Fe Ciega
Una idea común entre los ateos, humanistas, y evolucionistas es que aquellos que rechazan la evolución para abrazar un entendimiento fundamental y literal de los documentos bíblicos son guiados por “fe ciega”. Robinson expresó esta posición muy enfáticamente cuando acusó a los cristianos de abandonar la racionalidad y la evidencia a cambio de la deshonestidad intelectual e ignorancia de la verdad (1976, pp. 115-124). Muchos dentro de la comunidad científica laboran bajo la ilusión de que sus “hechos” y “evidencia” sostienen la evolución y están opuestos al entendimiento normal y obvio del texto bíblico. Ellos se mofan de aquellos que no están de acuerdo con ellos, como si ellos tuvieran el monopolio de la verdad.
Lo cierto es que aunque la mayor parte del mundo religioso merezca los epítetos soltados por los académicos “informados”, aquellos que abrazan el cristianismo puro del Nuevo Testamento no los merecen. Los cristianos del Nuevo Testamento abrazan la definición bíblica de la fe, en contraste al entendimiento comúnmente concebido de la fe que es promulgado por la vasta mayoría de gente en el mundo denominacional.
La fe de la cual se habla en la Biblia es una fe que es precedida por el conocimiento. Uno no puede poseer fe bíblica en Dios sino hasta que llegue al conocimiento de Dios. Por ende, la fe no es aceptar lo que no se puede probar. La fe no puede dejar atrás al conocimiento—ya que esta depende en el conocimiento (Romanos 10:17). Se dice que Abraham tuvo fe solamente después que él llegó a conocer las promesas de Dios y fue completamente persuadido (Romanos 4:20,21). Por tanto, su fe fue evidenciada en su confianza y sumisión a lo que él sabía que era la voluntad de Dios. La fe bíblica es obtenida solamente después de un examen de la evidencia, acompañado con un razonamiento correcto acerca de la evidencia.
El Dios de la Biblia es un Dios de verdad. A través de la historia bíblica, Él ha enfatizado la necesidad de aceptar la verdad—en contraste con el error y la falsedad. Aquellos que, en efecto, fallan en buscar la verdad, son considerados por Dios como impíos (Jeremías 5:1). El sabio Salomón amonestó: “Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23). Pablo, siendo él mismo un lógico exitoso, exhortó a la gente a amar la verdad (2 Tesalonicenses 2:10-12). Él declaró la necesidad de poner diligencia en la tarea de usar adecuadamente la verdad (2 Timoteo 2:15). Jesús declaró que una persona llega a ser libre solamente al conocer la verdad (Juan 8:32). Lucas atribuyó nobleza a aquellos que estuvieron dispuestos a investigar y examinar la evidencia, en vez de contentarse al tomar la palabra de alguien como verdad (Hechos 17:11). Pedro amonestó a los cristianos a estar preparados a presentar defensa de la verdad (1 Pedro 3:15), lo cual permanece en crudo contraste con aquellos que, cuando se les pide prueba de la existencia de Dios, o la credibilidad y comprensibilidad de la Biblia, responden con orgullo, “No sé—¡yo lo acepto por fe!”.
Por ende, la noción de “fe ciega” es completamente ajena a la Biblia. Uno puede tener fe solamente después de recibir conocimiento adecuado. De hecho, la Biblia demanda que el pensador sea racional al reunir la información, examinar la evidencia, y razonar apropiadamente acerca de la evidencia, y luego escoja solamente las conclusiones justificadas. Eso, en efecto, es la esencialidad de lo que es conocido en círculos filosóficos como la ley básica de la racionalidad: uno solo debería escoger tales conclusiones que son justificadas por la evidencia. Pablo expresó exactamente este concepto cuando escribió: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). Juan repitió el mismo pensamiento cuando dijo “probad los espíritus” (1 Juan 4:1). Estos pasajes muestran que el cristiano del Nuevo Testamento es uno que ésta listo a examinar los asuntos. Dios espera que cada individuo ponga a prueba toda doctrina y creencia, y que luego solamente escoja tales conclusiones que sean justificadas por la evidencia adecuada. El hombre no puede depender en las autoridades papales, las tradiciones de la iglesia, o las reclamaciones de la ciencia. En cambio, toda la gente está obligada a estudiar adecuadamente las directivas dadas por Dios (2 Timoteo 2:15; Juan 12:48; 2 Pedro 3:16). La religión bíblica y la ciencia moderna están en conflicto solamente porque la mayoría de aquellos en la comunidad científica han abandonado la hermenéutica bíblica sensata e insisten en escoger conclusiones ilegítimas y erróneas de la evidencia científica relevante.
La Biblia insiste en que la evidencia es abundantemente disponible para aquellos que quieran comprometerse en una investigación imparcial y racional. Por ejemplo, la reclamación de resurrección fue sostenida por “muchas pruebas infalibles”, incluyendo la verificación a través de la vista de más de quinientas personas a la vez (Hechos 1:3; 1 Corintios 15:5-8). Muchas pruebas fueron hechas disponibles para preparar el terreno para la fe (Juan 20:30,31). Pedro ofreció a lo menos cuatro líneas de evidencia a aquellos que estuvieron reunidos en Jerusalén antes que concluyera su argumento con “Sepa, pues…” (Hechos 2:14-36). La adquisición de conocimiento a través de la evidencia empírica era innegable, por tanto Pedro concluyó, “como vosotros mismos sabéis” (Hechos 2:22, énfasis añadido). Juan hizo referencia a las evidencias auditivas, visuales y táctiles que proveían verificación empírica adicional (1 Juan 1:1,2). Cristo realizó “obras” para corroborar Sus reclamaciones, para que incluso Sus enemigos no tuvieran que depender solamente en Sus palabras, sino que ellos pudieran razonar honestamente hasta la única conclusión lógica (Juan 10:24,25,38). La prueba era de tal magnitud que un fariseo, principal entre los judíos, incluso admitió: “[…]sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Juan 3:2).
No obstante, siempre existen aquellos quienes, por alguna razón u otra, rechazan aceptar la ley de la racionalidad, y quienes evitan las conclusiones justificadas—exactamente como aquellos que hicieron a un lado la prueba que Cristo presentó y lo atribuyeron a Satanás (Mateo 12:24). Cristo refutó tal conclusión errónea al señalar su razonamiento defectuoso y las implicaciones falsas de su argumentación (Mateo 12:25-27). La prueba que los apóstoles presentaron fue igualmente conclusiva, aunque inaceptable para muchos (Hechos 4:16).
La prueba en nuestro tiempo no es menos conclusiva, ni tampoco es menos convincente. Aunque no es el tema de este artículo breve el mostrar la evidencia de todos los casos (vea Warren y Flew, 1977; Warren y Matson, 1978), los siguientes dogmas pueden ser probados: (1) nosotros podemos saber (no simplemente pensar, esperar, o desear) que Dios existe (Romanos 1:19,20); (2) nosotros podemos saber que la Biblia es la Palabra verbalmente inspirada de Dios que puede ser entendida en casi la misma manera que cualquier comunicación humana escrita debe ser entendida; (3) nosotros podemos saber que un día nos presentaremos ante Dios en juicio, y daremos cuenta si es que hemos estudiado la Biblia, aprendido lo que debemos hacer para ser salvos, y obedecido tales instrucciones; y (4) nosotros podemos saber que sabemos (1 Juan 2:3).
Al rechazar la Biblia como un estándar literal, inerrante, e infalible por el cual el comportamiento humano debe ser medido, el científico ha considerado efectivamente a la religión bíblica, a la fe bíblica, y al cristianismo del Nuevo Testamento como estériles—a lo menos en lo que concierne a su propia vida. Una vez que la Biblia es desechada como “figurativa”, “confusa”, o “incomprensible”, uno abre las puertas a la subjetividad en la cual todo punto de vista humano es tan bueno como el otro. El enfoque más sofisticado puede ser más atractivo, pero permanece siendo solo subjetivo y auto-estilizado.
REFERENCIAS
Robinson, Richard (1976), “Religion and Reason,” Critiques of God, ed. Peter A. Angeles (Buffalo, NY: Prometheus).
Warren, Thomas B. y Antony G.N. Flew (1977), The Warren-Flew Debate (Jonesboro, AR: National Christian Press).
Warren, Thomas B. y Wallace I. Matson (1978), The Warren-Matson Debate (Jonesboro, AR: National Christian Press).
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