El Testimonio del Hombre de Tarso
Ya que el cristianismo se basa en hechos históricos, entonces cualquier persona que trate de descartar la historia del Nuevo Testamento debe crear un enfoque que explique mejor todos los hechos que el enfoque que las Escrituras presentan. Esta tarea es descomunal (por no decir más), y en muchos casos llega a ser imposible. Uno de esos casos es la conversión de Saulo de Tarso.
Aprendemos de los escritos del mismo Saulo que él era un fariseo celoso que sobrepasaba a muchos de sus contemporáneos judíos en cuanto a su esfuerzo por guardar las tradiciones judías de sus padres (Gálatas 1:13-14). Fue educado por Gamaliel, uno de los rabíes judíos más respetados de su tiempo. Su tierra natal, Tarso, era una de las áreas metropolitanas más grandes. Y su ciudadanía romana le daba acceso a algunos de los derechos más codiciados del primer siglo.
En su celo por guardar la tradición judía, Saulo comenzó la misión de destruir al cristianismo—un nuevo grupo que parecía eclipsar al judaísmo. Los cristianos proclamaban que su líder, Jesús de Nazaret, había resucitado tres días después que las autoridades romanas le crucificaran. Miles de judíos que escucharon el mensaje de Cristo se habían convertido al cristianismo; por consiguiente, habían dejado el judaísmo antiguo. Un predicador cristiano, Esteban, había irritado tanto a las autoridades judías con su predicación que ellos llegaron a matarle. Saulo había observado y consentido completamente en su muerte, e incluso había cuidado las ropas de aquellos que le habían apedreado (Hechos 7:58).
No es difícil imaginar por qué Saulo persiguió al cristianismo. Una enseñanza central del Antiguo Testamento—y de los Diez Mandamientos—era que los judíos no debían tener otros dioses más que Dios (Éxodo 20:3). Moisés también había escrito: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). Pero aquellos que seguían a Jesús proclamaban que Él era Dios, y que era uno con el Padre (Juan 1:1; 10:30). Esta “herejía” merecía los castigos más severos.
Teniendo en su corazón el propósito de destruir a esta nueva religión “perversa”, Saulo recibió cartas del sumo sacerdote y se dirigió a Damasco. Pero algo pasó en su viaje a Damasco que cambió el curso de la vida de Saulo—y el curso de la misma historia. Saulo llegó a ser un seguidor de Jesucristo. Su nombre se cambió a Pablo, y con este cambio también llegó un cambio de vida. Pablo mismo testificó que se había convertido de ser un enemigo ardiente de la cruz a un seguidor de Cristo (Gálatas 1:13-14).
Por tanto, debemos preguntar, ¿qué tipo de evidencia se le debe haber presentado a este ciudadano romano muy-educado para que no solamente reconsiderara su posición, sino también hiciera un cambio radical y predicara que Jesús era el Cristo? ¿Qué hechos y argumentos pudieran convencer a esta mente brillante que sus intenciones homicidas contra el cristianismo eran equivocadas, y que su perspectiva de Jesús era completamente errónea? Si buscamos la respuesta en los escritos de Pablo, la encontramos en 1 Corintios 15. Pablo explicó en este capítulo que Cristo murió y resucitó. Después que resucitó de la tumba, “apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (vss. 7-8). Pablo dijo que él vio personalmente al Cristo resucitado; fue un testigo del hecho que la tumba de Cristo estaba vacía.
Sea que una persona crea o no en la resurrección de Cristo, no puede cuestionar el hecho que Pablo se convirtió porque creyó firmemente en la resurrección. Al observar rápidamente sus escritos se puede ver que la resurrección de Cristo fue el mensaje central de la predicación de Pablo (Gálatas 1:1; 1 Tesalonicenses 1:9-10; 1 Corintios 15:3-4).
Pablo no fue un seguidor de Cristo durante la vida de Jesús en la Tierra. No viajó con Jesús alrededor de Galilea ayudándole a predicar o servir a los habitantes. No estuvo en el grupo escogido de apóstoles que comían con Cristo y a quienes se les envió a predicar. Sin embargo, después de su conversión, escribió 13 de los 27 libros del Nuevo Testamento, y llegó a ser el apóstol principal enviado a los gentiles. F.F. Bruce escribió:
Es razonable concluir que la evidencia que convenció a tal hombre sumido en error empedernido y que le guío contundentemente a abandonar sus creencias apreciadas por un movimiento al cual se había opuesto vigorosamente, debe haber sido de una cualidad singularmente impresionante. Por mucho tiempo se ha considerado la conversión de Pablo como una evidencia firme de la veracidad del cristianismo. Muchos han endorsado la conclusión del estadista del siglo XVIII, Don Lyttleton, que declara que “al considerar debidamente sólo la conversión y apostolado de San Pablo, se puede notar que es una demostración suficiente para probar que el cristianismo es una revelación divina” (1960, p. 77).
Cualquiera que intente desacreditar el cristianismo primero debe desacreditar adecuadamente el testimonio de Pablo y la evidencia contundente de su conversión. Tales intentos han fallado miserablemente, y continuarán fallando en el futuro. La evidencia irrefutable para la veracidad del cristianismo viene del testimonio de un hombre de Tarso.
REFERENCIAS
Bruce, F.F. (1960), Los Documentos del Nuevo Testamento—¿Son Confiables? [The New Testament Documents—Are They Reliable?] (Grand Rapids, MI: Eerdmans) quinta edición.
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