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Escritores Inspirados y Copistas Competentes

Si abriera su Biblia y leyera Génesis 1:1, aprendería que Dios creó todas las cosas en el principio. La redacción de este versículo dice lo siguiente: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (énfasis añadido). El verbo “crear” viene del hebreo bara y se traduce como “crear” o “hacer” en la mayoría de versiones españolas. Sin embargo, en la versión Reina-Valera Antigua existe un error de deletreo en el cual la letra “e” ha sido reemplazada por la letra “i”, causando que el versículo diga: “En el principio crió Dios los cielos y la tierra” (énfasis añadido).

Pregunta: ¿De quién es la culpa que la palabra “creó” se haya impreso incorrectamente como “crió”? Ciertamente nadie culparía a Dios o a Sus escritores inspirados (2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20-21) por este error en una versión española de la Biblia. Casi todos reconocen que las editoriales son responsables de estos pequeños errores. Aunque se ha perfeccionado la reproducción de libros durante los siglos pasados (en gran parte gracias a la invención de la imprenta), por muchas razones todavía los errores pequeños pueden introducirse sigilosamente en las páginas impresas. Dios no intervino y milagrosamente suprimió los errores (como el mencionado anteriormente) de las copias de Su Palabra. En cambio, dio a la humanidad la habilidad y recursos para entender que estos errores se pueden resolver racionalmente sin asumir que los escritores inspirados se equivocaron. Sabemos que “crió” debe ser “creó” en Génesis 1:1, en parte porque muchas otras versiones españolas de la Biblia traducen la palabra como “creó”, y porque las copias hebreas de esta porción de la Biblia pueden clarificar el significado verdadero.

EL SENTIDO COMÚN Y LOS ERRORES DE LOS COPISTAS

Uno de los libros más populares del siglo XXI ha sido la novela de Dan Brown El Código Da Vinci. Desde el año 2003, se ha vendido mundialmente algo de 50 millones de copias de este libro (“The Official…”, s.d.). Imagine por un momento las diferencias potenciales en las millones de copias del Código Da Vinci si, en vez de haberse impreso en una editorial, se hubieran reproducido a mano. Sin duda, los copistas hubieran cometido muchos errores. Ocasionalmente, se hubiera deletreado mal algunos nombres, se hubiera invertido algunos números y se hubiera duplicado u omitido algunas palabras o líneas enteras. No obstante, si se hubiera recuperado algunas millones de copias del Código Da Vinci de todo el mundo, y luego cientos de eruditos durante varias décadas las hubieran comparado, contrastado y revisado en un esfuerzo de recuperar la redacción exacta del manuscrito original de Dan Brown, se restauraría realmente el texto a su condición original. Se descartaría la mayoría de los errores de los copistas. Finalmente se restauraría el texto del Código Da Vinci por medio del criticismo textual.

Sea que se haga referencia a las obras seculares o a la Biblia, antes de la invención de la imprenta, se hacían las copias a mano, y por ende eran susceptibles a los errores. En el siglo diecinueve, el respetado erudito cristiano J.W. McGarvey señaló: “No existe escrito de la antigüedad que haya llegado a nuestro tiempo sin muchos cambios” (1886, 1:7-8). De hecho, “[u]na gran parte del trabajo de los editores de los clásicos del griego y el latín consiste en corregir lo mejor que puedan las lecturas erróneas introducidas en estas obras” (McGarvey, 1:8). Por ejemplo, considere las comedias de Terencio (ca. 190-158, a.C.). El erudito británico del siglo diecisiete Richard Bentley señaló que las obras de Terencio fueron algunos de los textos clásicos mejores preservados, pero testificó que había visto “veinte mil de estas lecturas en ese pequeño escrito, incluso no tan grande como el Nuevo Testamento completo” (citado en “The Text…”, 1822, 15(37):476; vea también McGarvey, 1886, 1:8). Considere también los escritos de Tácito. Se sabe que contiene a lo menos un error numérico que los eruditos en literatura clásica han reconocido como el error de un copista (Holding, 2001). Los eruditos reconocen que, en un punto en la historia, un copista accidentalmente cambió el número (de CXXV a XXV). Aunque se sabe que contienen errores de trascripción, los historiadores alrededor del mundo citan estas obras antiguas, tales como las de Herodoto, Josefo, Plinio, Tácito, Suetonio, etc., y las consideran fidedignas, educacionales y dignas de estudio.

Si los eruditos defienden la integridad de los autores antiguos parcialmente al reconocer que muchos de los errores contenidos en sus escritos son el resultado de los errores de los copistas, es razonable que estos mismos eruditos (sean ateos, agnósticos, escépticos o cristianos) reconozcan que los supuestos problemas en el texto bíblico pueden ser el resultado de los errores de los escribas en vez de los errores de parte de uno o más escritores de la Biblia. Así como los que copiaron los documentos históricos seculares algunas veces cometieron errores (e.g., deletrearon mal nombres, omitieron palabras, etc.), los escribas que copiaron la Biblia de los textos antiguos también tuvieron la posibilidad de errar. Como Gleason Archer observó: “Incluso los manuscritos más antiguos y mejores que poseemos no están totalmente libres de los errores de transmisión. Ocasionalmente se copia mal los números, ocasionalmente es confuso el deletreo de nombres propios, y existen ejemplos de estos mismos tipos de errores que también aparecen en otros documentos antiguos” (1982, p. 27).

Norman Geisler y William Nix han mencionado varias maneras en que un escriba pudo haber cambiado accidentalmente el texto bíblico, incluyendo: (1) omisiones o repeticiones de letras, palabras o líneas; (2) inversiones (transposiciones) de letras y palabras; (3) divisiones de palabras en los lugares equivocados (ya que las palabras en los manuscritos antiguos no estaban divididas por espacios); (4) errores de escucha (como cuando los escribas copiaron las Escrituras al ser dictados por alguien que las leyera); (5) confianza en la memorización en vez de depender en lo que el texto exactamente dice; (6) errores de criterio (posiblemente a causa de luz insuficiente o problemas de visión); (7) mala caligrafía; etc. (1986, pp. 469-475). Recientemente, escribí una nota pidiendo a un ayudante que enviara un paquete a una Sra. Ward. Desafortunadamente, se envió el paquete con el nombre “Sra. Word”, tal vez porque mi escritura fue muy mala que no se pudo distinguir adecuadamente la “a” de la “o”, o porque el ayudante simplemente leyó mal el nombre. Este ejemplo muestra cuán fácilmente pueden ocurrir errores, incluso en tiempos modernos.

Muchos estudiantes de la Biblia han memorizado pasajes de la Escritura y los han citado por meses o años sin darse cuenta que en un tiempo incorrectamente cambiaron, añadieron u omitieron una palabra del texto. Una vez memoricé 2 Pedro 3:9 (“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza…”, énfasis añadido), pero descubrí varios años atrás, que en un tiempo incorrectamente memoricé “promesa” en plural, y lo había citado de esta manera por muchos meses. Uno de los errores ocasionales que los escribas cometieron fue confiar demasiado en su propia memoria. En vez de notar cuidadosamente cada letra en cada palabra en cada línea, algunos copistas pueden haber memorizado demasiado en un tiempo sin mirar el texto. Tenga en cuenta que los escribas no tenían teclas de computadores que hacían las mismas letras cada vez o que les permitían copiar y pegar un párrafo de texto al presionar unos pocos botones. Copiar la Biblia en tiempos antiguos era un trabajo minucioso y tedioso que requería atención y cuidado constante, incluso en las mejores circunstancias.

CAINÁN, HIJO DE ARFAXAD: UN ESTUDIO EN LOS ERRORES DE LOS COPISTAS

Lucas 3:36 es el único versículo en la Biblia en que leemos que el patriarca Arfaxad tuvo un hijo llamando Cainán. Aunque se menciona a otro Cainán (hijo de Enós) siete veces en la Escritura (Génesis 5:9-10,12-14; 1 Crónicas 1:2; Lucas 3:37), fuera de Lucas 3:36, nunca se menciona a Cainán, el hijo de Arfaxad. Se le omite en las genealogías de Génesis 10 y 11, también como en la genealogía de 1 Crónicas 1:1-28. Cuando se lista al hijo de Arfaxad en estas genealogías, el nombre que siempre se da es Sala (o Sela), no Cainán.

Algo importante que aprendemos de varias genealogías en la Escritura es que algunas veces contienen brechas menores—brechas que son intencionales y legítimas (vea Mateo 1:1; vea también Thompson, 1989, 9[5]:17-18). Por ende, el hecho que Lucas 3 contenga un nombre que no se registra en Génesis 10 u 11, o 1 Crónicas 1, no significa que alguien cometió un error. Lo cierto es que los términos “engendró”, “hijo de” y “padre”—a menudo encontrados en las genealogías—ocasionalmente tienen una connotación más amplia en la Biblia que en el español moderno (cf. Génesis 32:9; Juan 8:39). El hecho que una genealogía contenga más (o menos) nombres que otra genealogía, no significa que las dos genealogías sean contrarias.

Sin embargo, la inclusión del nombre Cainán en Lucas 3:36 posiblemente tiene una explicación muy diferente—una que puede ser más plausible, aunque a la misma vez más complicada, y por ende menos popular. Es muy probable que el “problema de Cainán” sea el resultado del error de un escriba cuando copiaba el relato del evangelio de Lucas.

Al considerar que el Nuevo Testamento originalmente se escribió en griego, sin puntuación o espacios entre las palabras, se puede notar que el nombre Cainán fácilmente pudo haberse introducido sigilosamente en la genealogía de Lucas. Note en el siguiente ejemplo lo que el texto original (en concordancia con Génesis 10:24, 11:12 y 1 Crónicas 1:18,24) puede haber dicho:

touserouchtouragautoufalektouebertousala

toukainamtouarfaxadtouseemtounooetoulamech

toumathousalatouhenoochtouiarettoumaleleeeltoukainan

touenoostouseethtouadamtoutheou

Si un escriba echaba un vistazo al final de la tercera línea a toukainan, probablemente pudiera haberlo escrito también en la primera línea. Por ende, en vez de leer solamente un Cainán, leemos hoy dos:

touserouchtouragautoufalektouebertousalatoukainan

toukainamtouarfaxadtouseemtounooetoulamech

toumathousalatouhenoochtouiarettoumaleleeeltoukainan

touenoostouseethtouadamtoutheou

Como puede ver, sería fácil que un escriba cansado copiara “Cainán” inadvertidamente de Lucas 3:37 mientras copiaba 3:36 (vea Sarfati, 1998, 12[1]:39-40; Morris, 1976, p. 282).

Aunque algunos apologistas rechazan la idea que la inclusión de Cainán en Lucas 3:36 sea el error de un copista, los siguientes hechos parecen añadir peso a esta explicación sugerida.

  • Como se declaró antes, esta parte de la genealogía de Lucas también se registra en Génesis 10:24, 11:12 y 1 Crónicas 1:18-24. No obstante, todos estos pasajes del Antiguo Testamento omiten al Cainán de Lucas 3:36. De hecho, no se encuentra a Cainán, el hijo de Arfaxad, en ningún manuscrito hebreo del Antiguo Testamento.
  • Se omite a Cainán en todas las versiones antiguas del Antiguo Testamento: El Pentateuco Samaritano, la Siríaca, el Tárgum (traducciones arameas del Antiguo Testamento) y la Vulgata (traducción latina de la Biblia completada entre los años 382 y 405 d.C.) [vea Hasel, 1980, 7(1):23-37].
  • Se omite el nombre Cainán en la lista patriarcal de Flavio Josefo en su obra histórica, Antigüedades Judías (vea 6:1:4-5).
  • El historiador cristiano del tercer siglo, Julio Africano, también omitió el nombre Cainán de su cronología de los patriarcas, aunque él disponía de las copias de los evangelios de Lucas y Mateo (1971, 6:125-140).
  • La copia más antigua de Lucas (un código de papiro de la Colección Bodmer datado entre los años 175 y 225 d.C.) no incluye a este Cainán (vea Sarfati, s.d.).

 

Este manuscrito de una porción de Mateo data de alrededor de 350 d.C.
Crédito: La Colección Schøyen MS 2650

Algunos rápidamente señalan que la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento hebreo) menciona el nombre Cainán, y por ende verifica que él fue el hijo de Arfaxad, así como Lucas 3:36 indica. El problema con esta línea de pensamiento es que los manuscritos más antiguos de la Septuaginta no incluyen esta referencia a Cainán (Sarfati, 1998, 12[1]:40). Patrick Fairbairn indicó en su enciclopedia bíblica que este Cainán “no parece haber estado en las copias de la Septuaginta que Teófilo de Antioquía usó en el segundo siglo, Africano en el tercero o Eusebio en el cuarto” (1957, 2:351). Además declaró que este Cainán fue también omitido en la copia vaticana de la Septuaginta (2:351). El hecho que “Cainán” fue una añadidura posterior a la Septuaginta (y no una parte del original) también es evidente ya que Josefo ni Africano le mencionan, pero existen muchas indicaciones que ellos usaron la Septuaginta en sus escritos. Ellos repiten muchas de las cifras de la Septuaginta como para no haberla usado. Por tanto, Larry Pierce declaró: “Parece que en el tiempo de Josefo, la generación extra de Cainán no estaba en el texto de la LXX [Septuaginta—EL] o en el documento que Josefo usó, ¡de otra manera Josefo la hubiera incluido!” (1999, 13[2]:76). Como Henry Morris concluyó en su comentario de Génesis: “[E]s muy probable que los copistas posteriores de la Septuaginta (que no eran tan meticulosos como los que copiaron el texto hebreo) insertaran a Cainán en sus manuscritos basándose en ciertas copias del Evangelio de Lucas a las cuales tenían acceso en ese entonces” (1976, p. 282, paréntesis en original). Aunque es posible que simplemente el nombre “Cainán” en Lucas 3:36 suplemente las genealogías del Antiguo Testamento, cuando se reúne toda la evidencia, una mejor explicación es que el nombre Cainán en Lucas 3:36 sea el resultado del error de un copista.

 

LA EDAD DE JOAQUÍN CUANDO COMENZÓ A REINAR

En 2 Reyes 24:8, leemos que Joaquín sucedió a su padre como el 19º rey de Judá a la edad de dieciocho. Sin embargo, 2 Crónicas 36:9 nos informa que “de ocho años era Joaquín cuando comenzó a reinar”. Afortunadamente, existe información adicional suficiente en el texto bíblico para probar la edad correcta de Joaquín cuando comenzó su reinado en Judá.

Existe poca duda que Joaquín comenzó su reinado a la edad de dieciocho años, no a la edad de ocho años. Ezequiel 19:5-9 establece esta conclusión, ya que Joaquín aparece como andando entre leones, arrebatando la presa y devorando a hombres. Además, es poco creíble que se describa a un niño de ocho años como alguien que hizo “lo malo ante los ojos de Jehová” (2 Reyes 24:9).

La respuesta simple para este “problema” es que un copista, no un escritor inspirado, cometió un error. Un escriba simplemente omitió un diez (la letra numeral hebrea י [yod], lo cual cambió la edad de Joaquín a ocho (hebreo ח) [jet]) en vez de dieciocho (hebreo יח). Esto no significa que los escritores inspirados cometieron un error. En cambio, indica que los errores menores de los escribas se han infiltrado en algunas copias de la Biblia. En realidad, si alguna vez ha visto el alfabeto hebreo, sin duda admitirá que se puede confundir muy fácilmente las letras hebreas (que también se usan para los números).

COPISTAS CONCIENZUDOS

Aunque se menciona a los escribas en la Biblia desde el año 1000 a.C. (e.g., 2 Samuel 8:17), la historia registra tres periodos generales de tradición judía en cuanto a los escribas: (1) el periodo soferim (desde Esdras hasta ca. 200 d.C.); (2) el periodo talmúdico (ca. 100 – 500 d.C.); y (3) el periodo masorético (ca. 500 – 950 d.C.) [Geisler y Nix, 1986, p. 502]. Los copistas judíos estuvieron conscientes de su trabajo y lo tomaron muy seriamente. Ellos no fueron perfectos en su trabajo de trascripción (como se mostró anteriormente), pero la evidencia muestra que fueron muy concienzudos. Ya que era infinitamente más importante que el trabajo de los estudiantes al copiar el deletreo de las palabras, el trabajo de las cocineras al copiar recetas o el trabajo de las secretarias al copiar las notas de sus jefes, los escribas entendían que estaban copiando la Palabra de Dios. Incluso el trabajo importante de los transcriptores médicos no se puede comparar al trabajo de los copistas antiguos. McGarvey anotó que los copistas en el periodo talmúdico “adoptaron regulaciones minuciosas para preservar la pureza del texto sagrado” (1886, 1:9). Luego, los masoretas tomaron pasos incluso más estrictos para garantizar manuscritos de calidad superior. Ya que tenían una gran reverencia por las Escrituras, fueron por encima y más allá del “llamado del deber”, trabajando bajo reglas muy estrictas para hacer las copias posibles más exactas. En su Introducción al Antiguo Testamento (Introduction to the Old Testament), el Profesor R.K. Harrison abordó el enfoque de los masoretas en cuanto a las Escrituras y su profesionalismo, diciendo:

Ellos estaban interesados en la transmisión del texto consonántico como lo habían recibido [el hebreo no tiene vocales—EL], también en la pronunciación, teniendo en cuenta que el mismo texto era inviolable y cada consonante sagrada.

El trabajo estadístico detallado que los masoretas realizaban en cada libro incluía la cuenta de los versículos, palabras y letras, el establecimiento del medio del libro (un procedimiento que era útil en el caso de composiciones bífidas o de dos partes), el señalamiento de singularidades de estilos y otros asuntos similares (1969, pp. 212-213, paréntesis en original).

Al tomar estas precauciones en la trascripción de letras, palabras y versículos (por sección y libros), se podía saber si se había omitido o añadido una palabra o letra. En efecto, como Eddie Hendrix afirmó: “Estas revisiones minuciosas contribuían a un alto grado de exactitud en la trascripción” (1976, 93[14]:5). Ningún otro grupo de copistas antiguos es más renombrado que los del Antiguo Testamento.

Aunque se sabe mucho menos acerca de los copistas del Nuevo Testamento, según Philip Comfort, quien escribió La Búsqueda del Texto Original del Nuevo Testamento (The Quest for the Original Text of the New Testament), la evidencia paleográfica ha revelado que “muchos de los manuscritos antiguos se copiaron cuidadosamente, con precisión y perspicacia”, sin duda “por medio del trabajo de escribas educados y profesionales” (1992, p. 51,50). Los copistas del Nuevo Testamento también tenían una motivación seria para copiar las Escrituras con cuidado. Aunque no se cita usualmente este texto teniendo a los copistas en mente, considere Apocalipsis 22:18-19:

Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.

En el segundo siglo d.C., Ireneo aplicó esta condenación a los copistas que intencionalmente contribuyeron a la iniciación y perpetuación de errores textuales (5:30:1). Indudablemente, debido a la gracia de Dios y la escrupulosidad de los copistas, “[e]l Nuevo Testamento…no solamente ha sobrevivido en más manuscritos que cualquier otro libro de la antigüedad, sino ha sobrevivido en una forma más pura que cualquier otro gran libro” (Geisler y Nix, p. 475).

NO EXISTEN AUTÓGRAFOS? NO HAY PROBLEMA

Algunos pueden preguntarse cómo los cristianos podemos confiar que tenemos la Palabra de Dios hoy ya que no disponemos de manuscritos originales (llamados autógrafos). ¿Cómo podemos conocer la Verdad, si la Verdad viene de copias de copias…de los autógrafos, muchas de las cuales contienen varios errores pequeños de trascripción? ¿No deberíamos simplemente darnos por vencidos y declarar que los intentos de encontrar la Verdad son inútiles?

Es muy irrazonable pensar que se pueden aprender verdades solamente de los autógrafos. Aprender y formar creencias basados en las copias fidedignas de documentos escritos, objetos, etc., es una manera de vida. Concluir que un conductor en un estado particular no puede aprender a manejar adecuadamente sin tener a la mano el manual de conducción original que el estado produjo años antes es absurdo. Aseverar que no se puede medir la longitud de una yarda sin tener la yarda estándar del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología es ridículo. Incluso si la yarda estándar se hubiera perdido, las millones de copias de la yarda en existencia hoy serían suficientes para encontrar (y medir) exactamente la longitud verdadera de una yarda. Considere también el ejemplo de McGarvey de un autógrafo que llegó a destruirse.

Un hombre dejó una gran finca para sus descendientes de la tercera generación, pero no se la debía dividir hasta que la mayoría de ellos llegara a la mayoría de edad. Durante el intervalo se circularon muchas copias del testamento entre los grupos interesados, muchas de estas fueron copias de otras copias. Mientras tanto la oficina de registro en la que se archivó el original se quemó con todos sus contenidos. Cuando se acercó el tiempo de la división, un abogado entrometido reportó que no existían dos copias que fueran iguales. Esto les alarmó, y comenzaron a ocuparse para averiguar la verdad del reporte. Al comparar copia por copia averiguaron que el reporte era verdadero, pero al inspeccionar más cuidadosamente descubrieron que las diferencias consistían en errores de deletreo o construcción gramática; algunos errores en cifras corregidos por la escritura de los números; y algunas otras diferencias un poco difíciles de explicar; pero en ninguna de las copias estos errores afectaban los derechos de los herederos. Según los propósitos esenciales para los cuales se escribió el testamento las representaciones de todas las copias fueron precisamente las mismas. El resultado fue que ellos dividieron la finca, y todos quedaron satisfechos; y ellos estuvieron más seguros que habían llevado a cabo la voluntad de su abuelo que si se hubiera preservado solamente la copia original, ya que esta pudiera haber sido alterada por el interés de un solo heredero, pero las copias, aunque defectuosas, no pudieron haberlo sido (1:17).

Por todo el mundo, individuos, grupos, negocios, escuelas, etc., operan con la convicción que los autógrafos no son necesarios para aprender las verdades en ellos. Se puede reunir, inspeccionar e investigar las copias de testamentos, artículos, libros, etc., hasta que se publiquen nuevas copias que sean virtualmente idénticas al original. “[E]s posible obtener comunicación exacta a pesar de los errores técnicos de la trascripción” (Archer, 1982, p. 29). De igual manera con la Biblia. Aunque los copistas fueron imperfectos en sus obras de trascripción, se han conservado suficientes copias de las Escrituras tanto que, como Don Fredric Kenyon remarcó, “es prácticamente cierto que se ha preservado la lectura verdadera de todo pasaje dudoso en una u otra de estas autoridades antiguas. ¡No se puede decir esto de otro libro antiguo en el mundo!” (citado en Lighfoot, 2003, p. 204).

EVIDENCIA DE TRANSMISIÓN BÍBLICA CONFIABLE

El Antiguo Testamento

Los Rollos del Mar Muerto constituyen uno de los más grandes descubrimientos arqueológicos de todos los tiempos. En 1947, se encontró muchos documentos históricos por accidente en una cueva al lado noroeste del Mar Muerto. Esta colección de documentos, que ha llegado a conocerse como los Rollos del Mar Muerto, consta de rollos de piel antigua y papiro, y fragmentos que han sido enrollados en tinajas por siglos. Desde 1949 hasta 1956, se encontraron cientos de manuscritos hebreos y arameos y unos cuantos fragmentos griegos en cuevas cercanas, y los eruditos creen que se escribieron entre el año 200 a.C. y la primera mitad del primer siglo d.C. Algunos de los manuscritos fueron de escritos judíos apócrifos y seudo-apócrifos (e.g., 1 Enoc, Tobías y Jubileos); otros a menudo son agrupados como escritos “ascéticos” (libros misceláneos de reglas, poesía, comentario, etc.). El grupo de documentos más notables y pertinentes encontrados en las cuevas del Qumran cerca del Mar Muerto es la colección de los libros del Antiguo Testamento. Se encontró rollos de cada libro de la Biblia hebrea excepto el libro de Ester.

 

Una de las cuevas donde se descubrió los Rollos del Mar Muerto.

Los Rollos del Mar Muerto son una evidencia firme de la integridad del texto del Antiguo Testamento. Antes de 1947, los manuscritos más antiguos del Antiguo Testamento se remontaban solamente al tiempo alrededor del año 1000 d.C. Con el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, los eruditos de la Biblia han podido comparar el texto moderno con el texto de más de 2,000 años atrás. Los críticos del texto han descubierto que estas copias antiguas de los libros del Antiguo Testamento son sorprendentemente similares al texto masorético. De hecho, son prueba que se ha transmitido el texto del Antiguo Testamento fielmente a través de los siglos. Como Rene Paché concluyó: “Ya que se puede demostrar que se transmitió el texto del Antiguo Testamento fielmente durante los pasados 2,000 años, se puede suponer razonablemente que se ha trasmitido así desde el comienzo” (1971, p. 191). Además, si las copias del Antiguo Testamento en el primer siglo fueron lo suficientemente fieles como para que Jesús y los apóstoles las citaran y enseñaran de estas, y nosotros poseemos manuscritos del Antiguo Testamento que son contemporáneos (o anteriores) al tiempo de Cristo, entonces los cristianos deberían sentirse extremadamente seguros en cuanto a la condición del Antiguo Testamento en el siglo veintiuno—a lo menos tan seguros como Jesús lo estuvo (cf. Mateo 22:31).

 

El Nuevo Testamento

¿Cuán seguros podemos estar los cristianos que el texto del Nuevo Testamento es esencialmente el mismo hoy como lo fue en el primer siglo? ¿Pudiera ser que uno de los dogmas centrales del cristianismo (e.g., la deidad de Cristo) fuera el resultado de la manipulación del texto del Nuevo Testamento siglos antes, como alega la novela de Dan Brown, El Código Da Vinci (2003, pp. 233-234)? ¿Cambió alguien drásticamente en la Edad Media el texto del Nuevo Testamento? ¿Qué evidencia tenemos para confiar en el Nuevo Testamento?

Los cristianos del siglo XXI pueden estar seguros que se ha transmitido el Nuevo Testamento fielmente a través de los siglos en gran parte a causa de la cantidad vasta de manuscritos que existen hoy, algunos de los cuales se remontan a comienzos del segundo siglo d.C. Cuando F.F. Bruce publicó la sexta edición de su libro clásico Los Documentos del Nuevo Testamento—¿Son Confiables? (The New Testament Documents—Are They Reliable?) en 1981, señaló que “existen más de 5,000 manuscritos griegos del Nuevo Testamento completo o en parte” (p. 10). Algo de 25 años después, Michael Welte del Instituto por la Investigación Textual del Nuevo Testamento en Munster, Alemania, indicó que el número de manuscritos griegos era 5,748 (2005). Esta cifra representa un grupo mayor de manuscritos para cualquier volumen antiguo (cf. Westcott y Hort, 1964, p. 565; Ewert, 1983, p. 139; Kenyon, 1951, p. 5). Por ejemplo, Historias de Herodoto, La Guerra de las Galias de César y los Anales de Tácito, tres obras históricas bien-conocidas y citadas a menudo, están respaldadas por un total de 38 manuscritos en combinación (Geisler y Nix, p. 408). El libro antiguo más documentado después del Nuevo Testamento es la Ilíada de Homero. Existen algo de 643 manuscritos de la Ilíada hoy (p. 475), lo cual es todavía algo de 5,000 manuscritos menos que en el caso del Nuevo Testamento.

 

Página antigua gastada de un documento de papiro

Igualmente impresionante como el número de manuscritos del Nuevo Testamento en existencia es la antigüedad de los manuscritos. Mientras que las copias existentes de Platón, Tucídides, Herodoto, Tácito y muchos otros están separadas del tiempo en que estos hombres escribieron por 1,000 años, los manuscritos del Nuevo Testamento se remontan al tiempo del segundo siglo, y posiblemente antes. En El Texto de los Manuscritos Griegos Más Antiguos del Nuevo Testamento (The Text of the Earliest New Testament Greek Manuscripts), un volumen de 700 páginas que Philip Comfort y David Barrett editaron, se trascribe más de 60 de los manuscritos griegos más antiguos del Nuevo Testamento (2001). Este libro también contiene muchas fotografías de estos manuscritos antiguos (cuyos originales están almacenados por todo el mundo). En la introducción, Comfort y Barrett declaran: “Todos los manuscritos [contenidos en el libro—EL] datan de comienzos del segundo siglo a comienzos del cuarto (100-300 d.C.)” (p. 17). De hecho, “[v]arios de los papiros más importantes datan de mediados del segundo siglo” y por ende “proveen los testimonios directos más antiguos de los autógrafos del Nuevo Testamento” (p. 18). Ellos incluso sugieren que “es posible que algunos de los manuscritos que se piensa que son de comienzos del segundo siglo realmente sean de finales del primero siglo” (p. 23). Así que podemos estar muy seguros de la transmisión del Nuevo Testamento, no solamente a causa del gran número de copias existentes, sino a causa de la proximidad de los manuscritos a los autógrafos.

 

Pero, eso no es todo. A la evidencia de los manuscritos se le puede añadir las versiones antiguas del Nuevo Testamento (e.g., Siríaca Antigua, Latina Antigua, Cóptica, etc.), también como las “más de 36,000 citas patrísticas que contienen casi todo versículo del Nuevo Testamento” (Geisler y Nix, p. 467). Los escritos cristianos no-inspirados de los primeros siglos (redactados por hombres como Clemente de Roma, Ignacio, Policarpo, Justino Mártir, Ireneo y muchos otros) están saturados de citas de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento. El eminente erudito en Nuevo Testamento Bruce Metzger escribió, “De hecho, estas citas son tan extensas…que si se destruyeran todas las otras fuentes de nuestro conocimiento del texto del Nuevo Testamento, estas serían suficientes para reconstruir prácticamente el Nuevo Testamento completo” (1968, p. 86). Estos testimonios, juntamente con las versiones antiguas, hablan grandemente a favor de la integridad de la transmisión de la Biblia.

¿Existe evidencia amplia de los manuscritos, versiones y citas antiguas de los documentos del Nuevo Testamento, que se han conservado y que indican que el Nuevo Testamento es esencialmente el mismo hoy como lo fue en el primer siglo? Absolutamente. El ex director del Museo Británico, Don Frederic Kenyon, resumió el asunto: “El cristiano puede tomar la Biblia completa en su mano y decir sin temor o duda que él tiene la verdadera palabra de Dios, transmitida sin pérdida importante de generación a generación a través de los siglos” (citado en Lightfoot, 2003, p. 126).

CONCLUSIÓN

Al considerar el potencial durante los 1,900 años pasados para que el texto de la Biblia fuera corrompido grandemente, y el hecho que esto no haya sucedido, los cristianos pueden tener confianza que Dios, aunque sin inspirar a los copistas en la transmisión de Su Palabra, los usó en Su preservación providencial de la misma. Isaías aseguró a sus oyentes 2,700 años atrás de la permanencia de la Palabra de Dios, diciendo, “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8). Luego, después de más de siete siglos de transmisión, el apóstol Pedro repitió los sentimientos de Isaías, describiendo la Palabra de Dios como “incorruptible” y lo que “vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23-25).

REFERENCIAS

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Archer, Gleason L. (1982), Encyclopedia of Bible Difficulties (Grand Rapids, MI: Zondervan).

Arndt, William (1955), Does the Bible Contradict Itself? (St. Louis, MO: Concordia).

Barnes, Albert (1997), Barnes’ Notes (Electronic Database: Biblesoft).

Brown, Dan (2003), The Da Vinci Code (New York: Doubleday).

Bruce, F.F. (1981), The New Testament Documents—Are They Reliable? (Grand Rapids, MI: Eerdmans), sexta edición.

Comfort, Philip (1992), The Quest for the Original Text of the New Testament (Grand Rapids, MI: Baker).

Comfort, Philip W. y David P. Barrett (2001), The Text of the Earliest New Testament Greek Manuscripts (Wheaton, IL: Tyndale House).

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