“Dios Mío Dios Mío, ¿Por qué me has Desamparado?”
Imagine tratar de vivir en un mundo donde cada persona decide por sí misma cuán largo debe ser una pulgada. La pulgada de alguien pudiera ser tan larga como un lápiz, mientras que la pulgada de otra persona pudiera ser tan corta como un centavo. Imagine también tratar de comprar leña o una alfombra, o tratar de calcular cualquier clase de geometría. Realmente, es imposible tratar de medir cosas sin un estándar.
Lo mismo pasa en los asuntos religiosos y espirituales. Si todos crean sus propias “medidas” en cuanto a lo correcto e incorrecto, habrá como resultado confusión—que es la razón por la cual Dios nos dio la Biblia. Su Palabra es el estándar por el cual debemos medir todas nuestras acciones. Ya que la Biblia reclama ser el único estándar verdadero, la mayoría de gente exige evidencia que pruebe su origen divino. Si alguien tiene una Biblia abierta y un corazón honesto, podrá encontrar tal evidencia.
DE REGRESO AL FUTURO
El martes, 11 de septiembre de 2001, una tragedia horrible impactó a los Estados Unidos cuando los terroristas atacaron el Centro de Comercio Mundial y el Pentágono. En medio de la tragedia, circuló un rumor que Nostradamus, un supuesto adivino, había predicho los eventos. Los sitios Web con información sobre Nostradamus recibieron miles, incluso millones de visitantes. Después de todo, se descubrió que la predicción había sido fabricada y malentendida; Nostradamus no había previsto el futuro, así como usted y yo. Pero fue obvio por la respuesta del público que cualquiera que puede predecir con exactitud el futuro es muy especial. El profeta Jeremías escribió: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?” (Lamentaciones 3:37). El punto del profeta fue claro: Nadie puede profetizar con exactitud a menos que Dios le informe de eso. Por tanto, cuando la Biblia predice el futuro exactamente, podemos saber que es de Dios.
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?”
Si usted fuera un judío en medio de la multitud, quien estuviera mirando a Jesús en la cruz, hubiera visto y oído muchas cosas asombrosas. Por ejemplo, hubiera visto que el único hombre inocente era torturado, insultado y escupido. Además, se hubiera sentado en oscuridad completa por tres horas. Pero algunas de las cosas asombrosas que pasaron ese día fueron las cosas que Jesús dijo mientras estaba en la cruz.
Mientras se acercaba a Su muerte, Jesús exclamó, “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Muchos de los que estaban alrededor de Jesús no entendieron lo que había dicho. Pero cualquier judío que estuviera muy familiarizado con el Antiguo Testamento debería haber reconocido inmediatamente el lamento de Jesús como una cita directa de la primera línea del Salmo 22. El Rey David escribió este salmo alrededor de 1,000 años antes de la muerte de Jesús. Sin embargo, los versículos 16 al 18 describen en detalle lo que estaba pasando en la crucifixión: “Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”.
¿Pudiera imaginar tener el Salmo 22 en sus manos (o en su mente) mientras miraba a los soldados a los pies de Jesús repartiendo entre ellos Sus vestidos y echando suerte por Su ropa (Mateo 27:35)—exactamente como el salmista predijo? Con Su último suspiro en la cruz, Cristo trató que la gente entendiera que Él era el Mesías.
Cuando recordamos esa situación—casi 2,000 años después—vemos que Jesús probó que la Biblia había predicho el futuro exactamente, verificando por ende su inspiración. Como Isaías dijo: “Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir” (41:22). Lo que los paganos no podían hacer (41:22-24), la Palabra de Dios sí podía (vea Isaías 42:8,9).
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