El Dogma Católico de la Infalibilidad
El Romano Pontífice, cuando habla ex cátedra… posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables (Vaticano I, 1870b, Cáp. 4, Inc. 9).
Este es el dogma declarado por el Papa Pio IX y aprobado y definido por el Concilio Vaticano I sobre el magisterio infalible del obispo de Roma.
Por más de un siglo este dogma ha pesado grandemente sobre los lomos de muchos católicos, quienes fervientemente han tratado de armonizar la naturaleza del dogma infalible con las declaraciones, enseñanzas, y revelaciones de los Papas que vivieron antes y después del establecimiento de dicho dogma. Lo cierto es que el católico fiel no tiene la opción de rechazar la doctrina firmemente impuesta por el Vaticano I, ya que así de firme también es la condenación canónica referente a su rechazo. El canon amonesta:
De esta manera si alguno, no lo permita Dios, tiene la temeridad de contradecir nuestra definición: sea anatema [maldito—MP] (Vaticano I, 1870b, Cáp. 4, Inc. 9, énfasis añadido).
Así que la maldición está fijada sobre aquellos que rechazan el dogma, y el dogma tiene aprobación conciliar; por ende, el Papa es infalible. Sin embargo, las definiciones, implicaciones y aplicaciones del dogma son cuestionables a tal punto que incluso no existe consenso completo en el cuerpo jerárquico y ordinario de la Iglesia Católica.
IMPLICACIONES DEL DOGMA
Para hablar de este dogma polisilábico, primero debemos conocer ciertos temas relacionados con el mismo. Y, ya que muchos antagonistas de la infalibilidad han sido catalogados como desconocedores o manipuladores del concepto e implicaciones del dogma, es mi propósito aquí usar solo las definiciones y explicaciones sugeridas por los mismos partidarios de la doctrina postulada por Pio IX.
A diferencia de la idea comúnmente revendida de que solo el Papa posee infalibilidad, el catolicismo enseña que la Iglesia Católica, representada totalmente por su cuerpo de obispos, también es infalible. Es así que el Vaticano II declara:
Aunque cada uno de los Prelados [obispos—MP] no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo (vea Círculos Teológicos, s.d., énfasis añadido).
Debe aclararse aquí que, según el catolicismo, la infalibilidad del cuerpo de obispos está subordinada a la infalibilidad del obispo de Roma, y es él quien da la sentencia final. Entonces, la tesis del dogma de la infalibilidad puede ser resumida de la siguiente manera:
La infalibilidad es asistencia divina para la Iglesia que protege al Papa de todo error en materias de fe y moral… La infalibilidad solo [se] aplica a los actos en que el Papa hace uso plenamente de su deber apostólico; cuando define un dogma en virtud de su suprema autoridad y en su calidad de pastor de la Iglesia universal. En esos casos habla ex cathedra (vea SCTJM, 1999b, énfasis añadido).
Ya que la proclamación del dogma ha dejado a muchos religiosos (incluyendo a los mismos católicos) con un sentimiento de insatisfacción al no poder concluir racionalmente por sí mismos cuándo el Papa es infalible o no, el catolicismo ha tenido que proponer las condiciones en las cuales la infalibilidad puede “funcionar”. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, tres condiciones deben ser reunidas:
(1) El Papa debe hablar “como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos”… (2) El Papa “proclama por un acto definitivo la doctrina”… (3) El Papa habla “en cuestiones de fe y moral” (SCTJM, 1999a, énfasis en original).
Por consiguiente, con esta explicación más “sistematizada”, el catolicismo ha “parado” (o, más precisamente, ignorado) las interminables acusaciones en contra de los Papas del tiempo antiguo y del moderno. Sin embargo, ¿es la doctrina católica de la infalibilidad papal una doctrina verdadera? ¿Son consistentes y válidas sus explicaciones “estructuradas”? ¿Debería el cristiano fiel oponerse a esta doctrina romana?
RAZONES POR LAS CUALES EL DOGMA DE LA INFALIBILIDAD DEBE SER RECHAZADO
Es Inconsistente Con la Verdad Bíblica
El Concilio Vaticano I, en su Pastor Aeternus, declara sobre el fundamento de la infalibilidad:
Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro… esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos” (Vaticano I, 1870b, Cáp. 4, énfasis añadido).
Así que, de acuerdo a la doctrina católica, la infalibilidad papal está basada en el hecho de que en Lucas 22:32 Jesús prometió a Pedro que su “fe” (i.e., sus declaraciones de las verdades divinas en cuanto a “fe y moral”) no fallaría. Sin embargo, un análisis breve del texto bíblico y su contexto revela una conclusión completamente diferente. Considere lo siguiente.
Primero, la disposición contextual de Lucas 22:32 no establece el fundamento del dogma de la infalibilidad. Es decir, no existe indicación en el texto bíblico que sugiera un primado Papal o alguna “prerrogativa petrina” especial. El tema discutido en Lucas es la pronta tentación de los discípulos y exclusivamente la negación de Pedro.
Segundo, la expresión “Yo he rogado por ti”, no establece una dignidad especial sobre Pedro y no excluye algún ruego a favor de los demás discípulos. Juan 17:9-19 clarifica que Jesús no solamente había rogado al Padre por Pedro, sino también por Sus demás discípulos. La razón por la cual Jesús hiciera referencia (en Lucas 22) al ruego a favor de Pedro halla su explicación lógica en el hecho de que Pedro sería uno de los discípulos que enfrentaría un mayor zarandeo maligno (Lucas 22:31; cf. 22:34,54-62). Jesús, al señalar a Pedro que Él había rogado por él, le demostraba que era Su deseo su pronta rehabilitación después de la caída.
Tercero, cuando Jesús habló de la fe de Pedro, Él utilizó el término griego pistis, el cual significa “primariamente, firme persuasión, convicción basada en lo oído” (vea Vine, 1999, p. 374). No existe indicio bíblico en el texto de Lucas que sugiera que la fe de Pedro deba ser interpretada como sus “declaraciones futuras de las verdades divinas en cuanto a la fe y la moral”. En cambio, la fe de Pedro puede ser contrastada con el temor a la muerte que le llevaría a negar a su Señor (Lucas 22:54-61; cf. Marcos 4:35-40). Ciertamente la palabra “fe” enfatiza la fe subjetiva (confianza en Dios) de Pedro y no su fe objetiva (la revelación de la verdad).
Cuarto, cuando Jesús señaló a Pedro que Él había rogado para que su fe no falle, utilizó el término griego ekleipo que puede ser traducido como partir, dejar, fallar o faltar (vea Vine, 1999, p. 371). Una traducción más exacta del texto indicaría que la fe de Pedro no faltaría o desfallecería. En efecto, la fe (confianza) de Pedro en Jesús sí falló ya que él le negó (Lucas 22:54-61), pero no faltó o desfalleció ya que él se arrepintió (Lucas 22:62). Aquellos en el catolicismo que interpretan la fe de Pedro como su “testimonio infalible de dogmas de fe y moral”, fallan en considerar que esta fe de Pedro fue probada y reprobada en el patio de Anás. Por consiguiente, esta fe no puede dar cuenta por alguna supuesta infalibilidad conferida a Pedro y menos a los obispos romanos.
Quinto, “cuando regreses” (Lucas 22:32) denota la realidad trágica de que la fe de Pedro fallaría. El término griego usado por Cristo para “regresar” es epistrepho que expresa la idea de convertirse. Pedro debía de regresar de su camino de negación al arrepentimiento y confesión de Jesús (véase Lacueva, 1984, p. 339, Nota 1). De hecho, la deslealtad de Pedro hacia su Maestro no puede ser evidencia de alguna infalibilidad pretrina.
Por último, el catolicismo también sostiene que parte de la evidencia del dogma de la infalibilidad papal yace inherentemente en el texto de Mateo 16:18,19, sin embargo, una exégesis adecuada del texto demuestra que la reclamación católica es insostenible [para una explicación del texto de Mateo, vea Pinedo, 2005]. La verdad es que no existe nada en el texto bíblico completo que establezca el dogma de la infalibilidad.
Es Inconsistente Consigo Mismo
La infalibilidad papal también debe ser rechazada porque no puede permanecer consistente con su misma presentación dogmática. Con esto pretendo decir que el dogma de la infalibilidad es contradictorio. Bastarán algunos pocos ejemplos para que esto llegue a ser evidente. En un artículo explicativo acerca de la infalibilidad papal se encuentra la siguiente declaración:
[…]el Concilio Vaticano I no dice directamente que el Papa, cuando define ex cathedra sobre cuestiones de fe y costumbres, es infalible. Se limita a decir que, en aquellos casos (y sólo en ellos), el Papa goza de la misma infalibilidad de que está dotada la Iglesia. Por tanto, no se define la infalibilidad de la Iglesia a partir de la del Papa, sino la segunda a partir de la primera. Y esto nos parece que tiene profundo sentido teológico (Logos, 1996, énfasis añadido).
Quizá después de leer la cita anterior le parezca que las declaraciones con “profundo sentido teológico” son tan “profundas” que llegan a ser incomprensibles. El catolicismo ahora expone como defensa que el Vaticano I (concilio que estableció la infalibilidad papal) no declara directamente que el Papa sea infalible en asuntos de fe y moral. Pero si éste es el caso, la pregunta llega a ser, ¿por qué el catolicismo se ha empeñado por más de un siglo en imponer una doctrina que incluso no fue declarada “directamente”? Aunque si se dice que la Iglesia Católica es infalible y esa infalibilidad también la goza el Papa, ¿no es ésta una operación equivalente de: si A es igual a B, y B es igual a C, entonces A es igual a C? Y si ésta es la implicación dogmática, ¿qué clase de defensa “teológica profunda” es ésta?
Dejemos que el catolicismo siga explicando sus dogmas. En un artículo bajo el tema “¿Puede el Papa Caer en Error o Herejía?”, se hace la siguiente conclusión:
Por lo tanto, el Papa puede equivocarse cuando habla de política, de medicina, de física, de economía, de historia, etc. En todo menos en asuntos religiosos. Pero incluso también puede errar en asuntos religiosos, si habla de ellos en charlas de sobremesa, o en un paseo con amigos, o discutiendo privadamente de religión. E incluso cuando habla como Fulano de Tal y expone sus propias teorías personales, aunque fuera en un libro de venta pública puede equivocarse (vea Cristiandad, 2005, énfasis añadido).
Es interesante notar el concepto que este partidario del catolicismo tiene acerca de “en todo menos”. Si el Papa puede “incluso también” errar en asuntos religiosos, ¿se puede decir que puede errar “en todo menos” en asuntos religiosos? Si el Espíritu Santo asiste al Papa como asistió a Pedro y a los demás apóstoles del primer siglo, ¿por qué mientras que a ellos el Espíritu Santo nunca les abandonó, al Papa el Espíritu le abandona cuando no está en su trono, su concilio, o usando su título de Pontífice? Lo cierto es que no existe analogía bíblica para el dogma de la infalibilidad como presentado por el catolicismo. Jesús no solo habló infaliblemente cuando apeló a la autoridad del Padre (Juan 7:16-18), sino también en Sus conversaciones privadas (Juan 4) o en Sus paseos con amigos (Lucas 24:13-32). El Espíritu Santo guió a los discípulos a toda la verdad, no a parte de ella (Juan 16:13). La Biblia es inerrante cuando habla de asuntos religiosos y seculares; la Biblia no contiene trigo y cizaña; toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16).
Abordando la realidad ineludible de herejía pontificia, una página Web de apologética católica declara acerca del Papa:
Y si es hereje, por lo menos no va a declarar sus herejías como parte de la doctrina del magisterio, es decir, cosas a las que estamos obligados a creer y a observar. Esto el Espíritu Santo nunca lo ha permitido (vea Apologética, s.d., énfasis añadido).
Es decir, el Papa puede caer en herejía e incluso enseñarla, pero en su herejía (ya que según el catolicismo no lo declara ex cátedra), no debe ser obedecido. Esto, desde luego, origina el problema de investigar cuándo o no el Papa habla infaliblemente y debe o no ser obedecido. Irónicamente también se declara:
La obediencia al Sumo Pontífice no debe limitarse a cuando habla ex cathedra. Tampoco se pueden rechazar los decretos disciplinares del Papa con el pretexto que no han sido promulgados ex cathedra (SCTJM, 1999b, énfasis añadido).
No obstante, si el Papa es infalible pero también falible en asuntos religiosos, y los católicos están llamados a obedecerlo en lo uno y en lo otro, ¿no representa esto un peligro para el corazón de las muchas doctrinas católicas? Lo cierto es que el catolicismo no puede enseñar y defender la infalibilidad papal como lo hace y permanecer consistente.
Es Inconsistente Con su Aplicación
El catolicismo declara:
Los posesores de la infalibilidad son: (a) el Papa (el Papa es infalible cuando habla ex cathedra), (b) el Episcopado entero (la totalidad de obispos es infalible cuando proponen una enseñanza de fe o de moral para creencia de todos los fieles, ya sea reunidos en un concilio general o esparcidos por toda la tierra) [vea Pivarunas, 1996, énfasis añadido].
Por tanto, se puede decir que la “infalibilidad” alcanza su grado supremo en los concilios ecuménicos, donde el Papa, juntamente con el cuerpo de obispos, da su sello de aprobación a los dogmas de fe que el catolicismo debe acatar. Adicionalmente el catolicismo confirma:
Sí, es verdad que ciertos papas han contradicho a otros papas, en sus opiniones privadas o en lo que respecta a normas disciplinarias; pero nunca ha habido un Papa que oficialmente contradijera lo que un Papa anterior enseñara oficialmente en materia de fe y moral. Lo mismo puede ser dicho de los concilios ecuménicos, que también enseñan con infalibilidad. No ha habido un concilio ecuménico que contradijera la enseñanza de un concilio ecuménico anterior en lo que toca a fe y moral (Keating, s.d., énfasis añadido).
La defensa católica puede ser resumida como sigue: el Papa puede ser hereje pero no enseñará herejía oficialmente; y los concilios, los cuales presuntamente emplean infalibilidad, nunca se contradicen entre sí. Pero ¿será verdadera esta reclamación enfática? ¿Qué dicen los concilios que enseñan con “infalibilidad”? Bastarán algunos ejemplos para llegar a la conclusión que los concilios ecuménicos, en su aplicación de su supuesta infalibilidad, fracasan completamente.
El Concilio Vaticano I, en su constitución dogmática Filius-Dei sobre la fe católica, expresa lo siguiente:
El abandono y rechazo de la religión cristiana, así como la negación de Dios y su Cristo, ha sumergido la mente de muchos en el abismo del panteísmo, materialismo y ateísmo, de modo que están luchando por la negación de la naturaleza racional misma, de toda norma sobre lo correcto y justo … Por lo tanto nosotros, siguiendo los pasos de nuestros predecesores, en conformidad con nuestro supremo oficio apostólico, nunca hemos dejado de enseñar y defender la verdad católica, así como de condenar las doctrinas erradas (Vaticano I, 1870a, Int., énfasis añadido).
No obstante, mientras el Vaticano I condena las doctrinas erradas tales como la negación de Cristo, el Vaticano II declara:
La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra… Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios (Nostra Aetate, 1965, Inc. 3, énfasis añadido).
Pero si los musulmanes no reconocen a Jesús como el Mesías profetizado (es decir, el Cristo), ¿no sería esto una negación de Cristo, y no sería esto la herejía condenada por el Vaticano I? ¡Indudablemente!
El Vaticano I, en su sentencia canónica sobre la revelación escrita, declara:
“Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos todos los libros de la Sagrada Escritura con todas sus partes, tal como los enumeró el Concilio de Trento, o negare que ellos sean divinamente inspirados: sea anatema” (Vaticano I, 1870a, énfasis añadido).
Sin embargo, el Vaticano II, hablando del hinduismo, budismo y de otras religiones que desechan mucho de la Sagrada Escritura canónica, declara que éstas
… se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados… La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra Aetate, 1965, Inc. 2, énfasis añadido).
Acerca de la perpetuidad del primado petrino sobre los pontífices romanos, el Vaticano I, en su Pastor Aeternus, condena:
Por lo tanto, si alguno dijere que no es por institución del mismo Cristo el Señor, es decir por derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en su primado sobre toda la Iglesia, o que el Romano Pontífice no es el sucesor del bienaventurado Pedro en este mismo primado: sea anatema (Vaticano I, 1870b, Cáp. 2, Inc. 5, énfasis añadido).
No obstante, el Vaticano II reivindica:
La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos los que se honran con el nombre de cristianos, por estar bautizados, aunque no profesan íntegramente la fe, o no conservan la unidad de comunión bajo el Sucesor de Pedro [es decir, no aceptan la jerarquía papal—MP]. Pues conservan la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, y manifiestan celo apostólico, creen con amor en Dios Padre todopoderoso, y en el hijo de Dios Salvador, están marcados con el bautismo, con el que se unen a Cristo (Lumen Gentium, 1964, Cáp. 2, Inc., 15, énfasis añadido).
Ahora el Vaticano II ha llegado a unir a Cristo a los mismos que, por no aceptar la jerarquía petrina, fueron condenados por el Vaticano I como anatemas. La verdad debe ser dicha, el Concilio Vaticano I, que supuestamente enseñó con infalibilidad, no puede convivir con el nuevo Concilio Vaticano II que supuestamente también hace uso de la misma infalibilidad.
Existen muchas otras contradicciones conciliares que pudieran ser añadidas si el espacio lo permitiera, pero las presentadas en este artículo son suficientes como para hacer una conclusión definitiva: el dogma católico de la infalibilidad papal no es consistente con la verdad. El Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII se opone intensamente al Concilio Vaticano I convocado por Pio IX (el padre del dogma de la infalibilidad). Por otra parte, solo existe una verdad infalible—la Palabra de Dios (Juan 17:17). Es a esta verdad a la cual debemos llegar para alcanzar la salvación de nuestras almas y guardarnos del error y la apostasía. Al final, cuando nuestro Salvador regrese en las nubes para dar recompensa y castigo en un juicio universal, no serán las palabras y concilios falibles de los hombres, sino la Palabra de Dios la que será abierta, y el Señor dará entonces la sentencia “canónica”.
REFERENCIAS
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Lacueva, Francisco (1984), Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español (CLIE, Villadecavalls, Barcelona, España).
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Vine, W.E. (1999), Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento Exhaustivo, (Colombia, Editorial Caribe, Inc.).
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