¿Aprobó Dios la Exterminación de Seres Humanos?
Los escépticos han criticado especialmente las descripciones bíblicas en las cuales Dios ordena la ejecución de poblaciones enteras—incluyendo a mujeres y a niños—durante la conquista israelita de Canaán. Por ejemplo, el término hebreo herem encontrado en Josué 5:7, hace referencia a la dedicación o entrega del enemigo a Dios como sacrificio, involucrando la exterminación de la población. Se alega que el Dios de la Biblia es barbárico y cruel como cualquier otro dios pagano. Pero esta aseveración simplemente no es verdadera. Por favor considere las siguientes observaciones.
En primer lugar, en el Decálogo que fue dado a los israelitas, el mandamiento, “No matarás” (Éxodo 20:13), indudablemente hace referencia al homicidio. En otras palabras, el antiguo pacto que se dio a los judíos prohibía que una persona tomara la ley en sus manos y matara a su prójimo. La Ley de Moisés nunca proyectó que este mandamiento se entendiera que quitar la vida siempre es malo, a pesar de las circunstancias. De hecho, la ley misma disponía condiciones para implementar la pena de muerte al menos en dieciséis casos (vea Miller, 2007). Pero estas condiciones implicaban la ejecución judicial basada en el proceso debido—no en el homicidio (así como en nuestra sociedad actual). La expresión de Levítico 24:17 (“el hombre que hiere de muerte a cualquiera persona, que sufra la muerte”) clarifica este punto. El pasaje prohíbe que las personas que actúan sin autoridad legal quiten la vida de alguien; esta acción misma pronunciaba la pena de muerte. Tanto el homicidio y la pena de muerte están en el mismo versículo, verificando la necesidad de hacer una distinción entre ambos. Dios mismo aplicó la pena de muerte directamente a varias personas a través de la historia humana (como la lista en 1 Samuel 6:19 muestra) y requirió que otros lo hagan (como en 1 Samuel 15).
Segundo, si el crítico tomara el tiempo para estudiar la Biblia y hacer una evaluación honesta de los principios de la justicia, la ira y el amor de Dios, vería la relación perfecta y armoniosa entre estos atributos. La venganza de Dios no es la explosión impulsiva, irracional y emocional de los dioses paganos o de los seres humanos. Él es perfecto en todos Sus atributos. Él posee Sus atributos en un grado perfecto, y cada atributo existe en balance y sincronización perfecta con todos los demás atributos—una mezcla perfecta. Por tanto Él es perfecto en justicia, amor e ira. Así como la condenación divina final de los pecadores al castigo eterno será apropiado (Mateo 13:41-42; 25:41), este juicio temporal de la gente mala en el Antiguo Testamento es ético y justo. Los seres humanos no tienen una comprensión exacta de la gravedad del pecado y la naturaleza deplorable de lo malo y la maldad. El sentimentalismo humano no es una medida calificada para la verdad divina y la realidad espiritual.
Irónicamente, el ateo, el agnóstico, el escéptico y el liberal intentan juzgar el comportamiento ético de Dios; pero si su posición es correcta, ¡entonces no existe tal cosa como un estándar absoluto, objetivo y autoritativo por lo cual calificar a algo como correcto o incorrecto! Como el filósofo existencialista de Francia, Jean Paul Sartre, admitió: Si no hay Dios, todo es permitido. El ateo y el agnóstico no tienen estrado en que pararse para hacer distinciones morales y éticas—excepto basados en la preferencia subjetiva y puramente personal. El mismo hecho que ellos reconozcan la existencia de la maldad objetiva es una concesión involuntaria que existe un Dios que ha establecido un sistema absoluto de certidumbre moral.
La verdad de los hechos es que los cananeos, a quienes el pueblo de Dios fue mandado a destruir, fueron destruidos por su propia maldad (Deuteronomio 9:4; 18:9-12; Levítico 18:24-25,27-28). La cultura y la religión cananea en el segundo milenio a.C. estaban contaminadas, corruptas e incrédulamente pervertidas. Sin duda la gente estaba enferma físicamente por su comportamiento ilícito. Simplemente no había otra solución viable para su condición excepto la destrucción. Su depravación moral “había llegado a su colmo” (Génesis 15:16). Ellos habían bajado a un estado inmoral y depravado, sin esperanza de recuperación, tanto que se debía poner término a su existencia en esta Tierra. Existía una condición similar en el tiempo de Noé cuando Dios esperó mientras Noé predicaba por años pero no pudo apartar a la población de su maldad (Génesis 6:3,5,7; 1 Pedro 3:20; 2 Pedro 3:5-9). La inclusión de los niños en la destrucción de tales poblaciones realmente les libraba de una peor condición—la condición de crecer y llegar a ser tan impíos como sus padres para finalmente enfrentar el castigo eterno. Según la Biblia, todas las personas que mueren en su infancia son bienvenidos en el paraíso, y finalmente residirán en el cielo. Los niños con padres malos naturalmente sufren inocentemente mientras están en la Tierra (e.g., Éxodo 20:5; Números 14:33).
Los que no están de acuerdo con la aniquilación divina del impío en el Antiguo Testamento tienen la misma actitud liberal que ha prevalecido por más de 40 años. Esa actitud típicamente se ha opuesto al castigo capital de los criminales como también al castigo corporal de los niños. Tales personas no pueden ver lo correcto de castigar a los malhechores con la ejecución y el dolor físico. Este enfoque anormal ha dado como resultado que el resto de la sociedad viva con las consecuencias de tal pensamiento torcido, i.e., hijos indisciplinados y fuera de control que se hacen adultos y provocan estragos en la sociedad al cometer crímenes que han superado muchos de los niveles altos de la historia antigua.
REFERENCIAS
Miller, Dave (2007), “La Pena Capital y la Biblia”, [En-línea], URL: https://apologeticspress.org/espanol/articulos/3408.
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