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El Corán y la Persona de Jesús

El cristianismo y el islamismo se oponen severamente en varios conceptos importantes y doctrinas básicas—contradicciones que socavan el mismo fundamento de sus enfoques respectivos de la religión, la vida, la espiritualidad y la existencia humana. La controversia más crucial—la contienda más grande entre las dos religiones—tiene que ver con la persona de Cristo. Solamente en este punto, el cristianismo y el islamismo, la Biblia y el Corán, no pueden estar de acuerdo. Este desacuerdo tiene tal importancia y magnitud que fija a ambas religiones en desacuerdo completo.

Observe algunas de las pocas declaraciones del Corán en cuanto a la persona de Jesús:

Di: «¡Gente de la Escritura! Convengamos en una fórmula aceptable a nosotros y a vosotros, según la cual no serviremos sino a Alá, no le asociaremos nada y no tomaremos a nadie de entre nosotros como Señor fuera de Alá» (Sura 3:64).

Y cuando dijo Alá: «¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien ha dicho a los hombres: ‘¡Tomadnos a mí y a mi madre como a dioses, además de tomar a Alá!’?». Dijo: «¡Gloria a Ti! ¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad? Si lo hubiera dicho, Tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en Ti. Tú eres Quien conoce a fondo las cosas ocultas. No les he dicho más que lo que Tú me has ordenado: ‘¡Servid a Alá, mi Señor y Señor vuestro!’ Fui testigo de ellos mientras estuve entre ellos, pero, después de llamarme a Ti, fuiste Tú Quien les vigiló. Tú eres testigo de todo (Sura 5:116-117).

¡Alabado sea Alá, que ha revelado la Escritura a Su siervo…para prevenir contra una grave calamidad que procede de Él…y para advertir a los que dicen que Alá ha adoptado un hijo! Ni ellos ni sus predecesores tienen ningún conocimiento de eso. ¡Qué monstruosa palabra la que sale de sus bocas! No dicen sino mentira (Sura 18:1-5).

Dicen: «El Compasivo ha adoptado un hijo». Habéis cometido algo horrible, que hace casi que los cielos se hiendan, que la tierra se abra, que las montañas caigan demolidas, por haber atribuido un hijo al Compasivo, siendo así que no le está bien al Compasivo adoptar un hijo. No hay nadie en los cielos ni en la tierra que no venga al Compasivo sino como siervo (Sura 19:88-93).

Alá no ha adoptado un hijo, ni hay otro dios junto con Él. Si no, cada dios se habría atribuido lo que hubiera creado y unos habrían sido superiores a otros. ¡Gloria a Alá, que está por encima de lo que cuentan! (Sura 23:91).

Quien posee el dominio de los cielos y de la tierra, no ha adoptado un hijo ni tiene asociado en el dominio, lo ha creado todo y lo ha determinado por completo (Sura 25:2).

Estas referencias, y otras (e.g., 2:116; 6:101; 17:111; 19:35; 39:3-6; 43:14,59,81; 72:3-4), demuestran que el Corán representa a Jesús como solamente un hombre—un profeta como Mahoma—que fue creado por Dios como todos los otros seres creados: “El Ungido, hijo de María, no es sino un enviado, antes del cual han pasado otros enviados” (Sura 5:75; cf. 42:9,13,21). En realidad, cuando el Corán compara a Jesús con cualquiera de los profetas (listados como Abraham, Ismael, Isaac y Jacob), se declara que Alá dice: “No hacemos distinción entre ninguno de ellos” (Sura 2:136; 3:84). Aunque el Corán parece aceptar la noción de la concepción virginal (Sura 21:91), atribuir divinidad a Jesús o asignarle un rango igual con Dios es pronunciar algo “terrible” y “desastroso”—¡formular nada más que una “mentira”!

Ciertamente aquí está el conflicto número uno entre el cristianismo y el islamismo—la deidad, la persona y el rol redentor de Cristo. Si Cristo es Quien la Biblia dice que es, entonces el islamismo y el Corán son completamente ficticios. Si Jesús es Quien el Corán dice que es, entonces el cristianismo es infundamentado y blasfemo. Solamente teniendo en consideración este punto, estas dos religiones no pueden lograr armonía. Pero el Nuevo Testamento es muy claro: el fundamento, corazón y alma de la religión cristiana es la lealtad a Jesucristo como Dios, Señor y Salvador.

Mencionar todo lo que el Nuevo Testamento tiene que decir sobre este tema requeriría volúmenes (cf. Juan 21:25). Sin embargo, bastará solamente unos pocos versículos para establecer la claridad con la cual el Nuevo Testamento afirma la naturaleza divina de Jesús. Todo el libro de Juan está dedicado a defender la identidad divina de Cristo. Su enunciado temático es el siguiente: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30-31, énfasis añadido). El libro de Juan enfatiza siete “señales”, i.e., hechos milagrosos que Jesús realizó mientras estuvo en la Tierra para probar Su divinidad—comenzando con el mismo versículo que directamente afirma: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (1:1-4). El “Verbo” es Jesús (1:14). Esta tesis alcanza su punto culminante cuando Tomás fue obligado a llegar a la única conclusión posible en cuanto a la persona de Jesús, cuando exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28). Para el musulmán y el Corán, esta declaración es ridícula, horrible, blasfema y completamente inaceptable. Pero esta es la enseñanza clara del Nuevo Testamento.

En el Antiguo Testamento, cuando Moisés se encontró con Dios en la zarza ardiente, le pidió que clarificara Su nombre para que Moisés pudiera responder adecuadamente a los israelitas cuando fuera a ellos en Egipto para realizar la misión que Dios le había encomendado. Dios respondió: “YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14). “YO SOY” es una referencia a la eternidad de Dios. Ya que es Dios, es eterno sin comienzo y final. Es auto-existente y siempre ha existido. Sin embargo, en el libro de Juan, Jesús se auto-identifica repetidamente con esta misma expresión (4:26; 8:24,28,58; 13:19). Por ejemplo, cuando Jesús explicó a los judíos hostiles que Abraham se había regocijado de ver Su día, ellos respondieron, “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? (8:57). Jesús respondió: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (vs. 58). Los judíos incuestionablemente entendieron que el comentario de Jesús fue una reclamación de divinidad y rápidamente tomaron piedras para matarle (vs. 59).

Otro texto bíblico donde se establece la deidad de Jesús en términos muy claros es en el libro de Colosenses. Pablo afirmó enérgicamente acerca de Jesús: “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (1:15-17). “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (2:9).

El Nuevo Testamento abunda con tales descripciones de Jesús. Ciertamente Jesús fue un profeta, como el Corán mismo afirma (Sura 4:163); pero Jesús no fue solamente un profeta. Fue Dios encarnado. De hecho, la confesión oral de la deidad de Cristo es un prerrequisito para llegar al cristianismo (Romanos 10:9-10). El cristianismo y el islamismo no son compatibles en este punto singular. Se debe ser cristiano para ser salvo (Juan 14:6; Hechos 4:12), pero no se puede ser cristiano sin creer en la deidad de Cristo y sin confesarla. La Biblia declara que Jesús fue la revelación final de Dios al hombre (Hebreos 1:1-3). No ha habido otros.


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