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El Cristianismo que Engrandeció a los Estados Unidos

Aunque las fuerzas humanistas y seculares han estado socavando constantemente la herencia cristiana de los Estados Unidos, tal vez la amenaza más grande a la estabilidad y perpetuación de la civilización norteamericana es lo que le ha pasado al mismo cristianismo. La vasta mayoría de los Fundadores, de los Constituyentes y de la Judicatura de los Estados Unidos antiguo estuvieron alienados incuestionablemente con el enfoque cristiano en general y con el protestantismo en particular. Se registra que ellos declararon muy fuertemente que la prosperidad política, el gobierno popular e incluso la felicidad humana de Norteamérica dependen en la fundación moral de la religión cristiana. Por ejemplo, después de servir dos periodos como Presidente de los Estados Unidos, George Washington articuló en su discurso de despedida a la nación la esencialidad de la moralidad cristiana para la supervivencia de la nación:

De todas las disposiciones y hábitos que guían a la prosperidad política, la religión y la moralidad son apoyos indispensables. Sería en vano que un hombre reclame tributo de patriotismo y luego labore para subvertir estos grandes pilares de la felicidad humana, estas columnas firmes de los deberes de los hombres y ciudadanos. El simple político, igualmente como el hombre devoto, debe respetarlas y nutrirlas. Un volumen no puede trazar todas sus conexiones con la felicidad privada y pública. Pregúntese simplemente: ¿Dónde está la seguridad para la propiedad, la reputación, la vida, si el sentido de la obligación religiosa abandona los juramentos que son los instrumentos de investigación en las cortes de justicia? Supongamos con cautela que se puede mantener la moralidad sin la religión. Aunque se pueda conceder algo a la influencia de la educación refinada en las mentes de estructura peculiar, la razón y la experiencia nos impiden esperar que la moralidad nacional pueda prevalecer en la exclusión del principio religioso. Es substancialmente verdadero que la moralidad es un manantial necesario del gobierno popular. De hecho, la regla se extiende en diferentes niveles de fuerza en cada tipo de gobierno libre. ¿Qué persona que sea un amigo sincero de esta regla puede mirar con indiferencia los intentos de conmover la fundación de la estructura? (1976, énfasis añadido).

Cuando se compara el cristianismo que la mayoría de norteamericanos practicó en el tiempo antiguo, con el cristianismo que se practica en el siglo XXI en Norteamérica, no se puede evitar asombrarse de la diferencia. Considere los siguientes cuatro contrastes.

Primero, los que profesaban el cristianismo en los Estados Unidos antiguo creían firmemente que el cristianismo era la única religión verdadera. La vasta mayoría de ellos creía que todos los otros sistemas de creencias (i.e., el hinduismo, budismo, islamismo, judaísmo y ateísmo) eran falsos. También rechazaban grandemente el catolicismo como una expresión aceptable del cristianismo. Pero en la situación actual de la corrección política, pocos están dispuestos a declarar que todas las otras religiones son deficientes. El pluralismo ha debilitado las actitudes a tal extensión que la mayoría de norteamericanos ya no reconoce la superioridad del cristianismo entre cualquier otra ideología—y su rol crítico para la supervivencia nacional.

Segundo, los que reclamaban practicar el cristianismo en los Estados Unidos antiguo defendían incondicionalmente la pureza sexual. Ellos creían que la homosexualidad era una gran maldad que socavaría la civilización humana. Se escandalizaban del divorcio y lo señalaban; y ni en sus peores pesadillas hubieran imaginado que el aborto llegara a practicarse extensamente, y mucho menos que se legalizaría esta actividad. Pero, mientras la judicatura desmedida sistemáticamente impide que la nación prohíba el matrimonio entre el mismo sexo, los que profesan ser cristianos han llegado a ser cada vez más vacilantes en cuanto a la postura histórica cristiana en contra de la sodomía. Los que claman ser cristianos en Norteamérica tienen la misma probabilidad de divorcio que los no-cristianos, y una mayoría de cristianos está en desacuerdo que el divorcio sin adulterio sea pecado (“Born Again…”, 2004). Las actitudes en contra del aborto también han disminuido.

Tercero, la práctica de la religión cristiana en los Estados Unidos antiguo estaba enfocada en Dios y en Cristo—no en el adorador. Un sobrecogimiento reverente caracterizaba la conducta de los adoradores cuando adoraban a Dios. Ellos venían ante Él con una seriedad prudente y un respecto que se consideraría austero, serio, aburrido e insincero en el tiempo moderno. Cuando se considera el punto al cual ha llegado mucho de la cristiandad, en el cual se ha trasformado la adoración en emoción interna, con adoradores que aplauden, se mueven según el ritmo de la música como el rock y actúan frenéticamente tanto que su adoración llega a parecerse a las prácticas de adoración pagana del Antiguo Testamento (cf. 1 Reyes 18:26-29), se puede ver fácilmente la dilución del cristianismo. El cambio de lo racional a lo emocional, lo irracional y a los sentimientos abrumadores, es un subproducto obvio del mismo abandono de la verdad, lo correcto y la sensatez espiritual que caracterizaba a la civilización norteamericana como un todo.

Cuarto, los norteamericanos antiguos eran firmes en cuanto a su convicción del más allá. Ellos creían que todos los hombres un día se presentarían delante de Dios en el Juicio y darían cuenta de su comportamiento mientras estaban en la Tierra. Ellos creían que todas las personas serían acomodadas en uno de dos moradas eternas: el cielo o el infierno. Abrazaban las doctrinas cristianas históricas del castigo eterno en el infierno y la felicidad eterna en el cielo. Por ejemplo, en las constituciones estatales antiguas, no era extraño requerir que los que querían cumplir un oficio público creyeran en “un futuro estado de recompensas y castigos”—como en las constituciones de Carolina del Sur y Tennessee, y que creyeran en Dios como “el galardonador del bueno y el castigador del malo”—como en las constituciones de Pennsylvania y Vermont (The Constitutions…, 1785, pp. 81,146; The Constitutions…, 1797, pp. 257,274). Pero, así como las cortes, colegios y padres han ablandado su actitud hacia el castigo firme e inflexible para los violadores de la ley, muchos cristianos ahora están cuestionando la eternidad del infierno. El énfasis excesivo en la tolerancia y la aceptación que está dominando la cristiandad ha silenciado efectivamente la enseñanza bíblica sobre el castigo que un justo Dios impondrá a la mayoría de la humanidad (Mateo 7:13-14).

La implicación de este escenario social es que la mayor parte de los que reclaman ser cristianos no es apta, y no puede contribuir en el regreso de los Estados Unidos a su sentido moral. Al optar por el enfoque de la “diversión y el juego” en la práctica de la religión cristiana, ellos también han llegado a contaminarse con el estilo de vida orientado en el entretenimiento y el placer. En vez de ser parte de la solución, han llegado a ser parte del problema. Esencialmente no pueden ayudar a la nación a logar un despertar espiritual y regresar a los principios bíblicos fundacionales que hizo posible a los Estados Unidos.

CONCLUSIÓN

George Washington ofreció otra observación perspicaz en su discurso de despedida que debe hacer que cada norteamericano medite:

Observad buena fe y justicia hacia todas las naciones; cultivad paz y armonía con todos. La religión impone esta conducta; y ¿no debería la buena política imponerla igualmente? Valdría la pena que una gran nación libre, iluminada y que se encamina rápidamente al engrandecimiento, dé a la humanidad el ejemplo magnánimo y muy original de un pueblo que es guiado siempre por una justicia y benevolencia exaltada. ¿Quién puede negar que, en el curso del tiempo y de las cosas, los frutos de tal plan recompensen ricamente cualquier beneficio temporal que pueda perderse por causa de la búsqueda de esta meta noble? ¿Ha conectado la Providencia la felicidad permanente de una nación con su virtud? Al menos, todo sentimiento que ennoblece la naturaleza humana recomienda el experimento. ¡Ay de mí! ¿Es imposible la felicidad a causa de los vicios de la nación? (1796, énfasis añadido).

Washington estaba haciendo preguntas retóricas—preguntas que portan sus propias respuestas afirmativas. En otras palabras, la “felicidad permanente” (i.e., la alegría y el bienestar) de la nación está conectada íntimamente a “su virtud” (i.e., la observación de la moralidad cristiana). Por ende, la supervivencia nacional norteamericana llega a ser “imposible a causa de los vicios de la nación”. El abandono extenso de los principios morales de la Biblia presagia la destrucción nacional.

REFERENCIAS

“Born Again Christians Just as Likely to Divorce as Non-Christians” (2004), The Barna Update, [En-línea], URL: http://www.barna.org/FlexPage.aspx?Page=BarnaUpdate& BarnaUpdateID=170.

The Constitutions of the Several Independent States of America (1785), (Boston, MA: Norman & Bowen).

The Constitutions of the Sixteen States of America (1797), (Boston, MA: Manning & Loring).

Washington, George (1796), “Farewell Address”, The Avalon Project at Yale Law School, [En-línea], URL: http://www.yale.edu/lawweb/avalon/washing.htm.


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