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El Mandato Bíblico a Defender la Fe

Nosotros debemos defender a Dios y a Su palabra con la razón a través de argumentos lógicamente firmes ya que Dios ha provisto razones legítimas para creer en Él, e igualmente nos ha mandado a presentar esas mismas razones a otros. El apóstol Pedro escribió: “Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15, énfasis añadido). Pedro no solamente provee una buena razón para defender el Evangelio racionalmente (i.e., porque Dios lo mandó), sino también nos da una serie de pautas a seguir en nuestra defensa del Evangelio.

Primero, para defender la Palabra apropiadamente, debemos santificar al Señor en nuestros corazones. Como la versión en inglés American Standard dice, “santificad en vuestros corazones a Cristo como el Señor”. Jesucristo se debe sentar en el trono de nuestros corazones, y cada uno de nuestros pensamientos debe estar sujeto a Su autoridad. Él debe reinar en nuestros corazones como Rey de reyes y Señor de señores, sin tener competencia siendo el Soberano de nuestras vidas. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro” (Mateo 6:24). Antes que alguno de nosotros fije su mente en la defensa del Evangelio, él debe primero llevar a cabo un “control sistemático” sobre su corazón para asegurarse de que haya tomado su cruz y seguido al Mesías. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5, énfasis añadido). Cuando el Señor asuma Su lugar legítimo en nuestros corazones—separado de cualquier otra cosa, y más respetado y honrado que cualquiera o cualquier cosa—entonces, y solo entonces ¡estaremos preparados para defender Su causa!

Segundo, debemos estar listos para presentar una defensa. Nosotros no vivimos en una época en la cual podamos pasar por alto el pensamiento de cómo responder a los críticos de la Cruz. El Espíritu Santo no pondrá en nuestros corazones lo que debemos decir, ya que Él lo ha puesto en nuestras manos. La Biblia es la perfecta Ley de la Libertad que fue “una vez dada a los santos” (Judas 3). Ésta ha sido dada por Dios y es “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16). Para defender la Palabra, nosotros debemos conocer la Palabra. Debemos estudiar la Palabra para presentarnos aprobados (2 Timoteo 2:15), y debemos dar mucha consideración a la lectura de ella (Hechos 17:11). Si una persona piensa que puede defender el cristianismo sin haber estudiado diligentemente la Palabra de Dios, ésta persona está gravemente equivocada. La siguiente narración anecdótica ilustra este punto.

Uno de los biofísicos principales del tiempo daba una conferencia por todo el mundo. Él daba la misma conferencia en cada lugar que iba. Su fiel chofer se sentaba en cada conferencia y escuchaba atentamente. Una vez, el chofer se cansó de escuchar la misma conferencia una y otra vez, así que retó al biofísico. El chofer dijo que él había oído el mismo discurso tantas veces que podía presentarlo tan bien como el biofísico. De hecho, él se jactó de que podía exponerlo aun más elocuentemente que su jefe. El científico estuvo interesado en ver si el chofer podía hacerlo tan bien como clamaba. Por tanto, ya que la gente del siguiente lugar no había visto al científico en persona, él y su chofer intercambiaron sus ropas, asumiendo el científico la posición del chofer y el chofer la posición del científico. Esa noche, el chofer dio el discurso—¡mejor de lo que el científico alguna vez lo había expuesto! Sin embargo, después del discurso, un hombre en la audiencia alzó su mano e hizo una pregunta. La pregunta estaba llena de expresiones científicas polisilábicas como las que el chofer-hecho-orador nunca había oído. Él hizo una pausa breve, y luego dijo confiadamente: “Esa es sin duda la pregunta más simple que he oído en mi vida. De hecho, ¡es tan simple que voy a dejar que mi chofer, quien está sentado en la última fila, la conteste!”.

El chofer podía proclamar el mensaje correcto, aunque cuando llegó el tiempo de defender el mensaje, él se encontró lamentablemente sin preparación. Pablo describió a cierta gente que era exactamente como el chofer. En 1 Timoteo 1:5-7, él escribió: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (énfasis añadido). Esta gente igualmente podía recitar varios rituales y costumbres de la ley, tales como el diezmo y honrar el sábado. Aunque ellos no entendían que el propósito completo de la ley era producir amor nacido de corazón limpio. Para emplear un refrán, “los árboles no les dejaban ver el bosque”.

Tercero, nosotros debemos estar preparados para presentar una defensa. Para defender algo, primero debemos reconocer la amenaza de un atacante. El campo de batalla donde presentamos nuestra defensa no es un tablero imaginario de juego o un combate de soldados de plástico. Nuestros pies han sido plantados en la trinchera más sangrienta que el mundo jamás ha conocido. El diablo, nuestro adversario, anda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8). Él penetra sus colmillos en el mundo a través del ateísmo, la evolución, el egotismo, el materialismo, el egoísmo, y una variedad de otros vicios peligrosos. Una vez que sus colmillos están incrustados firmemente, él desgarra y arranca las almas humanas fuera de su Creador, dejando agujeros de colmillos que supuran e infectan todo alrededor de estos. Él es real, él es malévolo, y él es determinado. Cada niño golpeado, cada mujer violada, cada bebé abortado, cada palabra sucia pronunciada—es el resultado de sus tácticas ofensivas. Aunque, afortunadamente, nosotros no ignoramos sus estratagemas. Nosotros hemos sido puestos a la defensiva a causa de la amenaza suprema de la humanidad. Mientras que defendemos lo que es correcto y bueno, nosotros herimos todo lo que es equivocado y malo. Cuando reconozcamos que Satanás y su cuerpo de infantería han iniciado una batalla que pone en peligro las almas de toda la humanidad, estaremos listos y capacitados para defender la causa del Señor.

Cuarto, nosotros debemos siempre estar listos a presentar una defensa a todo el que pregunte. Cuán fácil es predicar en contra de la embriaguez cuando estamos en medio de un grupo de abstemios. Cuán fácil es declarar que el Señor nuestro Dios es un Dios, cuando los monoteístas nos rodean. Cuán fácil es afirmar que el Señor hizo los cielos y la Tierra, cuando solamente creacionistas componen la audiencia. La dificultad se levanta cuando un adolescente condena el tomar licor en medio de sus compañeros que le urgen a beber, o cuando el predicador condena la avaricia en un cuarto lleno de materialistas ricos y tacaños. Dar una defensa lista no es terriblemente difícil, pero estar siempre listo a presentar una defensa a quienquiera que pregunte—sea amigo o enemigo—es ciertamente desafiante.

No se equivoque, el cristianismo en el siglo veintiuno demandará tanto coraje como demandó en el primer siglo cuando las persecuciones mortales plagaban la iglesia. No, en América no tenemos policía secreta tumbando nuestras puertas y asesinando a nuestras familias a causa de nuestras creencias cristianas. Nosotros no somos traídos ante las cortes y forzados, bajo pena de muerte, a ofrecer una pizca de incienso sobre un altar pagano a un dios pagano. Sin embargo, incluso cuando los retos de una vida recta puedan ser diferentes hoy en día, éstos son todavía reales. El científico que defiende la creación soporta burlas arrogantes de sus compañeros eruditos. La adolescente que rechaza comprometerse en relaciones sexuales prematrimoniales soporta las bromas más duras de los chicos de su clase. La mujer u hombre de negocios exitoso lucha con la plaga devoradora del materialismo. El erudito educado de la Biblia cruza espadas en una batalla en contra del orgullo. Todo predicador jubilado, anciano, o miembro de la iglesia lucha con el enemigo de la apatía y la pereza. Y, aunque el materialismo, el orgullo, la apatía, y la pereza no son tan físicamente sangrientos como lo es el ser quemado en la hoguera o crucificado en una cruz, estos todavía almacenan los mismos peligros y consecuencias eternales como cualquier arma que el Engañador haya usado alguna vez en contra de los hijos de Dios. Por ende, el responder a todos—en cualquier momento y lugar—demanda el coraje de un verdadero soldado de la Cruz.

Finalmente, debemos de presentar nuestra respuesta con mansedumbre y reverencia. La mansedumbre y reverencia mencionada en 1 Pedro 3:15 fueron descritas antes en los versículos 3,4. Pedro habló a las mujeres y dijo: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. Aunque el espíritu afable, apacible y manso no es un espíritu débil. En cambio, la idea es de un espíritu de un semental enorme de batalla vestido en gala de batalla, con hálito lleno de vapor saliendo de sus fosas nasales y poderosos músculos tensándose a través de su cuerpo, aunque con todo su poder y fuerza es puesto bajo control por el freno en su hocico. Él es fortaleza bajo control, fuerza con dirección y reserva, poder guiado acompañado de fortaleza. Esa es la persona mansa y apacible. Su fortaleza y coraje resplandece como los rayos del Sol. Él es sabio, conoce las Escrituras, y está listo para presentar una defensa de su esperanza. Aunque él no se desespera o grita; ni intimida a sus oponentes por su fortaleza suntuosa (aunque él sea capaz de hacerlo). En otras palabras, él controla su lengua y temperamento, y responde claramente y consistentemente. Y aunque él conoce la veracidad de sus enunciados, no muestra arrogancia y altivez de espíritu, sino exhibe solamente preocupación verdadera por el alma del indagador. Al temer a Dios y no a los hombres, él da crédito completo a su Dios y humildemente, aunque con tacto, defiende la verdad—con el propósito de ser respondido con el asombro silencioso y el respeto ofrecido a él por su enemigo como también por su aliado. Él es poder bajo control como lo fue el León de Judá cuando era guiado como cordero al matadero.

En conclusión, la apologética no está reservada a un grupo selecto de eruditos educados que estudian 16 horas al día. La apologética es para granjeros y farmacéuticos, predicadores y fontaneros, bioquímicos y constructores. El chico de sexto grado que explica a su amigo por qué el injuriar es malo, el oficinista que explica la importancia del bautismo a su colega, y el microbiólogo que debate con evolucionistas en los recintos universitarios beben de la misma fuente de la apologética. Entonces, la apologética es la defensa razonable del cristianismo del Nuevo Testamento en cualquier momento, en cualquier lugar, con cualquier persona, usando cualquier material apropiado para la ocasión.


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