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“¿Me está diciendo que porque no pertenezco a su iglesia, o porque no he sido bautizado para la remisión de pecados, o porque uso instrumentos musicales cuando adoro a Dios, o porque no asisto a cada servicio de adoración, o porque no participo de la Cena del Señor cada domingo, no puedo llegar al cielo? ¡No puedo creer que Dios me condenaría por detalles! Además, ¡eso es ser legalista!”.

Esta actitud caracteriza a muchas personas religiosas. Su enfoque de Dios y Su gracia sirven para minimizar la necesidad de obedecer estrictamente cada mandamiento de Dios. Esta actitud se manifiesta en la idea que no es importante llegar a la doctrina correcta para garantizar una relación correcta con Dios. Pero la Biblia rechaza esta noción. La pureza doctrinal no garantiza necesariamente una relación correcta con Dios, pero es posible tener una relación correcta con Dios sin pureza doctrinal. Ambos, el “espíritu y la verdad” (i.e., la actitud adecuada y el cumplimiento adecuado de la verdad—Juan 4:24) son esenciales para una relación correcta con Dios. Aunque algunas personas religiosas que son diligentes en buscar la verdad puedan descuidar su actitud y comportamiento, no se puede lograr una solución al abandonar, comprometer o atenuar el cumplimiento de la verdad.

La misma naturaleza de Dios y de la verdad está en juego en este tema. Por su propia definición, la verdad es minuciosa, específica, fija y técnica. Dios es un Dios de verdad que opera dentro de los parámetros de la verdad. Ya que es Dios, no puede o no se desviará de la verdad y lo correcto. La definición humana de lo que constituye un “detalle” raramente se ajusta a la definición de Dios. Muy a menudo, las mismas cosas que los humanos dejan de lado considerándolas triviales y sin importancia, son las mismas cosas a las cuales Dios considera importantes. Este es el problema de la humanidad: Nosotros decidimos qué es para nosotros importante, y luego procedemos a organizar nuestra religión según esas premisas que hemos fijado, suponiendo que tienen aprobación y “gracia” divina. No tenemos en cuenta que “el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). No tenemos en cuenta que “la sabiduría del mundo” es necedad para Dios (1 Corintios 1:20). Y no tenemos en cuenta el hecho que esta actitud y enfoque revela gran arrogancia.

En nuestra vida diaria, entendemos muy bien que las cosas que parecen ser detalles triviales pueden ser cruciales para la supervivencia. La dosis incorrecta de medicina en una emergencia médica—incluso miligramos—puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Una o dos millas más allá del límite de velocidad puede garantizar una multa. Poner gasolina a un motor diesel puede dañar a un automóvil. Supongo que alguien pudiera calificar todos estos ejemplos como “detalles”, pero hacer esto no altera la magnitud de su importancia o la extensión a la cual afectan la realidad.

En la historia bíblica, este mismo principio se aplica. Adán y Eva fueron expulsados del Huerto del Edén por comer de un fruto de un árbol (Génesis 3). Nadab y Abiú—las personas correctas, en el lugar correcto, en el momento correcto, con los incensarios correctos y el incienso correcto—fueron destruidos por incorporar fuego extraño en su ofrenda de incienso (Levíticos 10:1-2). No se permitió que Moisés entrara a la Tierra Prometida a causa de su único error en Cades—golpear a una roca en vez de hablarle (Números 20:7-12). Saúl fue destronado por perdonar la vida al mejor ganado y a un individuo de entre toda la nación (1 Samuel 15). Uza fue herido a muerte por simplemente extender su mano para sostener el arca del pacto (2 Samuel 6:6-7). Dios rechazó a Uzías porque entró al templo, simplemente para quemar incienso (2 Crónicas 26).

Se pudiera considerar más ejemplos. Estas no son regulaciones más “insignificantes” o “triviales” que las regulaciones del Nuevo Testamento a adorar vocalmente (sin instrumentos) [Efesios 5:19], participar del pan sin leudar y del jugo de uva en la Cena del Señor (Mateo 26:26-19) y cumplir ciertos requisitos para nombrar ancianos y diáconos (1 Timoteo 3:1-13). Debemos evitar cuestionar a Dios, o decidir por nosotros mismos lo que nosotros pensamos que es importante para Él—“porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15). Debemos prestar atención a “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27)—incluso a aquellas partes que los seres humanos consideramos triviales o secundarias. Cuando la gente declara, “Esos asuntos no son temas de salvación”, nosotros debemos reafirmar las palabras de Jesús, “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23).


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