuel Adams, explicó: “La Revelación nos garantiza que la ‘Justicia exalta a una nación’. El Soberano del Universo, sabio y justo, se encarga de las comunidades en este mundo. Él las recompensa o castiga según su carácter general” (1907, 3:286). Thomas Jefferson igualmente advirtió: “Yo temo por mi país cuando medito en que Dios es justo: que Su justicia no puede dormir por siempre” (1794, Query 18, p. 237, énfasis añadido).

Finalmente, considere la advertencia reflexiva, o tal vez profética, que Daniel Webster ofreció:

[…]si nosotros o nuestra posteridad rechazamos la instrucción y la autoridad religiosa, violamos las reglas de la justicia eterna, jugamos con los requerimientos de la moralidad y destruimos imprudentemente la constitución política que nos une, nadie podrá decir cuán rápido puede arrollarnos una catástrofe que sepultará toda nuestra gloria en profunda oscuridad (1903, 13:492-493, énfasis añadido).

Si este patrón de retribución divina final se ha repetido muchas veces a través de la historia del mundo, y si Dios es inmutable, i.e., no cambia (Números 23:19; Malaquías 3:6), ¿no responderá a la iniquidad de Norteamérica de la misma manera? Sí, lo hará. Así que la única pregunta que se debe hacer es la siguiente: “¿Ha llegado la iniquidad de Norteamérica a su colmo?”.

REFERENCIAS

Adams, Samuel (1907 reimpresión), The Writings of Samuel Adams, ed. Harry Cushing (New York, NY: G.P. Putnam’s Sons).

Elliott, Jonathan, ed. (1836), The Debates in the Several State Conventions (Washington, DC: Jonathan Elliott).

Jefferson, Thomas (1794), Notes on the State of Virginia (Philadelphia, PA: Mathew Carey).

“The Lost City of Nasca” (2000), BBC, [En-línea], URL: http://www.bbc.co.uk/science/horizon/1999/nasca.shtml.

Madison, James (1840), The Papers of James Madison, ed. Henry Gilpin (Washington, DC: Langtree & O’Sullivan).

“Nasca Lines” (sine data), [En-línea], URL: http://www.crystalinks.com/nasca.html.

“Inca, Secrets of the Ancestors” (1995),
Time Life’s Lost Civilizations Series, [En-línea], URL: http://www.utexas.edu/cola/llilas/centers/outreach/resources/topic/ inca.html.

Webster, Daniel (1903), The Writings and Speeches of Daniel Webster (Boston, MA: Little, Brown, & Company).


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